Distraída con la guerra, Rusia va perdiendo su control sobre la antigua esfera soviética
El deterioro del liderazgo ruso generó un vacío de poder que China está aprovechando
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VARSOVIA.- Con el Kremlin distraído con su desgastante guerra en Ucrania, el dominio de Rusia sobre el viejo imperio soviético ya muestra señales de deterioro. Moscú ha perdido su aura y su capacidad de control, generando un caótico vacío de poder que los antes obedientes sátrapas de la ex Unión Soviética, así como China, ahora se apuran en llenar.
Las consecuencias de esa evolución de los acontecimientos son devastadoras hasta en las remotas aldeas de las estepas del suroeste de Kirguistán: viviendas reducidas a escombros, escuelas incendiadas y el olor nauseabundo de 24.000 pollos muertos y en descomposición.
Todas esas aldeas fueron víctimas de la peor ola de violencia que registra la región desde el colapso de la Unión Soviética en 1991, que se desató por un breve pero sangriento conflicto fronterizo entre Kirguistán y Tayikistán, ambos miembros de la alianza militar encabezada por Rusia y destinada a preservar la paz, pero que no hizo nada para frenar el caos actual.
“Evidentemente, están distraídos con Ucrania”, se lamentó el presidente kirguiso, Sadyr Japarov, en una entrevista desde Biskek, capital del país.
Antes de que Vladimir Putin invadiera Ucrania en febrero, Rusia ocupaba un lugar desproporcionado en los asuntos de Asia Central y también en la explosiva región del Cáucaso, garantizando una especie de “Pax Russica” extendida. En enero, el Kremlin despachó rápidamente tropas a Kazajistán para ayudar a su gobierno a apaciguar la violenta ola de protestas internas. Y en 2020, había enviado 2000 “pacificadores” armados al Cáucaso para forzar una tregua entre Armenia y Azerbaiyán, con Moscú como mediador.
Hoy, Armenia está que echa chispas. Su primer ministro, Nikol Pashinyan, que ha sido un cercano aliado de Rusia, le reclamó infructuosamente a Moscú que frenara los renovados ataques de Azerbaiyán. Furiosa por la inacción de los rusos, Armenia ahora amenaza con abandonar la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, la alianza militar liderada por Moscú.
Por su parte, el gobierno kazajo que Putin ayudó a apuntalar en enero se está apartando vertiginosamente del guión del Kremlin sobre Ucrania, y ahora busca en China un aliado que lo ayude a llevar seguridad a su propia integridad territorial: hay partes de Kazajistán donde la población es mayoritariamente de etnia rusa y que los nacionalistas rusos consideran como parte de Rusia.
Y a lo largo de la montañosa frontera entre Kirguistán y Tayikistán, las históricas disputas entre granjeros por la propiedad de la tierra, el agua y el contrabando escalaron el mes pasado en un enfrentamiento a gran escala, con tanques, helicópteros y cohetes, hasta que los combates entre ambos ejércitos dejaron el conflicto en punto muerto.
Según funcionarios kirguisos, el conflicto dejó gran cantidad de víctimas civiles y desplazó de sus hogares a más de 140.000 personas. También hizo que muchos lugareños y funcionarios de Biskek, la capital, se preguntaran por qué Moscú, siempre atento guardián de la estabilidad en los explosivos márgenes de la ex Unión Soviética, no movió un dedo para ayudarlos.
“Rusia podría haber frenado todo esto en un segundo, pero no hizo nada. ¿Por qué dejó que pasara esto?”, se pregunta Zaynaddin Dubanaev, profesor de lengua rusa de una escuela incendiada en Ak-Sai, una aldea kirguisa lindera con una franja cercada de territorio tayik.
China se reafirma
La alianza de seguridad colectiva de Moscú ha sido pregonada por Putin como una respuesta rusa a la OTAN y como un ancla de su rol como fuerza predominante (y por lo general, dominante) en vastos territorios de la ex Unión Soviética. Pero ahora ese bloque apenas funciona. Cinco de sus seis miembros —Armenia, Bielorrusia, Rusia, Tayikistán y Kirguistán— estuvieron involucrados en conflictos armados durante el último años, y el sexo integrante, Kazajistán, sufre violentos enfrentamientos internos.
Como consecuencia, China ha reafirmado su injerencia en la región, y Estados Unidos también ha encontrado la oportunidad de presionar a Kirguistán para que firme un nuevo acuerdo bilateral de cooperación que vendría a reemplazar el que murió en 2014, cuando por presiones de Rusia forzaron el cierre de una base aérea norteamericana en Biskek, que había sido construida para reabastecer de combustible a los aviones de guerra que volaban sobre Afganistán.
“Hasta que se desató la guerra en Ucrania, ni a China ni a Rusia les interesaba confrontar abiertamente en Asia Central”, dice Asel Doolotkeldieva, profesor de la Academia OSCE de Biskek, un centro de estudios superiores de temas de seguridad. “Había una división tácita del trabajo: la seguridad era tema de Rusia, y la economía era asunto de China. Pero ahora Rusia dejó de hacer su trabajo, y ha demostrado no poder, o no querer, proteger la región.
De todos modos, Rusia sigue teniendo una tremenda influencia en Asia Central. Para empezar, la mayor base militar rusa en el extranjero se encuentra en Tayikistán, y tiene una pequeña base aérea en Kirguistán, un país pobre y remoto que sigue dependiendo casi exclusivamente de la provisión de gas ruso, y de las remesas de los más de 1 millón de migrantes kirguisos que trabajan en Rusia.
Consciente de la vulnerabilidad de su país, Japarov puso en pausa la firma del nuevo acuerdo con Estados Unidos, porque sería percibido por Moscú “como una puñalada por la espalda, y con razón”, según dijo el propio presidente kirguiso.
“Obviamente ahora Rusia está enfocada en otras cosas, y no en Asia Central , pero el simple hecho de que quiera dejar las cosas en claro es una señal de que podría hacerles la vida imposible a los migrantes kirguisos en Rusia”, dice Peter Leonard, editor de temas de Asia central de Eurasianet, un medio de prensa que cubre noticias de la región.
“Putin ya no es el gran líder invencible que todos quieren conocer”, dijo Emil Dzhuraev, investigador del grupo de investigación Crossroads Asia Central, con sede en Biskek. “Ha perdido su aura.”
Por Andrew Higgins
Traducción de Jaime Arrambide
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