Traspaso en EE.UU.: Donald Trump, un presidente encerrado en su propio calvario y de espaldas al país
WASHINGTON.- Desde las fiestas de fin de año, y durante sus últimas turbulentas semanas en la Casa Blanca, la agenda de Donald Trump fue siempre la misma: "El presidente Trump trabajará desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche. Hará muchas llamadas y tendrá muchas reuniones". Esa frase, plasmada en el correo electrónico difundido cada noche a la prensa con la agenda presidencial del día siguiente, quedó para los anales como un testimonio de un mandatario que cierra su presidencia aislado, encerrado en su propio calvario, de espaldas al país.
Durante cuatro años, Trump mantuvo a Estados Unidos y al mundo en un estado de alerta constante a la espera del próximo tuit. Pero su mandato, el más caótico, rupturista y desgastante que recuerde el país, termina en silencio. Sin festejos, sin grandes actos, sin tuits. Apenas un video, y un discurso improvisado ante su familia y un puñado de simpatizantes en la base Andrews antes de subir por última vez al avión presidencial. Trump se recluirá ahora en Mar-a-Lago, su resort de Palm Beach, en Florida, al que le gustaba llamar "la Casa Blanca sureña". Desde allí, intentará reconstruir su marca -su propio nombre-, dañada y devaluada por su terca cruzada contra su derrota electoral.
"Volveremos en alguna forma", dijo. "Tengan una buena vida. Los veremos pronto. Gracias", cerró.
El presidente que le prometió a los estadounidenses que se cansarían de "ganar, ganar, ganar" se va de Washington con la aprobación más baja de todo su gobierno –34%, según Gallup, igual que George W. Bush y Jimmy Carter–, despreciado por medio país y con dos juicios políticos sobre su espalda. Detrás suyo deja una economía rota y más de 400.000 muertos por una pandemia que primero negó, después ninguneó, y al final directamente ignoró por completo, harto ya de lidiar con la crisis que pulverizó su reelección.
Los hitos de su gobierno, como los acuerdos comerciales, el nombramiento de jueces conservadores en la Justicia, los acuerdos entre Israel y países árabes, o el hecho de que se va sin haber iniciado una guerra quedarán para siempre opacados por el ataque al Capitolio –el pináculo de su asalto a las instituciones, elección incluida– y la indiferencia que le prodigó al país cuando la pandemia lo golpeó con mayor crudeza.
Desde el momento en el que Biden fue declarado ganador, Trump abandonó su gobierno. Incapaz de verse perdedor –a sus ojos, el peor insulto–, su única obsesión fue revertir su derrota. Su incansable campaña con denuncias infundadas de fraude decoradas con teorías conspirativas insólitas culminó en el asalto al Congreso perpetrado por una turba enardecida por sus palabras, el peor ataque a la democracia más longeva del planeta, que dejó cinco muertos, incluido un policía. Un epílogo trumpista: Trump pudo irse derrotado, pero estoico, doblegado por la peor crisis en un siglo. Fiel a si mismo, jugó fuera de los límites sin medir las consecuencias en busca de la victoria que le negaron los votantes. Ningún presidente dilapidó así su capital político.
Su partida abre varios interrogantes. El primero y principal es cómo enfrentará la pila de desafíos legales que lo esperan en el llano. Sin poder, Trump quedará expuesto a varias causas judiciales por sus negocios, sus impuestos –que nunca quiso mostrar–, su herencia, y escándalos como los pagos a la actriz porno Stormy Daniels y la modelo de Playboy Karen McDougal para comprar su silencio por supuestos romances que el magnate ha negado, y las denuncias de asalto sexual en su contra.
Jonathan Turley, abogado y profesor de la Universidad Georgetown, dijo que Trump puede ser acusado formalmente en tribunales federales y estatales. "Aun si se hubiera concedido un indulto, podría ser acusado en un tribunal estatal", indicó. Nunca un mandatario, ni siquiera Richard Nixon, dejó la Casa Blanca con un frente judicial tan amplio y complejo, agregó Turley.
Sus negocios, beneficiados por su presidencia, lo esperan con más problemas que reparo. Algunos ya comenzaron a sufrir el desprestigio de su nombre. Luego del asalto al Congreso, la Asociación de Golfistas Profesionales (PGA, por sus siglas en inglés) canceló sus planes de llevar su campeonato al club de Trump en Bedminster, Nueva Jersey, un aguijón al corazón golfista de Trump. Su hotel sobre la avenida Pensilvania, una joya arquitectónica de Washington, fue un destino forzado de diplomáticos y hombres y mujeres de negocios que buscaban un guiño del poder trumpista. Difícilmente lo sea durante la presidencia de Joe Biden.
Trump deja la presidencia, pero se aferrará al trumpismo. Es su movimiento. Muchos de los casi 75 millones de personas que lo votaron son votantes suyos, no del Partido Republicano. La gran mayoría de sus seguidores cree que le robaron la elección, y ve a Biden como un presidente ilegítimo. Su futuro político quedó ahora atado al desenlace de su segundo impeachment. Pero, pase lo que pase, algo es seguro: Trump nunca se irá del todo. El fin de su presidencia parece ser más el cierre de un capítulo, y no el final de una historia.
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