EE.UU., un país distraído y con su seguridad nacional potencialmente vulnerable
WASHINGTON.– El presidente de Estados Unidos estuvo internado por la infección de un virus al que se niega a considerar una grave amenaza, y en las semanas previas a una elección cuyo resultado no se ha comprometido a aceptar, mientras el país enfrenta problemas económicos, tensiones raciales y una pandemia que no da tregua.
Esa sumatoria de crisis ha arrastrado a Estados Unidos a un vórtice de vulnerabilidad que según los expertos en seguridad nacional probablemente no tenga precedente.
Consumido por sus propias dificultades, el país está mal posicionado para responder a las provocaciones de sus adversarios internacionales, impulsar su agenda de política exterior con la ayuda de sus aliados o ser un ejemplo verosímil de democracia que funciona, según varios exagentes de seguridad nacional de Estados Unidos.
"Observo debilidad y divisiones, pero por sobre todo lo demás veo distracción", dice Nick Rasmussen, que fue director del Centro Nacional de Contraterrorismo tanto en el gobierno de Obama como en el de Trump. "Cualquier problema que surja en otro lugar actualmente es de tercer o cuarto orden, porque estamos totalmente absortos, pendientes de lo que nos pasa, consumidos por nuestra propia toxicidad. Y cuando uno está distraído, mete la pata".
Lluvia radiactiva
La debacle se propagó como lluvia radiactiva durante el fin de semana, con el presidente Trump como epicentro. Más de media docena de funcionarios de la Casa Blanca, legisladores republicanos y agentes de alto rango también dieron positivo de coronavirus tras incumplir y desdeñar los protocolos de salud en actos públicos, desatando el pánico en las oficinas del ala oeste y forzando el cierre del Senado para evitar más diseminación de la enfermedad.
El brote se produce justo cuando los miembros del gabinete de seguridad nacional de Trump son acusados de usar sus cargos para garantizar la reelección del presidente.
John Ratcliffe, director nacional de inteligencia de Estados Unidos, fue defenestrado la semana pasada por su predecesor por haber desclasificado informes de prensa falaces sobre la supuesta implicación de Hillary Clinton en un intento de "fomentar un escándalo" contra Trump en 2016 por la injerencia de Rusia. El secretario de Estado, Mike Pompeo, fue desairado por funcionarios del Vaticano cuando intentó coordinar un encuentro de Trump con el papa Francisco: para la Santa Sede, se trata de un acercamiento oportunista para intentar congraciarse con el electorado católico antes de las elecciones. Y el procurador general William P. Barr fue acusado de ser la fuente de acusaciones infundadas sobre las irregularidades en la votación que mencionó el presidente la semana pasada.
"Un gobierno normal probablemente tendría capacidad de absorber algunas de esas disfuncionalidades", dice John McLaughlin, exdirector interino de la CIA y actual profesor de la Escuela de Estudios Avanzados en Relaciones Internacionales.
"Pero en materia de seguridad nacional este gobierno ha tenido un proceso de toma de decisiones de política exterior que ha sido, por lo menos, sospechoso".
Otro alto exfuncionario que prefirió mantener su anonimato dice que las acciones de Ratcliffe, Barr y otros no lo sorprenden, dado el patrón que se repite desde hace casi cuatro años.
"Este es el gobierno de Trump", dice el exfuncionario, quien también critica a los medios por pintar a Trump como el alfa y el omega de todos los asuntos globales.
Más allá del caos interno en la Casa Blanca, hay algunos asuntos de Estado que están en marcha. Pompeo volvió el viernes por la noche de su viaje al Vaticano y a Grecia, y estaba previsto que el domingo partiera a Japón para una visita de dos días. El Departamento de Estado anunció que la visita sigue en pie, aunque sin dar precisiones agregó que habían pospuesto otras paradas de un viaje que preveían más largo.
El secretario de Defensa, Mark T. Esper, está de gira por África del Norte y Medio Oriente desde la semana pasada, y el domingo estuvo en Kuwait.
McLaughlin y otros enfatizan que los mayores adversarios de Estados Unidos no parecen tener intenciones de poner a prueba al país, en parte debido a sus propios resquemores por las elecciones, para las que falta menos de un mes.
Impunidad para interferir
Rusia y, en menor medida, China ya son vistos como países que interfieren en las elecciones de Estados Unidos con relativa impunidad. Irán, por su parte, había prometido una dura represalia por el ataque de drones norteamericanos sobre Bagdad, en enero, para asesinar al general iraní Qassem Soleimani.
Pero los líderes de esos países, al igual que el norcoreano Kim Jong-un, no estarían dispuestos a desafiar a Estados Unidos en las próximas semanas por temor a la reacción de un presidente convaleciente o por las posibles consecuencias de parte de un futuro eventual gobierno del demócrata Joe Biden.
"Algunos enemigos tal vez piensen que Estados Unidos está distraído y que pueden sacar ventaja", dice Stephen J. Hadley, asesor en seguridad nacional durante el gobierno de George W. Bush. Por otro lado, dice Hadley, también pueden pensar que una provocación "le daría a Trump la ocasión de exhibir autoridad presidencial, de mostrarse como el comandante en jefe de las fuerzas militares, y así fortalecer sus chances frente al pueblo norteamericano".
"Así piensan probablemente China y hasta el presidente ruso, Vladimir Putin, e incluso los iraníes –dice Hadley–. Van a quedarse tranquilos y esconder la cabeza hasta ver quién gana las elecciones".
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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