Ecos del Watergate en una decisión que despierta sospechas
WASHINGTON.- Con el dramático desplazamiento de James Comey de la dirección del FBI, Donald Trump echó al hombre que lo ayudó a ser presidente y que, al mismo tiempo, más podría haber amenazado el futuro de su administración.
Desde el caso Watergate que un presidente no desplazaba a la persona a cargo de investigarlo, y la decisión trajo a la memoria cuando Richard Nixon ordenó el despido de Archibald Cox, el fiscal que investigaba el así llamado "robo de tercera clase" que llevaría a la caída del presidente.
En la carta con la que despidió a Comey, Trump remarcó que el FBI le había dicho tres veces que no era investigado, una forma de negar preventivamente que su decisión estuviese motivada por intereses personales. Pero Trump tenía mucho que perder, dado que Comey había manifestado en público que el FBI investigaba la injerencia de Rusia en las elecciones del año pasado y si alguien vinculado a la campaña de Trump trabajaba coordinadamente con Moscú.
El desplazamiento dejó pasmados a demócratas y republicanos por igual, quienes lo vieron como un gesto descarado que echaría leña al fuego de una investigación explosiva. A pesar de todas las decisiones no convencionales que tomó desde que asumió la presidencia, Trump no pierde la capacidad de sorprender, y la idea de despedir al director del FBI en medio de una investigación de ese calibre viola todos los parámetros conocidos.
Tal vez Trump haya pensado que los demócratas detestaban tanto a Comey por su investigación de los e-mails de Hillary Clinton que apoyarían o darían el visto bueno a su desplazamiento. De haber sido así calculó mal, porque los demócratas se apresuraron a condenar la decisión y a exigir la designación de un consejero especial que garantice que el presidente no interfiera con la investigación sobre la injerencia de Rusia.
La decisión de Trump despierta la sospecha de que tiene algo que ocultar y puede tensar sus relaciones con sus correligionarios republicanos, quienes podrían abstenerse de salir a defenderlo sin contar con todos los hechos. Muchos republicanos se manifestaron con cautela, pero algunos expresaron dudas sobre el despido de Comey y pidieron que una comisión parlamentaria especial o un comité independiente asuma la investigación del episodio ruso.
Trump se hizo un flaco favor al argumentar que el desplazamiento de Comey respondía al modo en que había conducido la investigación del caso de los e-mails de Hillary, sobre todo porque cuando era candidato amenazó con mandarla a la cárcel.
Después de aquel comentario de campaña, son muy pocos los que creen plausible que el presidente estuviese realmente molesto por la decisión de Comey de reabrir el caso de Hillary unos días antes de las elecciones, un anuncio que para los demócratas terminó por volcar la elección a favor de Trump.
Los defensores de la decisión de Trump señalan que el desplazamiento de Comey no afecta la investigación del FBI, que avanzará a cargo de agentes de carrera. "Eso no frena nada", dijo Ken Cuccinello, ex fiscal general del estado de Virginia y aliado de Trump. "Es ridículo pensar que con esto se para la investigación."
Las comparaciones con el caso Watergate son inevitables. Cuando Cox, el fiscal especial, le exigió a Nixon las copias de las grabaciones de la Casa Blanca, el presidente ordenó su desplazamiento. Tanto el procurador general Elliot Richardson como su primer adjunto, William Ruckelshaus, se negaron a despedir a Cox y renunciaron. El tercer funcionario en orden jerárquico del Departamento de Justicia, Robert H. Bork, finalmente cumplió con la orden de Nixon y desplazó a Cox.
Para los demócratas actuales, el paralelismo es evidente. "Es una movida nixoniana", dijo en un comunicado Bob Casey, senador demócrata por Pensilvania.
"Desde el Watergate que nuestro sistema legal no se veía tan amenazado y que nuestra fe en la independencia e integridad de esos sistemas era tan vapuleada", agregó Richard Blumenthal, senador demócrata por Connecticut.
"Con o sin Comey, el FBI seguirá investigando la campaña de 2016 en lo relacionado con la injerencia rusa", dijo Timothy Naftali, ex director de la Biblioteca Nixon. "Acá el error es otro. A menos que el procurador general Jeff Sessions pueda probar que Comey cometió algún ilícito o incurrió en graves negligencias, el momento de la decisión es pésimo, ya que profundiza las sospechas de que el presidente Trump intenta tapar algo."
Traducción de Jaime Arrambide
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