EE.UU.-China: el reloj corre, pero aún queda un espacio para resetear la relación
PITTSBURGH.- Once años atrás enseñé en la prestigiosa Universidad de Nankai bajo el programa de la Comisión Fulbright en China. En una de mis clases les pregunté a los estudiantes si creían que el desarrollo económico lleva a la democracia. Mi pregunta generó un debate infrecuente, lúcido y optimista sobre el futuro de China .
Hoy la pregunta no tendría sentido. En la última década, China se ha transformado en un sistema político mucho más autoritario pese a su crecimiento económico.
Tampoco podría hacer esa pregunta. El gobierno de Donald Trump eliminó el programa de intercambio de Fulbright para China abruptamente.
Mi estadía en Tianjin, Pekín y otras ciudades me permitió construir una red de contactos y colaboraciones de enorme valor. Sin embargo, en el último año tuve que orientar gran parte de mi atención como líder de una universidad global a profundizar mecanismos para proteger nuestra investigación científica, propiedad intelectual y seguridad cibernética en la relación con instituciones en aquel país.
¿Ha comenzado una Guerra Fría entre Estados Unidos y China?
Llamémosla Guerra Fría, confrontación o continuidad, la realidad es que la relación bilateral entre los superpoderes se desploma. La pregunta más urgente es: ¿cuál será el grado de conflicto entre estos países en los próximos años?
Las áreas de conflicto son muchas y complejas. A modo de ilustración: de la guerra comercial a la red de 5G, de las tensiones en torno al coronavirus a las acusaciones de robo de investigación científica, de la escalada militar en el Mar de la China Meridional a la liquidación de la autonomía de Hong Kong, del deterioro de las relaciones de China con Australia a la cooperación e integración entre China y Rusia en Eurasia. Y falta mencionar a Taiwán, Irán, la India, Venezuela, África, Europa, la nueva Ruta de la Seda, la situación de los uigures y las inversiones chinas en infraestructura alrededor del mundo. Y, como si fuera poco, las declaraciones de máximos funcionarios de Trump que caracterizan a China como la mayor amenaza estratégica a la seguridad nacional y económica de Estados Unidos.
Si China busca o no la eventual desaparición del capitalismo occidental, como se ha dicho a los más altos niveles en Washington, es menos importante que dilucidar si la escalada de tensiones se calentará rápidamente, elevando las ansiedades en ambos campos y destruyendo lo que queda de la confianza mutua.
Estados Unidos acusa a China de haber abusado del sistema abierto de competencia global creado después de la Segunda Guerra Mundial. China habría usado su sistema cerrado interno para tomar ventaja de su participación en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y otros organismos multilaterales. Simultáneamente, se ha terminado para muchos la ilusión de que el capitalismo democrático podría contener al expansionismo chino. La combinación de ambas perspectivas no deja otra salida que pensar en que estamos en una nueva era de competencia entre superpoderes.
China y Estados Unidos encarnan dos modelos económicos dentro del esquema capitalista. Sí representan dos modelos políticos. La idea de competencia entre la democracia liberal y un sistema de partido único adquiere un perfil particular cuando las democracias establecidas exhiben rasgos cada vez más autocráticos y el número de nuevas autocracias supera a las nuevas democracias por primera vez desde 2001.
Visto desde acá, este momento huele mucho a macartismo. Las preocupaciones sobre universidades norteamericanas amenazadas por agentes enemigos, el ambiente generalizado de sospecha, el cuestionamiento a la lealtad a Estados Unidos y las actitudes de hostilidad hacia los individuos de origen chino se filtraron en la cultura norteamericana. Este contexto creó un sentimiento exagerado de vulnerabilidad.
No obstante, más allá de las declaraciones estridentes y los escenarios que pintan imágenes de un futuro dominado por el comunismo chino, la capacidad nuclear y militar de China, su indiscutido expansionismo y el fin del monopolio global de Estados Unidos, sumado a su profunda crisis interna, auguran un futuro poco optimista.
Para pensar el futuro del conflicto entre China y Estados Unidos hay que recordar tres cosas. A China no se la puede cambiar. Tampoco se la puede ignorar. Sin embargo, China requiere mantener su inserción en el orden comercial global y necesita de Estados Unidos para alcanzar los niveles de innovación y avance científico que marcarán su futuro. Esta combinación de elementos sugiere la posibilidad de idear un nuevo marco de confianza mutua. Corre el reloj, pero todavía queda un pequeño espacio para resetear la relación.
El autor es vicerrector de Asuntos Globales de la Universidad de Pittsburgh
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