Dreyfus todavía perturba a Francia
Aniversario: mañana se cumplen 100 años de la publicación de "J´accuse...!", escrita en defensa del capitán francés.
PARIS.- Por unos minutos, la plana mayor del establishment francés, con el presidente Jacques Chirac y el primer ministro, Lionel Jospin, a la cabeza, dejará mañana sus diferencias de lado para rendir homenaje tanto a la víctima de una injusticia como al hombre que tuvo el coraje de salir en su defensa.
Mañana se cumplirán cien años de la publicación de "J´accuse...!" (ºYo acuso...!), la primera plana más famosa en la historia del periodismo y la de mayor repercusión en un planeta libre de las telecomunicaciones.
Fue escrita en defensa de Alfred Dreyfus, un capitán del ejército francés acusado falsamente de espionaje, y formó parte de una carta abierta de 39 páginas dirigida al presidente de la República Félix Faure, donde su autor, así como de "Germinal" y "La bestia humana", Emilio Zola, denunciaba con nombre y apellido al establishment del momento.
Aun cuando temía que su redactor hubiera exagerado la nota, el editor del periódico L´Aurore, Georges Clemenceau, ignoró los riesgos judiciales, publicó el material con el legendario título a seis columnas y multiplicó por diez el número habitual de ejemplares. Tan de cerca había seguido el público francés el "affaire" Dreyfus que las 300.000 copias se vendieron en tres horas.
Un siglo más tarde, los franceses siguen hablando del caso como de una herida abierta. El juicio del funcionario del régimen de Vichy (y más tarde De Gaulle), Maurice Papon, dio nueva vida a los argumentos esgrimidos por Zola en un país donde el nacionalismo de Jean Marie Le Pen gana cada día más adeptos.
Por más que fue motivo de más de un centenar de libros, la verdad es que el escándalo ocurrido en el último fin de siglo sigue siendo en Francia un tema delicado. Hasta mediados de los años setenta, las estaciones de radio y televisión tenían prohibido mencionarlo y hace sólo dos años un artículo publicado en una revista militar todavía cuestionaba la campaña en favor de Dreyfus y sugería que el capitán había sido en cierta forma culpable.
No fue hasta septiembre de 1995 que el ejército francés declaró oficialmente su inocencia.
Atmósfera de paranoia
Algunos no ven muchas diferencias entre la atmósfera de paranoia que vivía Francia en aquella época y la que demuestra por momentos ahora frente a la inmigración que llega a sus costas.
Entonces, sin embargo, todavía estaban frescos los recuerdos de la humillante derrota frente a los alemanes en Sedan, en 1870 y los horrores de la Comuna en 1871 (donde 30.000 parisinos murieron en una semana, cifra superior a todos los decapitados durante la Revolución).
El antisemitismo había sido fomentado por la publicación en 1886 de "La France Juive" (Francia Judía) que mereció 150 ediciones y que daría a su autor, el periodista Edouard Drumont, piedra libre para utilizar su venenosa pluma contra Dreyfus. La hostilidad contra los judíos también se había acentuado por el "affaire de Panamá", un escándalo de corrupción financiera.
En ese clima, Dreyfus cometió el "crimen" de haber nacido en Alsacia (una provincia que todavía muchos franceses consideran parte de Alemania), ser rico y probablemente el único judío que logró formar parte del Estado Mayor. Esto último sería el peor de los pecados a los ojos de sus superiores cuando se les hizo necesario culpar a alguien de haber pasado secretos de Estado a los agregados de defensa de las embajadas alemana e italiana. El 15 de octubre de 1894, el capitán fue ordenado a reportarse con ropa civil al Ministerio de Guerra. Allí, un mayor que nada sabía de grafología comparó su escritura con la del supuesto espía y decidió que era la misma. Al día siguiente, Drumont publicaba la noticia en el periódico "Libre Parole" bajo el título "El traidor judío Alfredo Dreyfus fue arrestado".
Tras un humillante rito de degradación en el patio del Ecole Militaire, y en el mismo día que Oscar Wilde era encarcelado en la prisión de Reading, Dreyfus fue enviado a cumplir su condena de por vida a la isla del Diablo, en la Guyana francesa. Tenía entonces 35 años.
Otro espía
En marzo de 1896, mientras él sufría física y mentalmente (repitiendo constantemente la frase de Schopenhauer "Si Dios creó el mundo, preferiría no ser Dios"), el nuevo jefe del departamento de contraespionaje francés, coronel Marie-Georges Picquart, obtuvo pruebas de que el verdadero espía era el mayor Marie-Charles Ferdinand Esterharzy, un jugador empedernido a quien el agregado militar alemán había ayudado a salir de sus deudas a cambio de "material sensible".
Al transmitir la noticia a sus superiores, Picquart fue trasladado a un puesto en Túnez. El oficial que había acusado a Dreyfus, Joseph Henry, temeroso de que esto no fuera suficiente fabricó documentos que involucraban a Picquart en una conspiración sionista. El coronel fue echado de inmediato del ejército.
En noviembre de 1897, el hermano de Dreyfus, Mathieu, acusó formalmente a Esterharzy de traición. Seguro de su posición, el mayor se presentó voluntariamente el 11 de enero de 1898 ante una corte marcial que en tres minutos lo declaró inocente.
Dos días más tarde, tras un almuerzo con el presidente del Senado, Auguste Scheurer-Kestner, que le pasó todos los detalles del caso, Zola publicó "J´accuse...!". Su indignado artículo cayó como bomba en la sociedad francesa, fracturándola de una forma de la que que muchos creen jamás logró recuperarse.
Del lado de los "dreyfusianos" se encontraban los pintores Manet, Pizarro y Monet, los escritores Marcel Proust, Alphonse Allait, Anatole France y Mallarmé. Entre los "anti-dreyfusianos" Cézanne, Rodin, Renoir, Degas, los poetas Rimbaud, Mistral, Valéry y hasta Julio Verne.
La cuestión fue motivo de tantos duelos y disputas callejeras que era un hábito colocar en las invitaciones a cócteles y cenas la frase "por favor, no hablar del affaire".
Zola fue juzgado por calumnias y condenado a un año de prisión. La sentencia fue anulada, pero la amenaza de un nuevo juicio lo llevó a exiliarse en Inglaterra. En agosto de ese año, un oficial descubrió la falsedad de los documentos suministrados y Henry se suicidó cortándose el cuello, pero protestando su inocencia. El incidente llevó a que Dreyfus fuera rejuzgado en Rennes, pero la corte militar volvió a condenarlo, esta vez con "circunstancias atenuantes", a 10 años de prisión. Los 300 periodistas extranjeros presentes hicieron que el juicio fuera el hecho más reportado en el mundo.
El 19 de septiembre de 1899 el nuevo presidente de la República Emile Loubet decretó un perdón en favor de Dreyfus y semanas más tarde una ley de amnistía permitió a Zola regresar a su tierra.
Asesinato, no accidente
Pero no todo terminaría allí. El escritor siguió recibiendo numerosas amenazas y hoy se sabe que su muerte (envenenado por monóxido de carbono mientras dormía en su hogar en 1902) no fue un accidente sino un asesinato. En 1953, un viejo suscriptor del periódico Libération confesó haber escuchado a un amigo ingeniero de calefacción haber dicho en su lecho de muerte, en 1927, que había obstruido la chimenea del hogar de Zola para impedir la circulación de aire fresco. Esta versión, considerada durante décadas como "sin fundamentos", hoy es aceptada por la mayoría de los historiadores.
Dreyfus pasó cuatro días en silencio junto al cadáver de Zola y también estuvo presente cuando, en 1908, los restos del escritor fueron trasladados al Panteón. Unos 5000 nacionalistas interrumpieron la ceremonia y un periodista, Louis-Antheme Gregori, disparó dos tiros contra Dreyfus hiriéndolo en un brazo.
Esterharzy, que nunca fue buscado por sus crímenes, se mudó a Inglaterra donde trabajó como periodista bajo el seudónimo de Fitzgerald. Murió en 1923 y todavía es posible verlo enterrado en Harpenden bajo el nombre de "conde Jean-Marie de Voilement".
Clemenceau se convirtió en premier en 1906 y se dio el gusto de nombrar a Picquart ministro de Guerra. Dreyfus fue reintegrado al ejército, peleó en la Primera Guerra Mundial y ganó en 1919 la Legión de Honor. Constantemente perseguido por terroristas nacionalistas, murió en 1935 con su nombre todavía manchado por un crimen que jamás cometió.
Por Graciela Iglesias
(Corresponsal en Europa)
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