EE.UU., en una feroz competencia como en la Guerra Fría, pero por otros motivos
Hoy la feroz disputa con otras superpotencias, como Rusia y China, pasa por la tecnología, la ciberguerra y las operaciones de injerencia en otros países
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WASHINGTON.- Esta semana, mientras su gobierno cumplía 60 días, el presidente Joe Biden tuvo un anticipo de lo que serán sus próximos cuatro años: una nueva era de feroz competencia con las otras superpotencias, marcada tal vez por el peor estado de relaciones entre Washington y Moscú desde la caída del Muro de Berlín, y también con China desde el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos.
Las tensiones se fueron cocinando durante hace años, a medida que el presidente ruso, Vladimir Putin, y wl chino, Xi Jinping, iban girando abiertamente hacia al autoritarismo. Pero la olla explotó esta semana, cuando Biden trató a Putin de “asesino” y que los funcionarios chinos, en su primera reunión con los funcionarios del nuevo gobierno, sermonearan a los norteamericanos sobre su error y su arrogancia al creer que el mundo entero quiere replicar sus libertades.
Mucho de eso fue un show, y de ambas partes, mientras las cámaras estaban prendidas: cada uno actuaba para su público interno, incluida la delegación de Biden. Pero tampoco fue enteramente un show para las cámaras. Si bien la Guerra Fría no se reanudó –queda poco de la amenaza nuclear de aquel tiempo, y hoy la competencia pasa por la tecnología, la ciberguerra y las operaciones de injerencia en otros países–, las escenas que se vieron en estos días traen ecos de aquellos malos tiempos.
En tanto instancia de diplomacia teatral, el encuentro de esta semana en Alaska entre los funcionarios de Washington y Pekín tuvo reminiscencias de aquel momento hace 60 años, cuando el exlíder soviético Nikita Kruschev acaparó los titulares del mundo golpeando con el zapato su escritorio en Naciones Unidas al grito de “imperialistas” contra los norteamericanos.
Pero como saben los veteranos de la Guerra Fría, las rivalidades actuales se parecen poco a las del pasado. El propio Putin lamentó en repetidas ocasiones que la Rusia del siglo XXI sea una sombra de la Unión Soviética para la que trabajó como agente de la KGB. Actualmente, la economía de Rusia tiene un tamaño aproximado a la de Italia. Y el único poder que tiene hoy Rusia es el de la disrupción y el miedo, como el uso de un agente nervioso para envenenar a los disidentes alrededor del mundo o el despliegue de un arsenal cibernético para infiltrarse profundamente en las redes que mantienen funcionando a Estados Unidos.
Sin embargo, y a pesar de todas las debilidades de su país, Putin demostró una extraordinaria resiliencia frente a la escalada de sanciones que le impusieron desde la anexión de Crimea, en 2014, y que se intensificaron cuando empezaron los envenenamientos y los ciberataques. Y no se puede decir que hayan frenado su comportamiento.
Las sanciones “no van a servir demasiado”, dijo recientemente Robert Gates, exdirector de la CIA y exsecretario de Defensa. “Rusia será un desafío para Estados Unidos, un desafío a la seguridad nacional de Estados Unidos, y en más de un sentido, el desafío más peligroso, al menos mientras esté Putin”, añadió.
Para los chinos, que cuando Kruschev golpeaba el zapato y prepoteaba a John F. Kennedy en su primer encuentro en Viena todavía estaban digiriendo el fracaso del Gran Salto Adelante, la historia es tajantemente distinta.
En su ascenso a superpotencia global, China no se ocupa de generar disrupciones en las viejas redes, sino de generar redes nuevas. Los economistas debaten a partir de qué momento exacto China tendrá el mayor PBI del mundo –probablemente hacia el final de esta década– y si podrá cumplir los otros dos grandes objetivos nacionales que se propuso para 2049, a 100 años de la revolución de Mao: tener la fuerza militar más poderosa del mundo y dominar la carrera tecnológica.
El poderío chino no emana de su arsenal nuclear, relativamente chico, ni de la acumulación de armas convencionales. Surge, por el contrario, de su creciente pujanza económica y de su estrategia de usar la tecnología subsidiada por el Estado para conectar a las naciones de cualquier parte –de América Latina a Medio Oriente, y de África a Europa del Este– a las redes inalámbricas 5G destinadas a atarlos más estrechamente a Pekín. Hablamos de los cables submarinos que están tendiendo a través del mundo para que esas redes funcionen con circuitos de propiedad china.
Terminado ese proceso, el poder de China provendrá del uso de esas redes para hacer que otras dependan de su tecnología, y a partir de entonces exportarles su autoritarismo, vendiéndoles a otros países, por ejemplo, el sistema de reconocimiento facial que les permitió aplastar a los chinos disidentes.
Por eso es que el asesor en seguridad nacional de Biden, Jake Sullivan, que acompañó al secretario de Estado, Antony Blinken, durante la reunión con sus pares chinos en Anchorage, Alaska, viene advirtiendo desde hace años en una serie de escritos que sería un error creer que China planea imponerse atacando directamente a las fuerzas militares de Estados Unidos en el Pacífico.
“La premisa central de este enfoque alternativo es que el poder económico y tecnológico es básicamente más importante que el poderío militar tradicional para establecer un liderazgo global”, escribió Sullivan, “y que la órbita de influencia física de Asia Oriental no es precondición necesaria para el mantenimiento de dicho liderazgo”.
Estrategia concreta
La conclusión del gobierno de Trump había sido la misma, aunque recién comunicó una estrategia concreta hacia China pocas semanas antes de abandonar el poder.
Sus intentos por asfixiar a Huawei, empresa china líder en telecomunicaciones, y sus choques con las aplicaciones de redes sociales como TikTok, terminaron en una embestida caótica con amenazas hacia los propios países aliados que estaban considerando adquirir tecnología china.
Para Estados Unidos, parte del objetivo del encuentro en Alaska era dejarles en claro a los chinos que el gobierno de Biden está decidido a competir con Pekín en todos los frentes, para ofrecer tecnología competitiva, en inteligencia artificial y fabricación de superconductores, por más que sean necesarios miles de millones de dólares en inversiones del Estado para proyectos de investigación y desarrollo, y a través de nuevas asociaciones con industrias de Europa, la India, Australia y Japón.
De todos modos, faltan meses para que se conozca el alcance total de esa nueva estrategia, y tampoco queda claro que el mundo corporativo de Estados Unidos y sus mayores aliados la apoyarán. “No es algo que vaya a resolverse en semanas o meses”, dice Kurt Campbell, máximo asesor de Biden en temas asiáticos y arquitecto de la nueva estrategia. “Probablemente sea un plan para sucesivos gobiernos”.
Hoy ya no se trata de trasladar misiles de un lugar a otro, como ocurría en la Guerra Fría, sino de un juego mental, pero el riesgo es el mismo que hace 60 años: una escalada que se salga de control.
Traducción de Jaime Arrambide
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