Discurso “inclusivo“: ¿Los talibanes volvieron mejores o siguen igual de extremistas que siempre?
Mientras dan al mundo un mensaje de tolerancia y armonía, la pregunta es si realmente habrán moderado sus posiciones
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NUEVA YORK.- Uno de ellos impartió la bendición oficial para los terroristas suicidas que hicieron volar a cientos de civiles en las ciudades afganas. Y otro de ellos fue el que los mandó inmolarse y despachó a los hombres armados que aterrorizaron a la sociedad civil de Afganistán con sus asesinatos dirigidos.
Esos son los principales líderes de los talibanes, hombres que se han pasado la vida huyendo, escondidos, en la cárcel y esquivando drones estadounidenses. Ahora emergen de la oscuridad después de 20 años de batalla, pero poco se sabe de ellos o de cómo planean gobernar.
El destino de Afganistán está en las manos de estos hombres: Maulawi Hibatullah Akhunzada, líder supremo del movimiento, el mulá Abdul Ghani Baradar, su líder político, y varios miembros más jóvenes que lideraron las tropas en el frente de batalla.
Ahora se instalaron en la capital, Kabul, para hacerse cargo del gobierno y de una nación de 39 millones de habitantes. En los últimos días han hecho esfuerzos para dar señales al mundo de que son más cosmopolitas y tolerantes que sus predecesores de la década de 1990, dando muestras de que están dispuestos a trabajar con mujeres y alentando a los afganos a volver a sus puestos de trabajo sin temor a represalias.
Pero la pregunta sigue ahí: ¿Realmente han dejado de lado la ideología extremista que los impulsó durante dos décadas de guerra, o es todo una artimaña planeada para conseguir aprobación mundial?
Vivir en paz
El martes, en una conferencia de prensa en Kabul, el principal vocero de los talibanes, Zabihullah Mujahid, se mostró conciliador. “Las hostilidades han llegado a su fin y nos gustaría vivir en paz, sin enemigos internos ni externos”, dijo. “Quiero asegurarles que después de las consultas que se realizarán muy pronto, seremos testigos de la formación de un gobierno fuerte, islámico e inclusivo”.
Hubo algunas señales positivas. El martes, un miembro de menor rango de la jerarquía talibana concedió una entrevista a una periodista de televisión, y Reporteros sin Fronteras les arrancó una vaga promesa de que respetarían la libertad de prensa.
Además, tras mudarse a Kabul, los líderes talibanes no anunciaron la formación inmediata de un nuevo gobierno, lo que algunos analistas interpretan como una señal de que siguen abiertos a alguna forma de gobernabilidad “inclusiva”, como dijo el vocero Mujahid.
“Si los talibanes quisieran un gobierno unilateral, habrían declarado ayer mismo el Emirato Islámico de Afganistán en el palacio presidencial”, dijo en una entrevista el exministro talibán Maulvi Qalamuddin. “Ya habrían anunciado su gabinete”.
Otros señalan que tal vez pase algún tiempo antes de que se resuelvan ciertas cuestiones.
“Hay algunos que son más pragmáticos que otros”, dice un destacado estudioso del movimiento talibán, Antonio Giustozzi. “Y creo que habrá una lucha interna”. “Si las potencias extranjeras hacen gestos en forma de incentivos”, dice Giustozzi, “los pragmáticos tienen más chances de ganar”.
Queda por verse si las acciones de los talibanes desde que asumieron el control son signos de apertura genuina o de una inminente lucha por el poder entre la facción moderada y la de línea dura. Pero lo poco que se sabe de las biografías de estos líderes arroja algunas pistas y permite sacar algunas conclusiones.
Akhundzada, líder supremo y erudito conocedor de la ley islámica, fue durante mucho tiempo un entusiasta defensor de los atentados suicidas. Su propio hijo se entrenó para inmolarse con la aprobación de su padre, y con tan solo 23 años se hizo estallar frente a un ataque en la provincia de Helmand. El sacrificio de su hijo elevó el perfil de Akhundzada en el movimiento, dice Carter Malkasian, autor de The American War in Afghanistan.
“Creía en el martirio y en los atentados suicidas”, dice Malkasian en su libro.
Guía espiritual
Akhundzada, exjuez del tribunal militar del régimen talibán, emitió muchas de las fatwas (órdenes religiosas) que dan su bendición a los terroristas suicidas. “Es el verdadero guía espiritual y el ideólogo”, dice Thomas Joscelyn, de la Fundación para la Defensa de las Democracias y editor principal del Long War Journal, revista de esa fundación.
Akhundzada fue elegido como candidato de consenso por la cúpula de los talibanes después del asesinato de su predecesor, Akhtar Mohammad Mansour, durante un ataque con drones estadounidenses en 2016.
El segundo de Akhundzada, Sirajuddin Haqqani, hijo de un legendario muyahidín y jefe de la red Haqqani en Pakistán y el este de Afganistán, ha estado al mando de gran parte de la reciente avanzada militar.
Desde una base en las regiones tribales de Pakistán, Haqqani, de 48 años, conocido popularmente por el apodo de Khalifa, preside sobre una creciente red combatientes, escuelas religiosas y empresas con fuertes vínculos con los países del Golfo Pérsico. Conocida por sus estrechos vínculos con el servicio de inteligencia paquistaní, la red presidida por Haqqani se convirtió en el opositor más feroz a la presencia estadounidense en Afganistán, responsable de la toma de rehenes de estadounidenses, sofisticados ataques suicidas y asesinatos selectivos.
Haqqani y su red también tienen algunos vínculos fuertes y perdurables con Al-Qaeda. Desde su bastión en la frontera con Pakistán, Haqqani y los suyos ayudaron a Osama ben Laden a escapar de su cuartel general en Tora Bora después de la invasión estadounidense de 2001.
“Los Haqqani son el nexo, uno de los puentes claves entre los talibanes y al-Qaida”, dice Joscelyn.
El mulá Mohammad Yaqoob, hijo del mulá Omar, fundador del movimiento talibán, también fue cobrando importancia por su trabajo con las fuerzas militares, aunque Joscelyn dice que no desafiará a Haqqani para desplazarlo del segundo puesto. Aunque tiene un pedigrí incuestionable, se lo considera menos dogmático que su padre, y conquistó al ala militar del movimiento talibán tras superar el desafío de un exaltado rival interno.
Baradar, jefe político de los talibanes, tiene una figura menos amenazante que Haqqani y se cree que dentro de la jerarquía del movimiento tiene tanta influencia como Akhundzada. Uno de los primeros integrantes del movimiento, Baradar se desempeñó como lugarteniente de Omar y en la guerra contra los soviéticos luchó en la misma unidad de muyahidines que el legendario mulá.
Baradar dirigió las operaciones militares del movimiento hasta que en 2010, por presión de Estados Unidos, Pakistán finalmente lo arrestó. Bajo su liderazgo, las unidades talibanas se destacaron por su hábil uso de tácticas de guerrilla contra británicos y estadounidenses. Su “actitud pacífica”, en palabras de Malkasian, no excluía un respaldo incondicional a los atentados suicidas.
Después de tres años en una prisión paquistaní, en 2013, Baradar fue puesto bajo arresto domiciliario. En 2019, nuevamente por presión de Estados Unidos, fue liberado por completo, para que pudiera colaborar con la negociación del acuerdo de paz sellado por la administración Trump en 2020.
Según Malkasian, en el curso de esas negociaciones, Baradar desarrolló una relación “cálida” con el enviado de Estados Unidos, Zalmay Khalilzad. El martes, Baradar hizo su entrada triunfal en Kandahar, su ciudad natal y también lugar de nacimiento del movimiento talibán, donde recibió la bienvenida de la población.
Traducción de Jaime Arrambide
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