El activismo del siglo XXI: espontáneo y sin líderes, pero con objetivos
MINNEAPOLIS.- En esa marea de manifestantes que se congregaron una de estas últimas noches en la esquina donde George Floyd fue asesinado, una solitaria voz se alzó en medio de la multitud.
"¡Siéntense todos!", gritó alguien, con tono imperativo. Otros lo siguieron, "¡Siéntense! ¡Siéntense!", y amonestaban a los que tardaban en acatar, incluidos varios periodistas.
Unos minutos después, Tony Clark, con mascarilla negra y un aro con la inscripción "Hoy no Satán", se abrió paso megáfono en mano hasta el centro de ese enorme círculo de personas sentadas. "¡Párense todos!", ordenó, en contradicción con la directiva de quien había hablado antes. La multitud se puso de pie.
"No bien se sienten, los pasan por arriba", les dijo Clark, de 27 años, a través del megáfono, y fue aplaudido por todos. Pero media hora después, revirtió su postura y les dijo a todos que volvieran a sentarse.
"¡Dejá de ladrar y de dar órdenes!", le gritó Davi Young, veterano de la Marina, con una mueca en la cara. "No sos policía."
Bienvenidos al activismo del siglo XXI: movimientos espontáneos y sin líderes que se originan orgánicamente y que a su paso van sumando adherentes que no necesariamente comulgan en sus preferencias, motivaciones e ideologías. Pero la ausencia de un liderazgo organizado no significa que esos movimientos —desde las Primaveras Árabes hasta Occupy Wall Street y Black Lives Matter— vayan sin rumbo a la deriva.
Apoyándose en tecnologías con las que no contaban las generaciones anteriores, los activistas de hoy tienen una hoja de ruta virtual. Por lo general, todo arranca con algún hecho de injusticia que es registrado en video y subido a las redes sociales. Se organiza una protesta a las apuradas, se inventa el hashtag y de la noche a la mañana hay miles que se sumaron a la causa.
Lo que los une a todos, en el fondo, es un espíritu igualitario, la convicción de que todos tienen voz y que todas las voces importan.
"Esto es mucho más que una organización, mucho más que un individuo", dice Nejah Ibrahim, de 26 años, sentado sobre el pavimiento de la intersección donde mataron a Floyd, haciendo una pausa en los mensajes y arengas que lanza con su megáfono. "Este es un colectivo de gente que se ha unido para frenar la opresión sistemática que padecemos desde hace mucho."
Pero los movimientos sin cabezas visibles tienen sus complicaciones. Para empezar, si se desbandan, sus protestas pueden ser difíciles de controlar, y también les cuesta no perder el foco del mensaje. Además, las discusiones sobre la mejor estrategia a seguir siempre están latentes.
"Me parece empobrecedor que no tengamos una estructura, una organización", dice Dame Jasmine Hughes, de 33 años, parada junto al improvisado altar recordatorio a Floyd, que murió cuando un policía de Minneapolis lo tuvo reducido en el piso con la rodilla sobre el cuello durante más de ocho minutos.
El policía, Dereck Chauvin, fue echado del Departamento de Policía de Minneapolis y ahora enfrenta el cargo de asesinato en segundo grado. Otros tres agentes presentes durante le hecho fueron acusados el miércoles de colaboración y complicidad con el homicidio.
"Estar organizado demuestra que tenés poder", agrega Hughes. "Cuando sos claro, tenés poder. Y también hay poder en la estructura, especialmente cuando hay gente que puede salir herida."
Aunque la estructura organizativa puede ser laxa, las agrupaciones tradicionales de derechos civiles, las iglesias y las organizaciones activistas de nuevo cuño han suministrado orientación y apoyó logístico a los activistas de todo el país.
Carmen Means, una pastora que desde 2015 lidera a su congregación mayormente por internet y referente de una organización social de la zona céntrica de Minneapolis, dice que sus fieles ayudaron a armar un memorial dedicado a Floyd. Han recibido donaciones de alimentos y convirtieron un edificio cercano en un banco de alimentos, donde hacen fila los vecinos para recibir comida.
Pero actualmente el líder indiscutido son las redes sociales. Los militantes jóvenes anuncian la locación de una acción o protesta por Twitter o Instagram, y en menos de una hora, hay miles de personas.
"Es difícil de manejar porque nadie sabe cuánta gente va a aparecer", dice Maryan Farasle, una estudiante secundaria de 17 años, habitante de los suburbios de Minneapolis y organizadora activista. "No sabés ni cuántos vienen ni con qué intenciones". Pero también reconoce que es "una buena manera de reunir gente rápidamente".
La nueva generación de activistas también usa las redes sociales para cuidarse y tratar de garantizar la seguridad de todos. El jueves pasado, después de que los manifestantes le prendieran fuego al Cuartel General del Distrito 3 de la Policía de Minneapolis, un usuario de Twitter le advirtió a la gente y recomendó abandonar la zona.
En los últimos días, las tensiones en las calles de Minneapolis y otras ciudades norteamericanas se fueron caldeando, en medio una feroz represión policial y de los desesperados pedidos de la familia de Floyd para que vuelva la calma.
Perolos activistas de hoy también evitan tener un líder único e identificable. "Ya hemos visto lo que le pasa a la gente que intenta liderar algo", dice Farasle, en referencia a los líderes de los derechos civiles que fueron asesinados.
"Yo soy un líder", dice Clark en medio de la gente que custodia el lugar de vigilia donde mataron a Floyd. Minutos después, en uno de los márgenes de la concentración se produce un incidente, una aparente disputa entre dos manifestantes. Alguien empieza a correr. "¿Por qué corren?", grita un hombre con rastas. "Ni un paso atrás", grita una mujer de gorra blanca. Otros arengan: "¡Quédense!"
La cosa finalmente se calma, hasta que de pronto aparecen las luces de un patrullero y los manifestantes corren a refugiarse detrás de una barricada que improvisaron para proteger el memorial de Floyd. "¡En paz!", gritan algunos. "¡No hay que hacerles el juego!"
Clark pasó a la acción y arengó a todos a no perder la disciplina.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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