Espejo y diferencia
El dolor no distingue lo moderno de lo obsoleto. La enormidad de la catástrofe del tren de alta velocidad en Santiago de Compostela trajo anoche, como en espejo, el recuerdo desolador de los vagones retorcidos del viejo coche que se estrelló en la estación de Once en la mañana negra del 22 de febrero de 2012.
Casi tantos muertos. Imágenes idénticas de espanto, angustia, heroísmo.
Sólo una diferencia empezaba a hacerse palpable mientras pasaban las horas y crecía la congoja social: la gigantesca diferencia en la reacción política ante la tragedia.
Cuando el choque de Once sacudió a la Argentina, Cristina Kirchner estuvo cinco días sin aparecer en público.
Cuando lo hizo, prometió "tomar todas las medidas necesarias", durante un acto que cobró celebridad porque una cámara la descubrió arengando a sus seguidores con la expresión "¡Vamos por todo!" El ministro del área, Julio De Vido, ni se mostró en la estación. Y el secretario, Juan Pablo Schiavi, selló su ocaso político cuando argumentó que si el accidente hubiera ocurrido el día anterior, un feriado, no hubiera sido tan grave.
Anoche, en Galicia, tanto la ministra de Fomento, Ana Pastor, como las principales autoridades regionales llegaron al lugar del siniestro apenas pudieron, mientras las fuerzas de seguridad seguían con el operativo de rescate. El presidente Mariano Rajoy anunció que suspende toda su agenda y a primera hora de hoy volará a Santiago de Compostela. Apenas conocido el drama ordenó aclarar que no se había tratado de un atentado; España todavía tiene vivas las imágenes de las bombas de Atocha, en 2004.
A nadie se lo ocurrió pensar -mucho menos decir- que al día siguiente era feriado en Galicia, por las fiestas de Santiago Apóstol.
Las declaraciones de autoridades y dirigentes opositores se limitaron a contener a los familiares de las víctimas y a dar información sobre la magnitud del desastre.
En Once, el drama mutó en una crisis política. Un gobierno que derivó miles de millones de pesos a sostener con subsidios un servicio ferroviario calamitoso, gestionado por empresarios de oscuros lazos con quienes debían controlarlos, se enfrentó al inconveniente de gestionar la culpa.
Un año y medio después todavía no se conocen las causas del accidente, pese al intento inicial de responsabilizar por todo al maquinista. Se sabe, sí, que los frenos estaban fallados, que el tren venía desbordado con 2000 pasajeros, que los parachoques de la estación estaban desactivados? Hay ex funcionarios -Schiavi, Ricardo Jaime- y empresarios -los Cirigliano- procesados por su responsabilidad en el festival de fondos públicos y falta de controles que propició el siniestro.
La Presidenta nunca asumió explícitamente los errores, pero dio un giro a su política cuando le encargó a Florencio Randazzo, ministro del Interior, que tomara el área de Transportes para reformar el sistema que durante años condujeron Jaime, Schiavi y, por encima de ellos, De Vido.
La tragedia de Santiago de Compostela sorprendió a Randazzo en Madrid, en su tercer día de una gira para firmar acuerdos de cooperación con la empresa Renfe, para entrenar en España a maquinistas argentinos y recibir asistencia técnica para mejorar la seguridad en los trenes bonaerenses. Al sistema ferroviario español, casi todo en manos del Estado, se lo considera uno de los más modernos de Europa.
Es difícil que el drama de anoche derive en muestras de bronca social, como ocurrió en la Argentina después de Once. El tren Alvia que descarriló en Galicia es de los más modernos de la flota española. Iba casi lleno, pero al ser un servicio de larga distancia todos los pasajeros -218- iban sentados.
La primera teoría oficial apunta a un error humano: habría descarrilado al tomar una curva pronunciada al doble de la velocidad autorizada.
Tal vez el gobierno deba dar explicaciones si se comprueba que hubo técnicos de Renfe que habían alertado sobre la peligrosidad de la curva de A Grandeira cuando se inauguró para ser usada por trenes capaces de llegar a 250 kilómetros por hora. Pero la agenda política quedó borrada por el horror. España asistía sin dormir a la descarnada magnitud del desastre humano.
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