Ebullición: las turbulencias reavivan el fantasma de una nueva crisis en Europa
Entre el terremoto político en España, el nuevo gobierno euroescéptico en Italia, los populismos de Europa del Este y la guerra comercial con Estados Unidos , la Unión Europea (UE) parece no haber vivido un periodo de turbulencias semejante desde el sismo del Brexit en junio de 2016. Tanto que, a pesar de la actual expansión generalizada de su economía, muchos se preguntan si el bloque no está a las puertas de una nueva y severa crisis.
Es verdad. Después de semanas de tensión, la presión parece haber caído el viernes, cuando los dirigentes del grupo antisistema Movimiento Cinco Estrellas (M5E) y la extrema derecha de la Liga obtuvieron el acuerdo presidencial para formar un gobierno en Italia. Sin embargo, la crisis que sacude a la península desde hace casi tres meses está lejos de haber terminado.
En todo caso, antes de que llegara la relativa calma, las inquietantes perspectivas italianas despertaron en el resto del mundo -sobre todo en el planeta financiero- desagradables recuerdos de la crisis de la eurozona de 2010. Los bonos de la deuda se dispararon favorecidos por el silencio de Bruselas e incluso se especuló con la posibilidad de que el futuro gobierno italiano decidiera una salida de la moneda única.
El problema es que, en las actuales turbulencias, Italia no es el único caso. Después de una interminable cadena de escándalos de corrupción que minaron al Partido Popular (PP), Mariano Rajoy se convirtió esta semana en el primer jefe de gobierno en la historia democrática del país obligado por el Parlamento a dejar el poder.
Pero España no es Italia. Su economía crece a ritmo sostenido, redujo el desempleo, su deuda pública es menor y ninguno de los principales partidos cuestiona la pertenencia del país al euro. Sin embargo, la perspectiva de un gobierno débil y minoritario encabezado por Pedro Sánchez (del Partido Socialista Obrero Español) en la Moncloa, apoyado por una heteróclita coalición de nacionalistas regionales e izquierdistas radicales, refuerza la sensación de que la inestabilidad regresa al sur de Europa.
Aunque ningún italiano estaría de acuerdo con la comparación, existen algunas similitudes entre su situación actual y la historia reciente de Grecia.
"Un largo período de fragilidad económica, baja productividad y un consistente peso de la deuda soberana, exacerbados por una demanda insuficiente. Esta última provocada en parte por el euro", analiza el economista Dominique Santi.
A su juicio, desde que la crisis de la eurozona comenzó a disiparse en 2012, muy poco se hizo para resolver los problemas que aquejan a la moneda única. "Un sistema bancario fragmentado, una capacidad de rescate inadecuada y la ausencia de flexibilidad fiscal que permitan evitar turbulencias asimétricas", explica.
Alemania, apoyada por una coalición informal de países del norte del bloque, se opone a cualquier medida que evoque una suerte de mutualización del riesgo. A pesar de los grandes planes de reforma evocados para la eurozona por el presidente francés, Emmanuel Macron, es probable que la próxima cumbre europea a fines de este mes produzca escasos resultados en ese sentido.
"Lamentablemente, la forma en que se produjo la crisis italiana hizo menos probable de lo que París esperaba un cambio rápido de gobernanza de la eurozona", analiza el economista Philippe Dessertine.
Ninguno de los dos partidos que ahora conforman el gobierno en Italia hicieron campaña para dejar la moneda única. En la última semana, la Liga tomó además distancia de esa idea, y el primer ministro, Giuseppe Conte, nombró a un ministro de Finanzas (Giovanni Tria) mucho menos hostil a la UE que el candidato original, cuyo rechazo desencadenó el huracán de la semana pasada.
No obstante, aún existe la posibilidad de que el nuevo gobierno italiano entre en colisión con Bruselas debido a las estrictas reglas de convergencia que establece el sistema de moneda única. Porque tanto la Liga como el M5E parecen decididos a aumentar el gasto público y recuperar una soberanía que consideran comprometida.
"Italia no es un país libre", advirtió Matteo Salvini, líder de la Liga y nuevo ministro del Interior. "Es un país ocupado financiera -no militarmente- por los alemanes, los franceses y los burócratas de Bruselas".
Esa misma frase podría haber salido de la boca de cualquiera de los líderes que dirigen algunos países del este, cuyo populismo provoca pesadillas desde hace algunos años a Bruselas: Hungría, Polonia, República Checa o Eslovaquia. El problema es que ahora se trata de Italia, la tercera economía de la eurozona.
Y aquí reside el mayor problema, ya que la persistencia de esa actitud de Roma solo conseguirá ahondar los temores de los países nórdicos del bloque y aumentar la desconfianza de los mercados, sin contar con un verdadero riesgo de estallido de la eurozona.
De paso por Lisboa la última semana, la canciller alemana, Angela Merkel -que mañana debe reunirse con el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi- hizo un esfuerzo por mostrarse constructiva frente a las perspectivas italianas. Pero sus colaboradores no ocultan que la situación representa para ella una auténtica preocupación. Sobre todo en momentos en que la UE necesita -más que nunca- demostrar unidad frente a las amenazas de la guerra comercial desatada por el presidente norteamericano, Donald Trump.
"Nos mantendremos abiertos y haremos todo lo posible para obtener una buena colaboración [con el nuevo gobierno italiano]", dijo anteayer su vocero, Stefan Seibert.
Esa fue una manera elegante de desmarcarse del comisario europeo del Presupuesto, el alemán Günther Oettinger, que durante una entrevista había contado implícitamente con la violenta reacción de los mercados para hacer reflexionar a los electores italianos.
Esa suerte de cacofonía de los medios políticos alemanes ilustra la inquietud que reina en Europa.
"Italia quiere permanecer en la eurozona. No tengo ninguna duda de ello. Pero existe consenso en la opinión pública y los medios políticos de ese país de que las reglas de la UE y del euro no deben tener la última palabra", explica Josef Janning, director en Berlín del centro de reflexión ECFR. Y concluye: "Sin ninguna duda, la cuestión italiana se ha convertido en el desafío más grande de Europa desde que los británicos decidieron votar a favor del Brexit".
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