Donald Trump mira hacia América Latina para su defensa política en el escándalo de los documentos clasificados
El expresidente cree que su causa está impulsada por el gobierno de Biden “para ganar las elecciones” y comparó la situación con algunos regímenes de la región, en una estrategia que parece apuntar a captar el voto latino
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WASHINGTON.- El día anterior a ser acusado formalmente en un tribunal federal en la causa por los documentos clasificados, Donald Trump brindó una entrevista a Americano Media, un canal conservador de Miami, lanzado en 2022 con la aspiración de ser el “Fox News en español”. La entrevistadora, Carines Moncada, una personalidad de Florida, le preguntó si la democracia estaba retrocediendo en Estados Unidos. “Lo que estamos viendo aquí es el tipo de cosas, señor presidente, que lamentablemente suceden en América Latina, y nuestra audiencia estadounidense está muy consciente de ello”, prologó su pregunta Moncada. Trump tomó la posta, dijo que el país sufría una “regresión”, que vivía un “festival de amor” con los latinos, y cargó contra el gobierno de Joe Biden, al que acusó de usar al Departamento de Justicia y el FBI para perjudicarlo.
“Están tratando de hacer eso para ganar elecciones. Y tienes razón, en Sudamérica, en Latinoamérica, échale un vistazo. Es exactamente eso. Es una pregunta tan increíble, porque nadie hace esa pregunta”, respondió Trump. “Tantas personas han sido tan heridas en Colombia y otros países de América Latina, América del Sur. Y realmente lo ven mejor que otras personas”, cerró.
Trump dista de ser el primer político acusado de cometer un delito. Su nombre se sumó a una larga lista de líderes, de decenas de países, que han sido procesados o puestos tras las rejas por una variedad de causas, más comúnmente, por corrupción. La lista incluye a mandatarios europeos, como Nicolas Sarkozy o el fallecido Silvio Berlusconi, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, la expresidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, o el de Taiwán, Chen Shui-bian. Pero Trump y sus aliados apuntaron en los últimos días hacia América Latina, una región nutrida en antecedentes, para hilvanar su defensa política y su ataque contra las instituciones norteamericanas, y, de paso, arraigar su respaldo con el decisivo voto latino de Estados Unidos.
El hilo entre la última trama judicial de Trump y América Latina apareció en la entrevista de Trump con Americano Media, y se vio después, otra vez, al día siguiente, cuando su portavoz legal, Alina Habba, dijo que el país estaba en un punto de inflexión y el enjuiciamiento a Trump era “el tipo de cosas que se ven en dictaduras como Cuba y Venezuela”.
Habba mencionó esos dos regímenes -acusados por organismos internacionales, la Casa Blanca, varios países de la región y organizaciones de derechos humanos de cometer abusos-, pero omitió a otras naciones democráticas del hemisferio como Perú, Ecuador, Honduras, Panamá, Brasil o la Argentina, donde líderes políticos –de izquierda y derecha– también han pasado por el banquillo de los acusados. La lista regional incluye, entre otros, a Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Otto Pérez Molina, Michel Temer, Luiz Inácio Lula da Silva, Rafael Correa, y Cristina Kirchner.
Lula, Correa y Cristina Kirchner también se han mostrado como víctimas del “lawfare” y han acusado persecuciones judiciales en su contra. La vicepresidenta argentina suele referirse a la Justicia como el “Partido Judicial”.
El hilo con América latina incluyó un gesto sorpresivo, fuera de agenda. Después de declararse inocente en el tribunal en Miami, Trump pasó por el Café Versailles, el restaurante cubano más famoso de Miami, enclavado en “Little Havana”, el barrio de la diáspora cubana, profundamente anticastrista, y con la cual Trump ha sabido forjar un vínculo estrecho. Unas horas después, ya por la noche, Trump reforzó su mensaje al afirmar, en un discurso en Bedminster, su club de golf en Nueva Jersey, que era víctima de una “una persecución política, como algo sacado directamente de una nación fascista o comunista”. Trump cerró ese discurso con una promesa que redondeó el relato diseñado por el trumpismo sobre su caso: dijo que el presidente, Joe Biden, era el “más corrupto en la historia de nuestro país”, y prometió abrir una investigación para meterlo preso si electo presidente, lo mismo que, dice, quieren hacer con él.
La causa de los documentos clasificados tiene rasgos distintivos que la colocan en un universo singular. No es un típico de caso de corrupción, o de abuso de poder. Y el Departamento de Justicia dijo que Trump pudo haber puesto en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos, y de las Fuerzas Armadas. Trump se ha victimizado y ha cargado contra los demócratas al citar investigaciones similares a Bill y Hillary Clinton –por el escándalo de sus emails, por el cual nunca llegó as er imputada– y Joe Biden, quien está actualmente bajo una investigación del Departamento de Justicia. Nadie más ha sido imputado por un delito similar. “Y amenazarme con 400 años de prisión por poseer mis propios documentos presidenciales, lo que casi todos los demás presidentes han hecho, es una de las teorías legales más escandalosas y viciosas jamás presentadas en un tribunal estadounidense”, dijo Trump en Bedminster.
Pero Trump, quien siempre redobla a la apuesta y da un contragolpe cuando está contra las cuerdas, tuvo una actitud distintiva, ampliamente señalada por expertos: intentó retener los documentos, aun cuando el gobierno federal reclamó que los devolviera. “Esto no habría ido a ninguna parte si el presidente hubiera devuelto los documentos. Pero los manoseó durante un año y medio”, dijo William Barr, quien fue fiscal general durante su presidencia. “La culpa de esta calamidad recae únicamente en el señor Trump y su impulso infantil de guardar recuerdos de su tiempo en el Salón Oval, sin importar lo que diga la ley”, escribió Karl Rove, estratega de George W. Bush, en el Wall Street Journal.
Más allá de lo que ocurra con la causa, la defensa política montada por Trump promete reforzar el respaldo con muchos votantes latinos, en particular en la Florida, un estado al que convirtió en un bastión trumpista, y uno de los rincones cruciales de Estados Unidos en cada elección presidencial.
“Aquí en Miami, la gente sabe un par de cosas sobre la extralimitación peligrosa de los gobiernos”, dijo esta semana el senador republicano Rick Scott, un aliado de Trump. “Tenemos familias aquí de Cuba, Venezuela y Nicaragua que pueden decirle exactamente cómo es ver a un gobierno castigar a sus oponentes mientras ignora sus propios pecados”, dijo. “Se supone que eso no debería suceder aquí en Estados Unidos.”
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