Dramático relato de un argentino en la liberación de París
Josset viajó desde Tucumán para pelear
MADRID.- Tiene 80 años y sabiduría como para afirmar, entre silencios, que aún en la más heroica de las gestas el sabor del recuerdo es agridulce y nunca de un solo signo.
Se llama Benjamín Josset; es de familia francesa, pero tucumano (del Jardín de la República, dice, con acento francés). Y cuando era poco más que un muchacho, comandó su blindado en la mítica División Leclerc, la misma que combatió en la batalla de Normandía y que hace hoy sesenta años, bombardeaba las defensas alemanas de París para lograr, un día después, la entrada triunfal, con el general Charles de Gaulle a la cabeza del Paseo de la Liberación por los Campos Elíseos; entre vítores y el grito ilusionado de la multitud: "La guerre est finie!".
De ese día él recuerda especialmente el sonido inolvidable de las campanas de Notre Dame, tañendo por la libertad. Yo sentí que sonaban también por un sueño personal que había comenzado en mi pueblo, al pie de la cordillera?" Era difícil no llorar.
Llegamos a este ex soldado a través del parisiense museo Jean Moulin, el mismo que lleva el nombre del legendario jefe de la resistencia francesa. El jueves pasado Josset fue condecorado ante la Alcaldía de París. Y ayer nos atendió por teléfono en la Mansión del Veterano, donde trabaja como voluntario y -dice- "pago la culpa que nunca abandona al soldado: la de haber sobrevivido entre tantos compañeros muertos".
De La Ramada
Esa es parte de la historia. La otra es la del comienzo: ¿Cómo llegó este tucumano, oriundo del poblado de La Ramada, a combatir con los aliados?
"Era apenas un muchacho. Tenía 16 años cuando, en 1940, me enteré de la entrada de los nazis en París, y lo tomé como una ofensa personal, algo contra lo que había que luchar. Dije a mis padres que me iba. Ellos se enojaron pero yo seguí adelante. Llegué a Buenos Aires, mentí sobre mi edad y de allí partí, en barco, al largo cruce del Atlántico, con enormes rodeos para evitar a los submarinos alemanes", dice.
Desembarcó varias semanas después en Glasgow. "Allí formamos frente a De Gaulle. El tuvo palabras de emoción al ver que había jóvenes sudamericanos entre los que se sumaban a la resistencia. Lo decía también por un paraguayo que estaba conmigo, junto con dos franceses y dos ingleses", recuerda.
No tenía instrucción ni sabía lo que era disparar un fusil. Y, más aún, tampoco sabía francés: "Al principio no soltaba un diccionario".
Fue trasladado al norte de Africa, donde se sumó a la novena, tal como habla de su compañía, en la que compartió filas con numerosos españoles del derrotado ejército republicano.
"No me gusta hablar mucho de todo eso. Lo que sí puedo asegurarle es que no encontrará nunca en la historia ni en la leyenda algo que se parezca a esa aventura por la libertad. Si algo daba orgullo era estar a las órdenes de jefes como aquellos, que luchaban convencidos y hacían que uno entendiera y aprendiera rápido. Era un honor estar allí y había que ganárselo", dice.
El otro gran golpe fue Normandía, el comienzo de la derrota alemana. Y allí, precisamente, es donde comienza lo agridulce de su recuerdo. "Vi tanta muerte, compañeros que ardían dentro de sus tanques sin que yo pudiera hacer nada? Y luego, la población civil, los viejitos sin tener dónde ir, los chicos? todos entre ruinas?", recuerda.
Luego fue el lento avance hacia París. "Lento?, tan lento, que cuando más tarde nos enviaron en misión al campo de concentración de Dachau, en Alemania, y encontré compañeros de mis primeras armas, presos, convertidos en poco más que huesos? lo primero que me dijeron fue: «¿Por qué tardaron tanto?». No se explicaban cómo, después del desembarco en Normandía, habíamos tardado tanto en avanzar", manifiesta.
La última misión
Pero lo que empuja la charla es la liberación de París. "Muchos afirman que fue un paseo, que la ciudad estaba ya ganada y que fue más que nada una fiesta. Se equivocan: no fue así. La novena perdió 160 hombres en ese asalto final, chocando contra el cinturón alemán, protegido con artillería antitanques", dice.
Su última misión en esa contienda fue -hoy por la noche- hace sesenta años. "El disparo de cañones terminó a diez kilómetros del centro de la ciudad? y fueron los diez kilómetros de la gran avanzada final", expresa.
Luego fue la entrada. Las sirenas. La confusión de los parisienses asustados que pensaron que no eran los aliados, sino fantasmas del ya derrotado ejército alemán los que avanzaban. Hasta que sonaron los primeros vítores y el primer corcho de algún beaujolais atesorado para el momento tan esperado. París era liberada y cobraba todo su sentido el discurso de De Gaulle, que llamaba desde Londres a resistir.
Hoy, todo es recuerdo y homenaje. "Llevamos días de fiesta en París y aquí, en la Mansión del Veterano, de mucha emoción. Son también días para recordar a los 50 millones de personas que murieron en esa guerra. Y le aseguro que no hay victoria capaz de conseguir que uno olvide que también fue parte de eso", dice, sentido, este tucumano al que no le gusta hablar de medallas.
Hoy reside de nuevo en París. Es padre de tres hijos y abuelo de varios nietos. Y hace más de sesenta años tuvo un sueño de libertad al pie de los cerros cordilleranos.
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