Dos geeks resuelven el misterio de las muertes por Covid en Ciudad de México
Formaron equipo para determinar un posible subregistro de fallecimientos en la capital antes de que las cifras oficiales fuesen publicadas
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CIUDAD DE MÉXICO.- El misterio se conoció a principio de la pandemia. Los hospitales estaban atestados de víctimas del coronavirus, pero el conteo oficial de muertos de Ciudad de México parecía sospechosamente bajo. Una tarde, sentada con su notebook a la mesa del comedor, Laurianne Despeghel, una consultora económica de 31 años, fue cliqueando uno por uno sobre los gráficos, devanándose la cabeza para tratar de revelar el índice real de fallecidos.
“Creo que los datos existen”, le mensajeó a Mario Romero Zavala, un amigo también fanático de las matemáticas. Laurianne había escuchado que los certificados de defunción eran almacenados en una base de datos del registro civil de la ciudad, al que no sería fácil acceder. Un día después, Mario le mandó un mensaje: se le había ocurrido una idea. “Me tengo que apurar”, le escribió el desarrollador de software de 37 años. “Creo que para mañana a la mañana vamos a tener los datos.”
“WOW!!!”, le escribió Laurianne, entusiasmada.
Y así empezó un juego del gato y el ratón con el gobierno mexicano que duraría casi un año y que catapultaría a Mario y a Laurianne al primer plano de la escena nacional. Pocos días después de su conversación, llegaron a la conclusión de que en los primeros cinco meses de 2020 en la capital de México habían muerto unas 8000 personas más que en el mismo periodo del año anterior. Para febrero 2021, ya llevaban contado un excedente de 83.235 fallecidos, más del doble de los muertos por Covid-19 reconocidos por el gobierno.
En todo el mundo hay detectives-ciudadanos tratando de descubrir desde hace meses el verdadero número de víctimas de la pandemia, y a medida que la cifra de fallecidos se fue disparando, ellos han expuesto a los gobiernos que han sido lentos o no han querido informar sobre la verdadera magnitud de la tragedia.
A mediados del año pasado, en Irán, los periodistas del servicio persa de la BBC obtuvieron datos que mostraban que las muertes por coronavirus eran casi tres veces el número publicado oficialmente. En Nicaragua, una organización civil contó más de 3000 muertes con síntomas de Covid-19: en ese momento, el conteo oficial era de 179.
Hasta los países democráticos desarrollados tienen problemas por mantenerse al día con las cifras de muertes por Covid, problemas que van desde la falta de test confirmatorios hasta diagnósticos incorrectos y sistemas de registro de defunciones demasiado lentos. Para hacerse una idea más acabada del número real de víctimas de la pandemia, ahora los científicos están recurriendo al “exceso de mortalidad”, la diferencia en el total de muertes en comparación con años anteriores. Eso incluye a personas muertas por Covid-19 y a sus víctimas indirectas, por ejemplo, los pacientes con otros problemas médicos que murieron al no poder recibir tratamiento porque los hospitales estaban desbordados por el coronavirus.
Calcular las muertes en México ha sido particularmente complicado. La respuesta a la pandemia estuvo dirigida por científicos altamente capacitados, incluida la alcaldesa de izquierda de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, que tiene un doctorado en ingeniería energética. Esos funcionarios elaboraron informes detallados de mortalidad, pero los publicaron mucho después de los hechos, mientras que los reportes de muertes por Covid que difundían día a día eran mucho más bajos. Eso alentó la sospecha de que el gobierno mexicano está ocultando la magnitud del desastre.
En todo el mundo, el recuento de muertes por Covid-19 no solo se convirtió en una constante en las pantallas de televisión y en los titulares de los periódicos, sino también en un barómetro clave de la crisis sanitaria más profunda que vive el mundo en más de un siglo. Rara vez una única cifra ha tenido tanto poder para influir en la opinión pública o para guiar la política de un gobierno. O eso pensaron Laurianne Despeghel y Mario Romero Zavala, una entusiasta del bitcoin y un emprendedor tecnológico, cuando se conocieron en un grupo de chat de WhatsApp, en mayo del año pasado.
“Nos propusimos encontrar ese número, para que no quedara en el aire”, dice Laurianne.
La primera pista provino de un informe de una organización civil, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, emitido el 18 de mayo pasado. Allí los investigadores revelaron que en Ciudad de México se habían producido al menos 4577 muertes confirmadas o presuntas por Covid-19, tres veces la cifra oficial. La fuente de datos era un archivo de certificados de defunción que se había filtrado. Para confirmar la autenticidad de los documentos, compararon una muestra con el registro civil de la ciudad, utilizando una función de su sitio web que permitía obtener copias de los certificados de defunción.
Al día siguiente de su difusión, Laurianne estudió el informe del grupo sentada en su departamento. Desde su infancia en Francia amaba las matemáticas, por su orden y su disciplina, y conoció a su esposo mexicano en la Escuela de Economía de Londres. “Lo mío son los números”, dice Laurianne. Ahora, en la tarde de ese martes, estaba examinando cómo habían hecho los investigadores de esa asociación civil contra la corrupción para penetrar en la base del registro civil. Simplemente habían escrito los números de un certificado de defunción, y les aparecía, algo parecido a descargar una tarjeta de embarque con el número de confirmación del vuelo.
“El problema es que necesitas la información de cada uno de los certificados de defunción”, le dijo entonces Laurianne a Mario.
Pero a Mario eso no le impedía jugar con el sitio, así que empezó a ingresar números. Hijo de un ingeniero, Mario estaba fascinado con Internet desde que era chico, y se pasaba las calurosas tardes de su Yucatán natal frente a la computadora de escritorio de su familia. Su primer amor no fueron las matemáticas, sino Final Fantasy VII. Pero un sitio como la página del registro civil implicaba otro tipo de desafío.
“Estoy realmente intrigado”, le texteó Mario a Laurianne esa tarde, a las 17:09 hs.
Tres minutos después, se dio cuenta de algo extraño. Los certificados de defunción estaban emitidos en orden ascendente por cada una de las 52 oficinas de registro civil de la ciudad, a partir del No. 1 en 2020. “Si fue decisión del programador, fue un error de novato”, advirtió Mario. Y entonces se dio cuenta: lo único que tenían que hacer era identificar el certificado que tuviera el número más alto en cada oficina. Al sumarlos, tendrían el número de muertos en la Ciudad de México.
Un algoritmo podía hacer ese trabajo. Romero Zavala, graduado del prestigioso Instituto Tecnológico de Monterrey, México, lo programó rápidamente: el algoritmo actuaría como un ciudadano que busca la copia de un certificado de defunción, pero bombardearía el sistema con conjeturas cada vez más refinadas sobre los números.
Cinco días después, un domingo a la tarde, Sebastián Garrido —editor del blog de datos de la revista mexicana Nexos— miró su correo electrónico y encontró un mail de dos jóvenes expertos en datos de los que nunca había oído hablar, pero cuyo discurso lo sorprendió. Romero Zavala y Despeghel habían encontrado un excedente de 8072 muertes en Ciudad de México desde enero hasta el 20 de mayo, mientras que el gobierno había confirmado solo 1832 muertes por Covid-19. “Ninguna otra fuente de información se acercaba a ese número”, recuerda Garrido. Lo publicó en su blog el 25 de mayo y de inmediato la información estalló en las redes sociales y se propagó a toda la prensa mexicana e internacional.
Dos días después, cuando Mario volvió a intentar ingresar al sitio del registro civil, fue recibido con un captcha, una de esas casillas de “No soy un robot” destinadas a bloquear usuarios automatizados. A partir de ese momento, Mario y Laurianne tendrían que elaborar a manos sus actualizaciones de datos para Nexos. Para el 7 de junio, habían encontrado un excedente de 17.310 muertes en la ciudad, cifra que saltó a 22.705 para fines de junio. A finales de agosto, el total se había disparado a más de 31.000.
José “Pepe” Merino, de 46 años, dirigía la agencia de datos de la Ciudad de México. “Homosexual, ateo, socialista, politólogo”, declaraba en su biografía de Twitter. Merino fue un abierto defensor de la transparencia en un país aún bajo la sombra de un pasado autoritario. Como académico, fundó en 2016 el blog de datos de la revista Nexos. Al año siguiente, dirigió un audaz esfuerzo para extraer información de 32.000 personas desaparecidas de una base de datos del gobierno. Luego abrazó el movimiento de izquierda de Andrés Manuel López Obrador, que en 2018 llegó a la presidencia.
Merino estaba orgulloso de su trabajo de vanguardia. Al comienzo de la pandemia, su agencia dio a conocer pruebas y hospitalizaciones de Covid-19 en un sitio web de conteo de casos, “la primera base de datos de este tipo en el país”, dijo entonces Merino en una conferencia de prensa. Pero las cifras sobre el exceso de mortalidad de la ciudad quedaron rezagadas. Los funcionarios estaban trabajando con una compleja metodología y analizando la edad, el género y la causa de la muerte. “No es lo mismo que tirar información en un blog”, recalcó Merino. Finalmente, dos meses después de la publicación del artículo de Nexos, apareció el primer informe de la ciudad: las cifras totales de muertes difieren en menos de un 2% de las encontradas por Romero Zavala y Despeghel.
En agosto, la ciudad publicó su base de datos completa de muertes, sin identificaciones. “Eso es algo que normalmente hay que esperar dos años” hasta que el gobierno lo elabore, dijo Merino.
De hecho, no solo México avanzó muy lentamente en el procesamiento de las estadísticas de muerte. “Los datos de mortalidad son una especie de gran agujero negro en todo el mundo”, dice Andrew Noymer, epidemiólogo de la Universidad de California en Irvine, especializado en las tasas de mortalidad en pandemias. Hasta los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) solían demorar meses en compilar las estadísticas de mortalidad. A medida que aumentaron los casos de coronavirus, los CDC redujeron ese plazo a una semana.
En México, los datos fueron especialmente cruciales. El conteo de muertes por Covid-19 que se anunciaba cada día era muy bajo debido a la escasez de test post mortem y una gran cantidad de decesos que se producían en los hogares. Pero en octubre, Romero Zavala y Despeghel decidieron dejar de publicar sus actualizaciones de datos. Pensaron que no había necesidad de su labor detectivesca, que les consumía mucho tiempo. La ciudad se había comprometido a actualizar semanalmente sus datos de mortalidad.
Poco antes de Navidad, Laurianne y Mario volvieron a ingresar a la página web de exceso de mortalidad de la ciudad. Una ola récord de contagios azotaba en ese momento la ciudad. Pero para su asombro, hacía casi un mes que no había actualizaciones. Y el registro civil ya no funcionaba online.
“¿Puede explicarme por qué el sitio no funciona más?” le tuiteó Mario a Merino, quien respondió que los servidores estaban sobrecargados y estaban en reparaciones. En cuanto a las actualizaciones semanales, los funcionarios de la ciudad dijeron que procesar la información resulta demasiado complicado para hacerlo a tal velocidad. “Nunca hemos ocultado o modificado información”, tuiteó Merino.
El retraso era solo uno de los problemas. Los informes de la ciudad también pintaban constantemente una imagen relativamente optimista, centrándose en la disminución de las muertes después de un primer pico de coronavirus en mayo pasado. Romero Zavala y Despeghel notaron un patrón más inquietante. A diferencia de Nueva York o Madrid, las muertes en Ciudad de México no se desplomaron después del pico inicial de la pandemia, sino que los números se estacionaron. La capital se quedó estancada en un nivel de muertos de al menos un 50% más de lo normal, semana tras semana, según revelaron sus informes en Nexos.
En un artículo académico publicado en marzo, los científicos de máximo nivel del gobierno mexicano básicamente confirmaron esa tendencia. Las tasas de mortalidad en México, dijeron los expertos, se habían mantenido muy altas durante meses, en comparación con otros países. Las autoridades atribuyen la elevada mortalidad a la densidad poblacional de la región metropolitana de México, a comorbilidades generalizadas, como la diabetes y la hipertensión, y a la necesidad de la gente pobre de salir a trabajar. Los críticos le apuntan a la falta de test y de apoyo financiero para que las personas puedan quedarse en sus casas.
De cualquier manera, el resultado fue devastador. Durante 2020 y las primeras nueve semanas de 2021, según informes del gobierno, el país, con Ciudad de México a la cabeza, tuvo un pasmoso exceso de mortalidad de 444.722 fallecidos más de lo habitual.
Merino dice que es injusto considerar las muertes en general en la capital, ya que hasta el 30% de los que murieron por el coronavirus en los hospitales capitalinos eran pacientes provenientes de otros estados. Y negó que la Ciudad de México tuviera la tasa de exceso de mortalidad más alta del mundo, como sugerían los artículos de Nexos. “Están ignorando por completo los cientos de ciudades que no difunden datos”, dice Merino. De hecho, incluso algunos países importantes, como la India, donde el brote actual bate récords mundiales, no llevan estadísticas de exceso de mortalidad.
En enero, Mario estaba frustrado. Él y Laurianne habían reanudado sus posteos habituales en Nexos. Pero “cada semana es más difícil informar las cifras”, tuiteó Mario. Quizás su trabajo haya impulsado al gobierno a ser un poco más transparente, pero en México no hubo cambios importantes en las políticas de respuesta al coronavirus. “Para ser honesto, lo que me motiva ahora es la bronca”, tuiteó.
Luego, en marzo, en el portal del registro civil aparecieron dos nuevos recuadros: para obtener un certificado de defunción, ahora había que escribir el nombre y apellido del fallecido. Mario y Laurianne ya no tenían modo de ingresar. Nunca habían buscado la identidad de los muertos, solo los números. Pero a los funcionarios les inquietaba su acceso a la base de datos.
Después de 10 meses, la colaboración entre Laurianne y Mario llegó a su fin. También era el fin de una era para la Ciudad de México: por primera vez en casi un año, la capital registró tres días seguidos sin exceso de mortalidad. Los famosos jacarandás de Ciudad de México se iban cubriendo de púrpura y los exhaustos vecinos de las capital salieron de un confinamiento que había empezado antes de Navidad. La pandemia se había calmado, por ahora.
Traducción de Jaime Arrambide
The Washington Post
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