El acercamiento histórico con Kim polariza a Corea del Sur
SEÚL.- No se percibe en Seúl la emoción por el inminente final de una guerra tras seis décadas. La histórica cumbre presidencial intercoreana de pasado mañana, de la que podría salir un tratado de paz, se encara con el escepticismo del desengañado pertinaz. No es la primera cumbre histórica ni será probablemente la última, y no hay razón para pensar que Kim Jong-un mostrará un compromiso más sólido que el del resto de la dinastía. Existen también razones para el optimismo porque nunca había cruzado tantas líneas rojas: no protestó por los ejercicios militares conjuntos de Washington y Seúl ni ha exigido la retirada de tropas norteamericanas de la península y, por si fuera poco, puso su programa nuclear en la mesa de negociaciones. Pero insuficientes para desatar la euforia: varias generaciones de surcoreanos nacieron en ese ciclo de tensión-distensión y digieren con similar indiferencia las amenazas de destrucción masiva y los avances en la pacificación.
La febril actividad diplomática, en cambio, sí ensanchó la brecha en la polarizada sociedad entre derecha e izquierda, entre los que exigen mano dura y los que piden contención, entre los que subrayan las violaciones de derechos humanos del norte y los que animan a acercarse al pueblo hermano.
Park Geun-hye y Moon Jae-in personifican hoy las diferencias. La primera, conservadora, presidió el país hasta su expulsión por un escándalo de corrupción a finales de 2016 y recientemente fue condenada a 24 años de cárcel. El segundo, progresista, viró el timón hacia la política de acercamiento que en la primera década del milenio permitió el período más sosegado en la península. Abundaron las manifestaciones para exigir la dimisión de Park cuando los indicios de corrupción se acumulaban y abundaron de nuevo defendiéndola cuando fue condenada.
"Moon lo está intentando duro, no creo que consiga la paz ahora, pero quizá sí en cinco años. Park ni siquiera lo intentó, solo era una corrupta", señala Jeoh Myung-jon, oficinista de 43 años. El 81% de los surcoreanos apoya la cumbre de este viernes y el 70% duda de que Corea del Norte sacrifique su armamento nuclear , según las últimas encuestas.
Las concentraciones integran el paisaje de Seúl. No es raro ver a excombatientes con sus ajados uniformes quemando banderas norcoreanas y retratos de los Kim. Un joven con megáfono y altoparlantes de discoteca de barrio animaba ayer a una cuarentena de fieles que ondeaban banderas surcoreanas y norteamericanas en las cercanías del Palacio Imperial. "Masacra a Corea del Norte", repetían. Si uno desconoce el coreano y atiende solo al ardor del conferenciante y las respuestas al unísono, cuesta diferenciar esta arenga de las escuchadas en Pyongyang.
Un participante enseña su pancarta: "Moon dimisión". Y la voltea: "Bombardeemos Corea del Norte". "Para eso estamos aquí, para pedirle a Washington que solucione el problema de una vez", señala Soo Yeon-kang, curadora de una galería de arte de 43 años, y esperanzada en que Trump recupere pronto sus amenazas de borrar a Corea del Norte del mapa.
Define la cumbre como una trampa, desea su fracaso y menosprecia el posible tratado de paz. "Prefiero la guerra al comunismo que quiere traer Moon. Prefiero morir antes de que mi país caiga en manos del comunismo. Soy una patriota", sostiene. El presidente, con una sobrenatural paciencia para empujar hacia la paz en un ecosistema hostil, es visto por muchos conservadores como un extremista. En el mejor de los casos, aseguran, se dejará engañar de nuevo por los Kim y los regará de millones a cambio de un tratado inútil; en el peor, traerá su ideología.
La brisa de paz en la península no ha alcanzado aquí. "Estamos en guerra, Corea del Norte tiene miles de espías infiltrados entre nosotros y a través de sus túneles podrían atacarnos en cualquier momento", apostilla Yi Hee-soo, jubilado. Hay sensatez entre la derecha surcoreana, pero cuesta encontrarla aquí. Tampoco sobra en la extrema izquierda que relativiza las violaciones de derechos humanos del régimen.
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