Dolor: la historia de los Cattarossi, la familia argentina arrasada por el derrumbe en Miami
Gino y Graciela se habían conocido en Estados Unidos hace más de 60 años y luego eligieron ese mismo país para retirarse; vivían junto a su hija menor y su nieta Stella, de 7 años, en el edificio de la tragedia
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El 24 de junio, pasada la una de la mañana, parte del edificio Champlain Towers South, un condominio de 12 pisos en Surfside, Florida, se derrumbó. Murieron más de 140 personas, aunque los cuerpos todavía están siendo recuperados. Entre ellos, estaban cinco miembros de la familia Cattarossi: Gino, su esposa Graciela, sus hijas Andrea y Graciela y Stella, la hija de ésta última.
Esta es su historia.
Una familia comienza muchas veces con un una historia de amor o varias, que se remontan décadas y generaciones atrás. La de los Cattarossi comenzó con Gino y Graciela en la icónica Nueva York de fines de los años 50 en la que se conocieron.
Gino, un ingeniero civil descendiente de italianos de la región de Udine, había dejado su Mendoza natal en 1957 para radicarse en los Estados Unidos. Llegó a ese país en un momento de oro para la pujante industria americana, luego de perfeccionar su inglés y adquirir todo el vocabulario técnico que demandaba su profesión. Trabajó con algunas de las grandes compañías de ingeniería como las centenarias Bechtel y Kellogg Brown & Root (hoy KBR).
Mientras tanto, Graciela Ponce de León Armas servía en el servicio diplomático uruguayo, una avanzada para la época, y fue destinada con la delegación de su país en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, donde se desempeñó entre 1958 y 1970. Allí fue asignada delegada de la Tercera Comisión (Asuntos Sociales, humanitarios y culturales), un comité que aborda cuestiones de vital importancia para la comunidad internacional, como lo relativo a migrantes y refugiados, la promoción de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales.
En ese tiempo participó de la firma de importantes acuerdos y tratados, tuvo la oportunidad de conocer a algunos de las grandes figuras de la época (Nikita Khrushchev, Golda Meir y Eleonor Roosevelt) y fue testigo de numerosos momentos históricos que siempre quedaron como anécdotas en las mesas familiares. En esos años, en Nueva York, Gino y Graciela se conocieron y se casaron, y allí vivirían esos primeros años juntos. Su primera hija, Andrea, nació en un viaje a Buenos Aires, pero la llegada de Marcelo, el segundo, sería en 1967 y en Manhattan.
Desafíos laborales
Los desafíos laborales tentaron a Gino para regresar a la Argentina, donde se dedicó a los proyectos más diversos, desde la explotación de oro en el norte, una mina de cobre, o un viñedo, hasta la apertura de la primera planta de caolín en América del Sur, que empleaba a cientos de trabajadores en la Patagonia. Graciela cumpliría como diplomática con un año en su país, y en Montevideo nació su tercera hija, Joanne. Una vez de regreso a Buenos Aires, se produjo también la llegada de la menor y última hija del matrimonio, Graciela, en 1973.
Inquieto, intrépido y con una gran compañera de aventuras como Graciela, Gino volvió a los Estados Unidos en 1989 para radicarse esta vez junto a su familia en Miami. Fue allí donde con gran visión adquirió, remodeló y administró un hotel construido en 1935 y de clásico estilo mediterráneo en pleno distrito Art Déco. Lo que hoy parece una decisión razonable, en esos años sorprendía a cualquiera (inclusive a sus hijos), ya que el lugar, lejos de ser el reducto de moda y lujo que es hoy, era una zona de geriátricos y tráfico de drogas. El Lafayatte Hotel, en el 944 de la Avenida Collins, terminó convirtiéndose en un gran proyecto familiar. Andrea y Marcelo, los arquitectos de la familia, se unieron a su padre ingeniero en los trabajos de remodelación, Graciela (hija) aplicó sus conocimientos de hotelería y también ayudó a manejarlo. Años después el establecimiento fue adquirido por el grupo de Mervin Griffin, en el momento de mayor auge de la zona, y sigue siendo al día de hoy un sitio histórico icónico en Miami.
Treinta años junto al mar
Gino, fiel a sus orígenes, adoraba la comida italiana con un buen acompañamiento de música clásica. El porte alto y elegante que conservó impecablemente dejaba adivinar un pasado deportista como fanático jugador de básquet, tenis y escalador de montañas, destreza que adquirió en su provincia de Mendoza.
En las playas frente a su departamento de Surfside, el lugar que habían elegido para su retiro, daba largas caminatas diarias, una rutina que mantuvo hasta el último día. También fue allí que pudo encontrarse con su veta artística y dedicarse a la pintura y la producción de vitrales. Como hombre inquieto, los proyectos no se detenían y tenía entre manos la redacción de sus memorias, cuya primera parte, por una vuelta del destino, quedó en manos de una de sus nietas en Argentina. Sobre el resto de los recuerdos, los bomberos que están trabajando en el lugar del colapso se encargan de guardar fotos y papeles que puedan servir a las familias a conservar trazos tangibles de su historia.
Como apasionada por la historia, el francés y la política y ya alejada de la vida laboral formal, Graciela madre se dedicó a la escritura para publicaciones sobre viajes y turismo y al trabajo voluntario en diversas instituciones. Una de sus amigas, además de seguidora de sus artículos y de los foros donde innumerables lectores de Travel Zine la recuerdan, dice: “Graciela fue mi queridísima y más cercana amiga por más de 69 años, iban a ser 70 en marzo. Vivimos tanto juntas en aquellos primeros años en nuestro Uruguay natal, en todos los años que compartimos en Estados Unidos. Afortunadamente nos visitamos seguido y ‘hablábamos’ a diario por WhatsApp. Era una persona maravillosa en todo sentido de la palabra: inteligente, caritativa, amorosa y curiosa acerca de la vida y el mundo”.
Esa curiosidad por el mundo, los viajes y el arte bajó en línea directa a cada uno de sus hijos. En el departamento 501 de Surfside vivía junto a sus padres la hija menor de la pareja, Graciela, una talentosa fotógrafa que trabajó para algunas de las más prestigiosas revistas de lifestyle como Condé Nast Traveler, Travel and Leisure, Vanity Fair y el New York Times Magazine, entre otras. Como su padre, era una fanática deportista, viajera y amante de la naturaleza. A la vida familiar del departamento se sumaba Stella, la hija de 7 años de Graciela, de la que es imposible encontrar una foto en la que no exhiba su gigante sonrisa y sus ojos chispeantes. Naturalmente, muchos de esos retratos se debían a la lente experta de su madre.
Gino había atravesado exitosamente, el lunes previo al derrumbe del edificio, una operación en la que le reemplazaron su marcapasos. Para acompañar a sus padres durante la operación y los días del post operatorio, su hija Andrea también se encontraba con ellos: había viajado a Miami, y había dejado durante unos días a sus tres hijos varones en Buenos Aires. Si bien es en el suelo porteño donde se destacó como arquitecta con su propio estudio, dejando un sello distintivo en cada una de las casas que proyectó y construyó, Andrea también se desempeñó como arquitecta en Palm Beach, Florida, donde vivió durante tres años. Como sus padres y hermanas, también era amante de los viajes y si una observa detenidamente sus diseños, puede encontrar plasmados los detalles de sus recorridos por el mundo. Su hermana Joanne marca con precisión un dato: “Andrea tiene incorporadas en sus trabajos, entre otras cosas, las proporciones de la arquitectura clásica que absorbió en sus viajes desde chica. El amor por el arte, que todos los hermanos compartimos, vino directamente de mamá”.
La historia de amor de Gino y Graciela seguramente no terminó el 24 de junio con el colapso que se llevaría sus vidas, las de dos de sus hijas y una de sus nietas. Su legado de trabajo, curiosidad, ganas de crecer, conocer el mundo y disfrutar sigue vivo en la memoria de la familia, sus hijos Marcelo y Joanne, y de todos sus nietos.
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