Efecto pandemia: Nueva Zelanda repatrió miles de trabajadores calificados y ahora se pregunta si durará
Pese a los bajos sueldos, la limitada oferta laboral y la escasez de vivienda; más de 50.000 personas volvieron escapando del Covid-19; para el país podría ser una nueva etapa para la recuperación de ciudadanos talentosos
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WELLINGTON.- Como muchos neozelandeses antes que ella, Cat Moody buscó ampliar sus horizontes yéndose a vivir al extranjero, sin saber si alguna vez volvería a su tierra natal, que le parecía un lugar remoto y limitado. Pero llegó la pandemia “y alteró todos los cálculos” de lo que Cat más valoraba.
De repente, el aire puro, los paisajes naturales y la baja densidad poblacional cobraron un renovado atractivo, al igual que la sensación de seguridad de un país que con sus estrictas restricciones casi derrotó totalmente al Covid-19.
Cat tiene 42 años y en febrero dejó su casa y la vida que se había construido en Nueva Jersey, Estados Unidos, para mudarse de regreso a Nueva Zelanda con su esposo, ciudadano norteamericano. Cat es una de los más de 50.000 neozelandeses que volvieron masivamente su país durante la pandemia, una rara oportunidad para que Nueva Zelanda reconquiste a algunos de sus talentosos hijos dispersos por el mundo.
Con ese inesperado flujo de repatriados con experiencia y contactos internacionales, los medios de prensa neozelandeses ya preanuncian un renacimiento de la sociedad y de la industria. Los planificadores de políticas están exhortando a los empresarios a capitalizar “la fundamental ventaja competitiva” que implica ser un país exitoso en la lucha contra el coronavirus.
La gran pregunta es cuánto durará esa ventaja. Tal vez vista desde afuera Nueva Zelanda parezca el paraíso progresista, pero los que regresaron enfrentan algunas de las mismas presiones que alentaron su partida, como el astronómico precio de la vivienda, el retraso salarial generalizado y un horizonte laboral muy limitado.
Debido a ese y otros factores, uno de cada seis neozelandeses se fueron de su país: en total, más de 1 millón de personas. Y los sucesivos gobiernos han prometido, sin mucho éxito, encontrar la forma de frenar esa sangría.
Para muchos, el principal aliciente para emigrar son los mejores sueldos que se pagan en el extranjero, sobre todo en la vecina Australia. Otro factor poderoso es la acentuada escasez de viviendas en Nueva Zelanda, un problema que atormenta al actual gobierno de Jacinda Ardern, y a todos sus predecesores.
El valor promedio de la vivienda en Nueva Zelanda aumentó un 19% en los últimos doce meses, y actualmente ronda los 576.000 dólares —unos 800.000 dólares neozelandeses, un 60% más alto que en Estados Unidos. Las cifras del Tesoro neozelandés publicadas el jueves pasado proyectan que los precios de la vivienda alcanzarán su punto máximo a mediados de este año.
“Desde una perspectiva económica, en realidad no cambió nada”, dice Shamubeel Eaqub, economista de Sense Partners, con sede en Auckland, la ciudad más grande de Nueva Zelanda. “Todos los problemas de fondo, como la pobreza, la estrechez de miras, el nulo acceso a la vivienda, el alto costo de vida y la congestión en las grandes ciudades siguen igual que siempre”.
Algunos de los neozelandeses recientemente repatriados se irán de nuevo tan pronto como termine la pandemia. El año pasado, fue tal el atractivo de un verano libre de coronavirus, con playas y festivales llenos de gente, que el gobierno impuso tarifas de cuarentena de más de 2000 dólares a los neozelandeses que visitaban el país por pocos días.
Y los que tienen la intención de quedarse un tiempo largo, en general tienen claro cuáles serán las limitaciones y desafíos que enfrentarán. “Para nuestra economía familiar fue una decisión terrible volver a Nueva Zelanda, porque en Estados Unidos estábamos mucho mejor en términos de salario y de vivienda”, dice Lamia Imam, de 36 años, que regresó de Texas en marzo con su esposo estadounidense.
Imam dice que volver a Nueva Zelanda siempre estuvo en sus planes. Pero la decisión se aceleró no solo por la pandemia, sino también por la presidencia de Donald Trump y el racismo sistémico irresuelto de Estados Unidos, como se evidenció en las protestas de Black Lives Matter del verano boreal pasado.
“Tengo mucha esperanza en Nueva Zelanda, y ninguna en Estados Unidos”, dice Imam, y agrega que se sintió atraída por el liderazgo de Ardern, que con su calidez y apelación a la decencia se ha ganado muchos adeptos alrededor del mundo.
Imam dice que ella y su esposo estaban dispuestos a ganar menos y vivir en una casa más chica a cambio “del sentido de comunidad, la seguridad y la posibilidad de vivir al ritmo que uno quiera” que le brinda su tierra natal.
Al principio de la pandemia, Cat y su esposo estaban decididos a quedarse en Princeton. Ella estaba realizando un tratamiento de fertilización in vitro y su esposo norteamericano se había postulado para estudiar medicina en varias universidades y esperaba la respuesta.
“Para mí es importante no sentirme atrapada, ni profesionalmente ni psicológicamente”, dice Cat, que durante sus años en el extranjero trabajó para el Banco Mundial y en la consultora Deloitte. “Tenía miedo de volver a Nueva Zelanda y perder esa conexión global de mirada hacia el mundo”.
Pero la pandemia se prolongaba y las razones de la pareja para quedarse en Estados Unidos se iban diluyendo, hasta que a principios de este año regresaron a Auckland. Y están tan seguros de querer quedarse, a pesar de los bajos salarios y la falta de acceso a la vivienda, que el esposo de Cat ya empezó el largo trámite que eventualmente le permitirá estudiar medicina en Nueva Zelanda.
Para las personas que regresan a Nueva Zelanda con la esperanza de encontrar trabajo en el sector público, como planeaba Imam, los salarios son bajos. Este mes, el gobierno prohibió los aumentos salariales durante los próximos tres años para quienes ganen más de 71.000 dólares, y serán muy restringidos para quienes ganen más de 43.000.
La perspectiva de un sueldo tan bajo era “difícil de tragar”, dice Cat, que antes de dejar Nueva Zelanda era empleada pública.
Lo que Nueva Zelanda le ofrece ahora —una cautela que llevó a Ardern a cerrar el país antes de que el virus se propagara sin control—, es lo que ella esperaba el año pasado de Estados Unidos, que frente a la pandemia tuvo una respuesta arrogante que lo condujo al desastre.
Pero le preocupa que el enfoque de Nueva Zelanda no muestre un camino claro de reinserción en el mundo. Con una población de 5 millones de habitantes, menos de 153.000 neozelandeses han recibido ambas dosis de la vacuna, y los australianos y los residentes de las Islas Cook son los únicos no neozelandeses que pueden ingresar en la isla.
“Si hablamos de aprovechar el modo en que se están dando las cosas en el mundo, creo que tener un gobierno tan reacio al riesgo terminará siendo perjudicial para Nueva Zelanda”, dice Cat.
Imam, que en Estados Unidos trabajaba la empresa de computadoras Dell, dice que la reputación de Nueva Zelanda en el exterior es mejor de lo que en realidad merece.
Pero agrega que las nuevas políticas del gobierno, como la licencia remunerada para las mujeres que sufren un aborto espontáneo, la habían convencido de que valía la pena volver “a ese proyecto llamado Nueva Zelanda”. “Por lo menos hay algo que estamos haciendo bien, y quiero ser parte de eso”, dice Imam.
Traducción de Jaime Arrambide
The New York Times
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