Donald Trump, un terrible experimento
NUEVA YORK.- Amigos, acabamos de sobrevivir a algo locamente espantoso: cuatro años de un presidente sin vergüenza, apoyado por un partido invertebrado y amplificado por una cadena de noticias sin integridad, cada uno de los cuales bombeaba teorías conspirativas sin verdad ni asidero directamente a nuestros cerebros, a través de redes sociales sin ética, todo al calor de una pandemia que no da respiro.
Me maravilla que el sistema entero no haya volado por los aires, porque Estados Unidos realmente se había convertido en una inmensa caldera de vapor a punto de explotar. Lo que vimos la semana pasada en el Capitolio eran los bulones y las tuercas que empezaban a ceder. La salida de Donald Trump de la Casa Blanca y la pérdida de poder de sus facilitadores en el Senado apenas han llegado a tiempo para evitar la catástrofe.
Joe Biden tiene por delante una tarea titánica: todavía no hemos terminado de entender cabalmente la gravedad del daño que Trump les ha causado a las instituciones, la vida pública y la inmunidad cognitiva de nuestra sociedad, usando Twitter y Facebook como armas y sacando ventaja del púlpito que le daba la presidencia y de la cobardía y complicidad de muchos que entendían perfectamente lo que estaba pasando.
Fue un terrible, terrible experimento.
No es que Trump no haya hecho nunca nada bueno. Pero nada se compara ni remotamente con el precio de dejar al país más dividido, más enfermo, y con más personas rumiando teorías conspirativas, que en ningún otro momento de la historia moderna. Necesitamos que nos unan, nos desprogramen, nos reenfoquen y los tranquilicen. El país entero necesita un retiro de un fin de semana para redescubrir quienes somos y los lazos que nos unen, o que al menos antes nos unían.
Creo honestamente que esta situación puede volver a sacar lo mejor de nosotros mismos, pero depende de todos y cada uno. ¿Cómo hacemos?
Para mí, el rasgo más asombroso de la presidencia de Trump es que año tras año seguía superándose negativamente, hundiéndose en nuevos abismos de mentira y violación de las normas, y enchastrando la reputación de cualquiera que ingresara a su órbita. Pero jamás de los jamases nos sorprendió positivamente, ni con un gesto de bondad, ni de autocrítica, ni de acercamiento a sus opositores.
Su personaje fue su destino, que también se convirtió en el nuestro. Pero tengo buenas noticias: podemos recuperarnos, siempre y cuando todos -políticos, medios de comunicación y militantes- nos enfoquemos en hacer lo que Trump nunca pudo: sorprendernos unos a otros positivamente.
Las sorpresas positivas tienen una potencia muy subestimada por la política y la diplomacia. Son las que logran romper el círculo vicioso del pesimismo y corren la frontera de lo que creíamos posible. Lo que nos sorprende para bien nos recuerda que el destino no está echado y que el futuro es una opción: o dejamos que el pasado entierre el futuro, o hacemos que el futuro entierre el pasado.
Todavía recuerdo dónde estaba cuando Anwar el-Sadat llegó a Israel, para sorpresa del mundo, con su propuesta de paz. Fue un momento de enorme alegría que me llenó de esperanzas para Medio Oriente.
Ahora que recuerdo, yo una vez sorprendí positivamente al presidente Trump. Hasta ese momento, me negaba a darle la razón cuando hacía algo que para mí estaba bien. Pero cuando Trump y Jared Kushner forjaron un acuerdo de normalización de relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, escribí una columna en la que elogié el acuerdo. Un par de días después sonó mi celular: era el presidente Trump. Sus primeras palabras fueron: "No puedo creer que The New York Times le haya permitido escribir algo tan lindo."
Por supuesto que el diario no me dice lo que puedo o no puedo escribir, así que se quedó helado al saber que lo había hecho de motu proprio. Me hizo repensar, aunque fuese por un instante, quién era yo y para qué diario trabajaba. Las sorpresas tienen ese efecto. Y si Trump alguna vez hubiese salido de su personaje para hacer algo importante y difícil que desafiara a sus bases y nos sorprendiera positivamente, como por ejemplo con el cambio climático o la inmigración, yo también lo habría elogiado. El problema es que no lo hizo.
Y es una lástima, porque como periodistas y como ciudadanos, nos encanta que nuestros líderes nos sorprendan positivamente.
Así que tengo dos cosas que pedirle a cada norteamericano: démosle a Biden la oportunidad de sorprendernos positivamente, y esforcémonos por sorprenderlo positivamente a él.
Las empresas estadounidenses deben sorprendernos haciéndoles saber a Rupert y Lachlan Murdoch que su cadena de noticias fogoneó la Gran Mentira que llevó al saqueo del Capitolio y anunciando que retirarán la pauta publicitaria de cualquier programa que propague teorías conspirativas. La mejor noticia que escuché esta semana es que el director ejecutivo de "My Pillow", Mike Lindell, ferviente patrocinador de Trump y anunciante en la cadena Fox, -que difundió falsamente que las elecciones de 2020 fueron manipuladas-, dijo que Kohl's, Bed Bath & Beyond, Wayfair y otras cadenas minoristas estaban descontinuando la venta de sus productos. Bien por ellos.
Mark Zuckerberg y Sheryl Sandberg tienen que sorprendernos frenando de una vez por todas la publicación de noticias pagas que dividen y enfurecen a fuentes de noticias más autorizadas e imparciales.
La izquierda no tiene ni remotamente un equivalente a los supremacistas blancos y otros extremistas de derecha que tomaron por asalto el Capitolio. Pero los progresistas sorprenderían positivamente a mucha gente de derecha -y hasta conseguirían que unos pocos terminen apoyando a Biden-, si rechazaran enérgicamente la corrección política cuando sofoca la disidencia, y denunciaran no solo la violencia de la policía, una gran prioridad, sino también los focos de violencia barrial que aterrorizan a los vecinos negros, mestizos y blancos por igual.
Y ahora que la amenaza de Trump ya no está, todos los que trabajamos en los medios de noticias debemos volver a separar lo que es información de lo que es opinión. Necesitamos más espacios donde los estadounidenses de todas las tendencias políticas sientan que están siendo bien informados, sin que busquen enfurecerlos, dividirlos o alarmarlos: dejemos eso para las columnas de opinión.
Finalmente, antes de empezar a destrozar a Biden, ¿qué tal si todos le damos unos meses de tiempo para que nos sorprenda positivamente? Démosle la oportunidad de poner el país por encima del partido y de cumplir con su juramento.
De hecho, siguiendo el juramento de Biden en las escalinatas del Capitolio, todos nosotros, padres, hijos y hermanos, deberíamos repetir con él esas palabras:
"Juro solemnemente que haré todo lo que está a mi alcance para, preserva, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos".
Si todos hacemos eso, si cada uno de nosotros le damos a Joe la oportunidad de sorprendernos favorablemente, tal vez podamos romper la terrible fiebre política que se ha apoderado de nuestra tierra junto con la pandemia.
¿No sería una agradable sorpresa?
The New York Times
(Traducción de Jaime Arrambide)
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