Efecto Brexit: Londres teme perder su estatus de capital global
Muchos londinenses sienten que el voto a favor de salir de la UE también fue un rechazo a los valores que encarna la ciudad
LONDRES.- La estación internacional de trenes de St. Pancras, una joya de la arquitectura victoriana resucitada para el siglo XXI, fue reabierta hace 10 años como encarnación de una idea particular: que Gran Bretaña era parte de algo más grande que sí misma, y que pertenecer a una comunidad de naciones es tan fácil y natural como subirse a un tren.
Al principio era al mismo tiempo sorprendente y emocionante poder tomarse el Eurostar en una plataforma en Londres, deslizarse bajo el Canal de la Mancha, atravesar la campiña francesa y llegar en menos de tres horas a la Gare du Nord de París. Viajar en el Eurostar significaba maravillarse de que esas capitales -Londres, tan prosaica y directa, y París, tan romántica y misteriosa, las dos con su larga historia de rivalidades y discordias- fuesen parte de un mismo emprendimiento en común que las excedía a ambas.
El Eurostar también era el símbolo de que Londres parecía acercarse inevitablemente a Europa. Al menos esa fue la idea hasta ahora, que empezó el Brexit. Los trenes siguen circulando, pero esa era que creó a la Londres moderna parece haber llegado a su fin.
"Es horrible el mensaje que le estamos enviando al resto del mundo, es muy triste", dice el publicista Martin Eden mientras espera para tomarse el Eurostar a París para celebrar sus 43 años. "Deberíamos avanzar juntos, en vez de separarnos", dice en referencia a Europa.
Me crucé con Eden mientras recorría St. Pancras, justo en el momento en que Gran Bretaña presentaba oficialmente los papeles de su divorcio de la Unión Europea. Fue a la hora del almuerzo del 29 de marzo, el "Día del Brexit" en que Gran Bretaña envió la carta a Bruselas y abrió de esa manera el período de dos años de negociaciones.
Pero mientras Gran Bretaña intenta despedirse de quien fuera su socio durante 44 años, Londres enfrenta un desafío muy distinto: cómo hacer que una gran ciudad global, cuyos habitantes votaron abrumadoramente en contra del Brexit en el referéndum del año pasado, se adapte a un futuro incierto y gobernado por principios que parecen antitéticos a su propia esencia. El Brexit separó a Gran Bretaña de Europa, pero también de sí misma, con Londres de un lado y gran parte de Inglaterra del otro (Escocia e Irlanda del Norte, que también votaron contra el Brexit, son otra historia).
Muchos londinenses sienten que el resultado de la votación del año pasado no sólo es un rechazo a Europa, sino también a los valores que encarna Londres, tal vez la ciudad más vibrante y exuberantemente cosmopolita del mundo: valores como la apertura, la tolerancia, el internacionalismo y la noción de que es mejor mirar hacia afuera que mirarse el ombligo. Y el otro día, mientras caminaba por las inmediaciones de St. Pancras, sobre la estación parecía descender una nube de melancolía, mientras el resto del país celebraba.
En Londres conviven en relativa paz y tranquilidad las personas más ricas y algunas de las más pobres de Gran Bretaña. La capital está llena de íconos británicos, pero también de gente de 270 nacionalidades, con un total de 8,7 millones de habitantes.
El Brexit puso patas arriba toda esa gran experiencia de tolerancia. Nadie puede predecir cómo será la ciudad de acá a 10, 20 o 30 años. No se sabe si los viajes espontáneos entre Europa y Gran Bretaña seguirán siendo moneda corriente, como tampoco si será fácil el flujo de personas, capitales, empleos, negocios e idiomas. Y lo que es más importante aún: ya no queda claro si todas esas cosas son deseables, aquí o en otros lugares.
"Hoy por hoy, Londres se ha vuelto un lugar extraño", dice el autor Nikesh Shukla, cuyo libro El buen inmigrante es una colección de ensayos escritos por británicos no blancos, sobre un país en el que se sientan cada vez más ajenos. Shukla vive en Bristol, pero creció en Londres, y dice que la ciudad "parece una versión encapsulada" de lo que para él significa Gran Bretaña".
"El gobierno dice estar intentando recuperar el país, pero en el camino está perdiendo el corazón de los londinenses", dice Shukla. "La gente se siente mal porque lo que está en riesgo es el futuro. Hay mucha gente que vive en la ciudad que contribuye con la sociedad, que tiene una familia, un entorno social y obligaciones económicas, y cuyo futuro ahora está en duda."
Viví en Londres durante más de 15 años y volví a Nueva York en 2013. Durante mis años allí, la ciudad cambió enormemente, y la Londres que dejé era muy distinta a la ciudad que encontré a mi llegada. Era más abierta, más internacional, más entusiasta, más excitante. La comida mejoró y los lugares estaban abiertos hasta más tarde. Mis vecinos parecían salidos de un panel de Naciones Unidas, y nuestras diferencias parecían borrarse a medida que las compartíamos.
Durante esos años, la ciudad también se volvió mucho más rica, algo no necesariamente bueno: vivir en el centro de Londres pasó a ser inaccesible. Los oligarcas rusos y otros miembros de la elite de megamillonarios del mundo horadaron el pavimento para construir complejos subterráneos con piletas de natación y espacio de estacionamiento para hogares en los que planeaban vivir apenas un par de semanas al año.
Europa, que hasta entonces parecía un concepto distante, de pronto estaba ante nuestras puertas. Miles de franceses, y luego de polacos y españoles, y más tarde, y más problemáticamente, de rumanos, se mudaron a la ciudad. Bastaba visitar una galería de arte o ir al cine para comprobar hasta qué punto la cultura británica se estaba beneficiando con el financiamiento europeo. El auge de las aerolíneas de bajo costo hizo que viajar en avión por Europa fuese más barato que el tren. Tony Blair, primer ministro británico durante gran parte de esos años, solía irse de vacaciones a lugares como la Toscana, en Italia.
Londres es grande, inmanejable y está en cambio constante. Es una ciudad que resiste las definiciones fáciles.
La elección de Blair como primer ministro en 1997 puso fin a 18 años de gobierno conservador y le abrió la puerta a una era en la que ser europeo era casi sinónimo de tener onda. De pronto, hablar otro idioma por la calle estaba bien, aunque duró poco. Y después, en 2012, Londres fue sede de los Juegos Olímpicos, y se publicitó ante el mundo como una ciudad para todos, demostrando lo fácil y alegre que puede ser este lugar tan políglota cuando se lo propone, y lo inusualmente bien que se llevan los habitantes de la ciudad.
A pesar de los sentimientos antimusulmanes y antiinmigrantes que fogonearon el Brexit, Londres tiene a su primer alcalde musulmán, Sadiq Khan, cuyos padres, un chofer de colectivo y una modista, llegaron de Paquistán. Acá también están los financistas y playboys internacionales, los eurócratas y las celebridades menores, así como los migrantes económicos de España y Portugal, y de otros países europeos con economías deprimidas que se hacinan en diminutos departamentos de los márgenes de la ciudad.
"En Londres nunca me siento de afuera, porque todos son de afuera", dice Paolo Martini, un peluquero de 32 años venido de Brasil, casado con una polaca, y con una hija británica, ya que nació en Gran Bretaña. Paolo vive aquí con su familia desde hace más de una década. Quién sabe lo que el Brexit signifique para todos ellos.
Traducción de Jaime Arrambide