Dos guerras incómodas e ignoradas
PARIS.- Los políticos tienden a vaciar sus discursos de toda alusión a los problemas serios, demostración, algunas veces, de su imperdonable ignorancia.
Por ejemplo, el candidato republicano a la vicepresidencia norteamericana, Paul Ryan, piensa que "ahora es el momento de asegurarnos el éxito que está a nuestro alcance" en Afganistán. El comentario de Ryan parece pedir que lo completen con un reclamo de retiro de Afganistán ahora mismo, demanda que podría sacudir la campaña presidencial.
Sin duda, en Washington hay miles de personas que, vinculadas o no con el gobierno, piensan que "el éxito" en Afganistán está "a nuestro alcance", ya que la administración de Barack Obama, así como antes la de George W. Bush, se han ocupado de repetirlo muchas veces. Pero ahora se nos informa que los instructores de la OTAN asignados al entrenamiento de las unidades afganas tendrán "ángeles guardianes" armados que protegerán a los instructores de sus alumnos. Ahora los talibanes hasta les disparan a los aviones del aeropuerto de Kabul que utilizan los comandantes norteamericanos que llegan de Washington.
¿El presidente Obama estará de acuerdo con Ryan sobre la necesidad de asegurarnos ahora mismo la victoria?
Probablemente no, pues ha elegido seguir durante seis años más, hasta 2014, la guerra que heredó al asumir en 2008. Es posible que Obama tenga ante sus ojos evidencias de que la victoria ni siquiera estará cerca en 2014, pero lo ha repetido tantas veces que se convirtió él mismo en un rehén de guerra. Obama piensa que no puede parar todo y retirar a las fuerzas de Estados Unidos y sus aliados sin más ni más. Piensa que se vería mal.
Aunque ya terminó, la guerra de Irak se transformó en un tema incómodo para ambos partidos políticos. La invasión ordenada por Bush dejó un saldo de muertes que, según diversas estimaciones, van de 150.000 a 400.000, si no más. En diciembre de 2011, el jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, el general Martin Dempsey, dijo que en Irak se pagó "un precio muy alto, un precio que valía la pena pagar". ¿En serio? Hoy, mientras Irak se desliza nuevamente hacia el caos y ya está bajo la órbita de Irán, nadie se atrevería a hacer semejante afirmación.
Es peor todavía: a nadie, ni en Estados Unidos ni en los países aliados, le importa nada, salvo a los familiares de las víctimas. Y eso también será cierto para el caso de Afganistán, cuando termine. O cuando sea reemplazada por una guerra contra Irán.
Los candidatos Mitt Romney, Paul Ryan, Barack Obama y Joseph Biden proclaman a coro que si las circunstancias acompañan, los cuatro están más que dispuestos a dejarse chantajear por el premier israelí, Benjamin Netanyahu, para repetir la misma historia, esta vez contra Irán. Y exactamente por la misma razón por la que Estados Unidos invadió Irak: la crédula o apresurada aceptación de las mentiras acerca de inexistentes armas de destrucción masiva. Esas mentiras que protegen intereses nacionalistas, individuales, políticos y comerciales son la segunda razón que explica la escasez de verdades en el discurso de los políticos.
Una de las instancias obvias de esa propensión de Washington a mentir en función de intereses propios, organizacionales y políticos, es la propagación burocrática de amenazas que benefician a un organismo oficial. Para el Pentágono, por ejemplo, es indispensable que existan poderosas y hostiles fuerzas militares extranjeras.
Al columnista Jonathan Power le llaman la atención dos frases publicadas recientemente.
La primera proviene de esa criatura monstruosa y hostil para con los ciudadanos que pergeñara George W. Bush, el Departamento de Seguridad Interior de los Estados Unidos, organismo para el cual los terroristas "han demostrado ser incansables, pacientes, oportunistas y flexibles". La segunda frase apareció en la publicación mensual International Security, de la Universidad de Harvard, en un artículo de John Mueller y Mark Stewart referido al proceder terrorista después del 11 de Septiembre, y dice que los terroristas "demostraron ser incompetentes, ineficaces, ignorantes, inútiles, desorganizados, improvisados y chapuceros".
Las mentiras son comunes en los medios, y en algunos casos son deliberadas y calculadas para volcar a la opinión pública a favor de intereses individuales o corporativos, pero muchas veces son ociosas, obtusas, o destinadas a adular a las partes o funcionarios de gobierno interesados, o son directamente el resultado de la intimidación que ejercen esas personas.
Traducción de Jaime Arrambide
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