La guerra comercial entre Estados Unidos y China crece, a pesar de las promesas de Donald Trump y Xi Jinping de que eventualmente sus países llegarán a un acuerdo. Y mientras Estados Unidos y China juegan a la batalla de tarifas, el mundo sufre. Los organismos internacionales y los especialistas advierten que la guerra comercial ya ralentiza el crecimiento global y que, en los próximos años, podría neutralizar cualquier avance.
La rivalidad entre Washington y Pekín, sin embargo, es mucho más que económica o comercial, es una lucha abierta por el dominio global, tan grande e inédita que en el Departamento de Estado creen que es incluso mayor que la Guerra Fría porque, en este caso, enfrenta ya no a dos gobiernos sino a dos civilizaciones.
¿Logrará Estados Unidos imponerse a China como lo hizo sobre la Unión Soviética? ¿O el envión inigualable de China le permitirá ser lo que quiso muchas veces en su historia: la gran potencia hegemónica del mundo? ¿Quién ganará?
La respuesta no es simple ni clara ni precisa y, según las hipótesis de conflictos de ambos gobiernos, no excluye tampoco la eventualidad de un enfrentamiento mayor, de una guerra abierta que pondría en jaque al mundo, incluso a la Argentina. Hoy esa confrontación se gesta y alimenta sobre los ejes que determinan el triunfo parcial y temporario de una u otra potencia.
Influencia global
Ni Xi ni Trump ocultan sus ambiciones globales; además, ambos (nacionalistas y populistas casi por igual) ven esa lucha por influencia mundial como una vía para afirmar su poder interno. Ambos países no podrían ser más diferentes en lo que le ofrecen al mundo y cómo buscan conquistarlo. A lo largo del siglo XX, Estados Unidos emergió como el gran guardián de la democracia liberal, un modelo que se impuso en Occidente pero hoy empieza a flaquear.
Con Xi, en este siglo, China se levanta como el modelo del Estado autoritario y vigilante de economía semiabierta, un paradigma que Pekín no duda en alentar en otras naciones con métodos menos ostentosos que los usados por Estados Unidos.
La propagación de esos modelos está directamente vinculada al poder económico de ambos. La diplomacia del dólar es crítica para una y otra potencia y se asienta sobre el vigor de ambas economías, el primero de los grandes ejes de la enemistad.
Peso económico
"¿Qué es mejor? ¿6,2 o 2,1? Que cada cual saque sus conclusiones", dijo ante un salón lleno de periodistas locales y extranjeros la vocera de la cancillería china sobre la actual tasa de crecimiento de las economías chinas y norteamericana. A simple vista, la tasa china parece la más saludable, pero no necesariamente lo es.
China tiene varios desafíos inquietantes, tanto políticos como económicos. Si bien con su histórico empuje la economía del país podría superar a la norteamericana en una década, hoy la guerra comercial le produce más daño que el que sufre la de Estados Unidos. Eso se suma a la ausencia de reformas estructurales y a una deuda gigantesca que involucra a los chinos y sus empresas. China necesita seguir creciendo con el vértigo de las últimas décadas para afianzar su clase media y convertir el modelo de un mercado intensivo en trabajo a uno intensivo en tecnología.
Perseguida de cerca por su enemiga, la economía norteamericana experimenta su mayor período de expansión en la historia reciente. Y el presidente Trump busca aprovechar el momento de bonanza para desacoplar la economía norteamericana de la china y explotar así la ventaja y hacerla duradera. No es solo un tema económico, es un asunto de seguridad nacional por la presencia de los gigantes tecnológicos en el mercado norteamericano.
Poder militar
El poder militar es uno de los grandes ejes de la guerra por el predominio global porque en él reside la habilidad de disuasión o la capacidad de fuego ante posibles ataques. Ni Pekín ni Washington ocultan sus ambiciones militares por lo que los expertos hablan ya de una nueva carrera armamentística.
Hoy su mayor hipótesis de conflicto ya no es el terrorismo, como en la primera década del siglo, sino la confrontación con otra gran potencia. Al igual que sucedió en la Guerra Fría, Estados Unidos se enfrenta por la influencia global esta vez con China, y en menor medida con Rusia, especialmente en Europa.
El poder militar de Washington no tiene comparación, pero el gobierno norteamericano sabe que Pekín lo sigue de cerca. La salida de EE.UU. del tratado de armas nucleares es un desafío a Rusia pero, sobre todo, a China. Hoy el arsenal nuclear norteamericano es ampliamente mayor al chino (6000 cabezas nucleares contra unas 300) pero el impresionante salto en la cantidad y calidad del arsenal y en el despliegue militar de Pekín alarma cada vez más a Washington y lo lleva a pensar escenarios de enfrentamiento bélico en Asia, donde una serie de conflictos empiezan a arreciar.
Desarrollo tecnológico
Aunque sus métodos (sobre todo el espionaje) sean cuestionados por muchos gobiernos, China cierra la brecha tecnológica cada vez más, en un intento de reconvertir su economía de intensiva en trabajo a intensiva en tecnología para poder competir a todo nivel y mano a mano con EE.UU. Esa ofensiva va desde la carrera espacial hasta el ciberespionaje y es particularmente agresiva en Inteligencia artificial; en ese sector no solo involucra al gobierno sino también a las universidades y empresas chinas.
¿Dónde queda la Argentina?
La guerra de baja intensidad entre ambas superpotencias es tan grande que sus coletazos llegan a todas las regiones. Si bien el mayor escenario de confrontación y tensión es hoy Asia, América Latina no está exenta de sentir el impacto, que por ahora es comercial y económico.
La Argentina mantiene una relación comercial de volúmenes muy similares con China y con Estados Unidos; por su parte las inversiones norteamericanas son mayores, pero las chinas crecen a más velocidad. Con una economía siempre golpeada y poca inserción global, el país no puede darse el lujo de alinearse con una u otra capital, como cada vez más buscan Pekín y Washington.
La diplomacia política y económica argentina se enfrenta al desafío de la acrobacia permanente para alimentar la relación con las dos superpotencias que definirán el futuro cercano del mundo.
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