Dos adversarios con más similitudes de lo que parece
De un lado, un septuagenario presidente norteamericano; del otro, un millennial dictador norcoreano. Pero ambos tienen armas nucleares y escarcean con una mezcla de amenazas y homenajes para desequilibrarse mutuamente. Hombres de pocas pulgas los dos, ambos abrazan el estilo de liderazgo de cortarse solos, son proclives a la grandilocuencia y están decididos a proyectar una imagen de macho alfa apenas se encuentren.
Ahora que Trump se prepara para la cumbre con Kim Jong-un, se advierten algunas coincidencias con el autoritario líder norcoreano: ambos son figuras poco ortodoxas y por momentos temibles, que desconfían del orden mundial establecido y que tienen sed de pasar a la historia.
En público, Trump ha etiquetado a Kim como "el hombrecito del cohete" y en privado con sus allegados dice que "es un loquito". Kim, por su parte, ha dicho que Trump está "chocho y mentalmente perturbado", calificativos que rondan la senilidad.
Sin embargo, los asesores dicen que Trump considera a Kim un actor racional, y en los últimos días el presidente norteamericano le ha regalado varios elogios gratuitos. Trump tiene confianza en poder negociar los términos de un acuerdo que permita que al despedirse, y más allá de las exigencias maximalistas, ambos sientan que obtuvieron lo que querían: para Trump, una promesa de paz y desnuclearización; para Kim, legitimidad global y prosperidad económica.
El presidente norteamericano confía en su impositiva personalidad y en la que considera su singular capacidad para medir y manipular a sus competidores. Para Trump, los detalles técnicos de las armas en cuestión son una trivialidad en comparación con la química interpersonal que siente que podría cimentar con su contraparte norcoreana y con la posibilidad de romper una gruesa barrera geopolítica.
Para la cabeza de Trump, el tono y la postura son tan importantes que predijo que sería capaz de determinar "desde el minuto uno" la verdadera disposición de Kim a deshacerse de sus armas.
Victor D. Cha -exfuncionario de la administración de George W. Bush que negoció con Corea del Norte y cuyo nombre dejó deslizar Trump como potencial embajador en Corea del Sur- dice que la cumbre de Singapur probablemente redefinirá la percepción interna que se tiene tanto de Trump como de Kim.
"Kim siente que tiene que probarse a sí mismo todo el tiempo, y en ese sentido hará lo que ningún otro líder norcoreano ha hecho, vale decir, comandar una audiencia con el presidente de Estados Unidos", dice Cha. "Y para Trump, es la única acción diplomática que está llevando a cabo actualmente a nivel internacional. Por lo demás, no hace otra cosa que salirse de acuerdos o aplicar sanciones económicas? Esta es la única chance que tiene de delinearse como un estadista", agrega.
Las conversaciones nucleares con Corea del Norte son la prueba definitiva para la visión que tiene Trump de la política exterior, y que implica que él puede lograr lo que ninguno de sus predecesores, pura y exclusivamente en virtud de su enfoque personalísimo de la diplomacia.
Una fuerza motivadora para Trump es el expresidente Barack Obama, que antes de que Trump asumiera le dijo que el mayor desafío geopolítico que enfrentaría en su presidencia sería Corea del Norte. Los funcionarios de la Casa Blanca dicen que el hecho de que Obama haya reconocido la gravedad de la amenaza y no haya podido resolverla no hizo más que potenciar el interés de Trump por encontrar una forma de persuadir a Pyongyang de abandonar su programa nuclear.
"Esto es algo que deberían haber resuelto otros presidentes", dijo Trump el jueves junto al premier japonés, Shinzo Abe.
Según los analistas, lo primordial para Kim -heredero de una dinastía comunista que está aislada de las democracias del mundo desde hace medio siglo- es garantizar la seguridad de Corea del Norte. Y su garantía de seguridad es justamente el arsenal nuclear que fueron desarrollando Kim, su padre y su abuelo. Pero Kim también anhela para su país el prestigio y las inversiones que acompañarían una flamante cooperación con Estados Unidos.
Por eso es que Kim y sus lugartenientes vienen estudiando de cerca a Trump desde hace meses, como forma de prepararse para la cumbre. Kim tiene alrededor de 30 años (su edad exacta es un secreto de Estado), asumió el cargo de líder supremo en 2011 y ha tenido escaso o nulo contacto con mandatarios extranjeros. En los últimos meses, viajó dos veces a China para reunirse con el presidente Xi Jinping, en parte, según los analistas, para informarse de lo que le esperaba en un encuentro cara a cara con Trump.
Daniel Russel, exdiplomático que negoció con los norcoreanos durante el gobierno de Obama, dice que los altos asesores de Kim tienen un conocimiento bastante completo de Estados Unidos.
"El equipo de Kim está repleto de veteranos negociadores con amplia experiencia con Estados Unidos, y queda más que claro que están investigando y estudiando a sus adversarios, mientras que el conocimiento en materia regional del equipo de Trump es notoriamente pobre", dice Russel.
Según los analistas, el verdadero peligro que enfrenta Trump es subestimar la capacidad de la delegación norcoreana para superar intelectualmente a los norteamericanos.
"Van pensando encontrarse con un hato de desarrapados, confiados en que pueden manejarlos como quieren y que alcanza con tratarlos medianamente bien", dice Cha. "Pero los norcoreanos van a encontrar la vuelta para poner sobre la mesa algo que a Trump le permita salvar su imagen, pero sin comprometerse del todo a desnuclearizar el país. Y quien no esté familiarizado con la historia de las negociaciones y todas sus triquiñuelas puede caer como un chorlito".
Traducción de Jaime Arrambide
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