Dos ganadores y un gigante derrumbado en el nuevo mapa español
MADRID.- Tan óptima es la victoria del socialista Pedro Sánchez como brutal la derrota de su hasta ahora antagonista, el conservador Pablo Casado, del Partido Popular (PP).
Tan contundente el retorno del socialismo como primera e indiscutible fuerza política en España como apabullador el retroceso del PP y el reacomodamiento que ahora se abre en la derecha española.
Las dos suertes van juntas. Así como uno es el gran triunfador, el otro es el gran derrotado de una misma noche.
Combinados, los dos movimientos regalan una España que se fue a dormir muy distinta de la que había amanecido en el mismo día.
Hay otro ganador también, aunque a simple vista no tan estruendoso. El liberal Albert Rivera, de Ciudadanos, se probó exitoso en su discutida estrategia de salir a pelear el liderazgo de la derecha.
Era una apuesta arriesgada y la ganó al costo de fracturar el arco de la derecha en España. Pero hoy su partido, Ciudadanos, es tan referente de ese sector como lo era, hasta hace poco, el PP de Mariano Rajoy y de José María Aznar.
Rivera se cansó de que su partido fuera siempre una fuerza bisagra y salió a disputar el primer puesto del espectro de la derecha. Hoy puede hablar casi de igual a igual con quien, hasta anoche, lo miraba desde arriba.
La derecha está fracturada y, sumado a la irrupción de Vox, le costará encontrar una mínima armonía. Ese será el desafío del bloque -si es que se puede hablar de "bloque"- para el futuro próximo.
Esa fractura brutal forma parte del escenario con el que ahora el socialismo vuelve a la victoria de la mano de "Pedro, el afortunado", como le suelen decir al presidente.
Para empezar, no sólo porque el partido vuelve a ser la fuerza más votada en España sino porque, además, duplica en bancas a la que le sigue inmediatamente después. Un escenario como el que nunca se ha visto hasta ahora.
No le alcanza, claro, para gobernar por sí mismo. Necesitará pactos. Pero puesto en "modo negociación", que es lo que ocurre apenas se termina el escrutinio, tiene sobre la mesa, varias opciones para llegar al gobierno.
Y, lo que es mejor para su objetivo, en ninguno de los casos, dependerá del independentismo catalán más radicalizado para llegar a los 176 diputados necesarios para la mayoría. "El independentismo que no es confiable", como dijo días atrás.
Ese independentismo, el del expresidente regional Carles Puigdemont , ya no podrá extorsionarlo con la misma fuerza con que lo hizo en la anterior legislatura. Puede, Sánchez, buscar fórmulas alternativas para alcanzar el número necesario.
Podría Sánchez inclinarse por una negociación con la izquierda de Podemos, a la que debería sumar algunas fuerzas regionales, como el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y el independentismo catalán más pragmático para llegar.
Podría hacerlo y seguro lo conseguiría.
También podría, si lo desea, buscar una alianza con Ciudadanos. Matemáticamente, esa fórmula supera holgadamente la cifra requerida.
Está claro que Rivera, de Ciudadanos, hizo campaña precisamente con el veto a Sánchez y puso como "urgencia nacional" apartarlo de La Moncloa.
Es temprano para decirlo. Serán los días por venir los que abran las conversaciones. Pero conviene tener en cuenta que no es la primera vez que Rivera cambia de posición. En el pasado dijo que no apoyaría a Rajoy para su investidura como presidente y terminó haciéndolo.
Sea cual fuere el resultado, es una alternativa que el socialista podría explorar.
Suma al escenario que Vox llega al Congreso por primera vez con 24 escaños. De cero a 24 es un salto enorme. Un batacazo para una fuerza que carece de estructura.
Pero el número no significa capacidad alguna de presión en materia política. Vox estará allí y se hará oír, como han deseado sus votantes.
Su presencia no bastará para orientar ni para condicionar políticas. Tampoco para sumar con las otras fuerzas de que, incluso sumadas, quedan lejos de toda posibilidad de vetar políticas.
Sus votos son, aunque duela a su votante, inútiles.
Dos campañas fueron exitosas. La de Rivera, con la ambición de crecer en la derecha. Y la de Sánchez, con su latiguillo del "miedo a la derecha".
Al final, era más el miedo a la derecha... que la derecha misma.
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