Dos hombres en pugna
EN la investidura del presidente de Costa de Marfil, Alassane Ouattara, el único jefe de Estado occidental vitoreado resultó ser Nicolas Sarkozy. En la lista de invitados de la ex colonia francesa, recién salida de una guerra civil que se saldó con más de mil muertos, figuraba otro francés. Era Dominique Strauss-Kahn. No pudo asistir. Había pasado una noche en una comisaría de Harlem y cuatro días en la prisión de Rikers Island. Se aprestaba a cumplir con el arresto domiciliario, que terminó siendo de un mes y medio, en un lujoso departamento de Manhattan.
DSK, como suelen llamarlo sus compatriotas, era un cadáver político. De Sarkozy nunca ha sido amigo. Apenas estalló el escándalo con la mucama guineana en el hotel Sofitel, de Nueva York, la prensa francesa dejó trascender una presunta reflexión del presidente: "Yo se lo había advertido". Dejó trascender, también, una presunta confesión del ex director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre su debilidad por las chicas y el dinero.
Sarkozy y DSK están en las antípodas ideológicas, pero cultivan las mismas relaciones en el establishment. Son amigos de los popes del CAC40, las 40 firmas top que se cotizan en la Bolsa de París.
En 2007, tras ganar las presidenciales, Sarkozy sorprendió a todos con su respaldo a la nominación de DSK para el FMI. Pudo ser un gesto o un respiro. Aceitaba el traslado a Washington de su principal adversario y, de ese modo, privaba de un líder carismático al opositor Partido Socialista. Hasta el escabroso encuentro con la mucama, el 14 de mayo, el ahora defenestrado economista era el único capaz de presentarle batalla en las elecciones de 2012. El Elíseo quiso ser cauto, más allá de los trascendidos: impuso como máxima la presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario.
En principio, DSK no podía zafar del brete en el que se había metido, pero la mucama sembró dudas hasta entre los fiscales de Nueva York con las contradicciones en las que incurrió durante su declaración. ¿Pudo haber sido consentido el contacto en la suite 2806? Le Monde y Libération señalaron que DSK estaba obsesionado semanas antes del peor día de su vida con la posibilidad de ser víctima de un complot.
No lo ayuda su historial. En 2008, el consejo de administración del FMI lo culpó de "un serio error de juicio", no de abuso de poder, en la relación extramarital que mantuvo con una subordinada, la economista húngara Piroska Nagy. Era el año de la crisis global. Un flaco favor le hizo a su reputación, mancillada por las sospechas, ahora investigadas en París, de un intento de violación de la periodista Tristane Banon durante una entrevista realizada en 2003.
Los franceses supieron de las aventuras de François Mitterrand y Jacques Chirac. Son más tolerantes y menos puritanos que los británicos y, a pesar de John F. Kennedy y Bill Clinton, que los norteamericanos, pero este tipo de revelaciones no suele ser a priori de la campaña, sino a posteriori de la gestión.
Le Figaro, haciéndose eco del recelo habitual de los franceses contra los norteamericanos desde los tiempos de De Gaulle, ha tildado a la mucama de "interesada y fabuladora" por sus "relaciones inverosímiles" con un narcotraficante preso y sus mentiras para obtener asilo en los Estados Unidos.
"Entonces, ¿cuál es la moraleja de este cuento de inmoralidad de Manhattan? -se pregunta Maureen Dowd en The New York Times-. ¿Que los franceses siempre tienen razón, aunque su altivez sea irritante?"
El fiscal Cyrus Vance hijo habrá sentido que se le movía el piso al corroborar que el relato de la víctima era falso. Sarkozy acusó recibo con su silencio de la decisión de DSK de regresar a Francia como Edmond Dantès, el conde de Montecristo, después de ser vilipendiado por propios y extraños.
Con su otra pasión, el dinero, DSK tiene otro problema: no concuerda con los ideales socialistas. Si bien la fortuna es de su mujer y mentora, la ex periodista y multimillonaria Anne Sinclair, el festejo después de haber sido liberado bajo palabra pudo haber sido menos ostentoso: cenaron con otra pareja en un selecto restaurante italiano de Manhattan por unos 600 dólares. Los franceses pudieron interpretarlo como un insulto. Quizá del mismo tono que el proferido por la nueva directora gerente del FMI, Christine Lagarde, ex ministra de Sarkozy, al aumentarse en forma descarada su sueldo, en un 11 por ciento, antes de ocupar su escritorio.
Después de haber sido el político más valorado de Francia con un 63 por ciento de adhesión, DSK araña ahora menos de la mitad de aquella popularidad. Seis de cada diez franceses, la misma proporción que antes se inclinaba por él, prefieren que no sea candidato, según los sondeos. De ser exculpado del delito de violación, ¿podrá ganar las primarias y alcanzar el Elíseo? En ese caso, ¿cómo explicará su irresponsabilidad al arriesgarlo todo por una relación casual? Le hubiera ido mejor con Sarkozy en Costa de Marfil.
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