Diez años de guerra en Siria: la amarga victoria de Bashar al-Assad
El dictador alauita sofocó la rebelión que intentó derrumbar su régimen a un alto costo que incluyó la dependencia de Rusia e Irán, la bancarrota y el aislamiento internacional
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BARCELONA.- Si no existiera ya un adjetivo como “pírrico” -en referencia al rey Pirro de la Antigua Grecia- para referirse a victorias agónicas que tienen gusto a derrotas, el presidente sirio Bashar al-Assad podría prestar su nombre a la posteridad lingüística.
Cuando se cumple una década del inicio de la revuelta popular en Siria que se tornó en guerra civil, Al-Assad puede presumir de haber desmentido los múltiples análisis que pronosticaban su inevitable caída. Sin embargo, el precio que debió pagar es tan oneroso que ni siquiera su supervivencia está garantizada a largo plazo.
La guerra siria vivió uno de sus principales puntos de inflexión con la toma de Aleppo, la segunda ciudad del país, por parte de las tropas leales a Al-Assad en 2016. Desde entonces, resulta inverosímil que los rebeldes sirios puedan revertir el equilibrio de fuerzas y hacer caer el régimen.
Por esta razón, analistas y observadores tanto internacionales como locales hace casi un lustro proclamaron a Al-Assad como virtual vencedor de una conflagración bélica que se convirtió en un tablero geoestratégico en el que participaron numerosas potencias mundiales y regionales.
Actualmente, solo queda una bolsa importante de resistencia en la provincia de Idlib, controlada por una coalición de milicias islamistas con el permiso de Turquía, que ocupa una amplia franja de territorio colindante a la frontera entre ambos países. Además, también se escapa al control de Damasco la región de Rojava, situada en el noreste del país y administrada por una coalición de partidos y milicias kurdos y donde Estados Unidos posee una decena de pequeñas bases militares.
A pesar de que el régimen y sus aliados en Moscú y Teherán lograron algunos avances durante los últimos años en su intento de recuperar ambos territorios del norte del país, estos fueron limitados. En esencia, la guerra permanece estancada y parece que, sin la aquiescencia de Ankara y Washington, Damasco no podrá volver a ejercer su soberanía sobre todo el territorio del país. En la práctica, estas dos potencias gozan de un veto sobre las condiciones del armisticio.
Desde la perspectiva de Al-Assad, la pérdida de su independencia y de una parte del territorio nacional es el más gravoso peaje que debió pagar para conservar el poder. Sobre todo, teniendo en cuenta que su partido, el Baaz, es de ideología nacionalista árabe. Los culpables de esta situación no son solo Estados Unidos y Turquía, sino también sus propios aliados: Rusia e Irán, sin los que no habría podido imponerse en la guerra civil, y por eso se cobraron su factura.
Moscú permitió a Al-Assad la hegemonía clave de los cielos, desde los que bombardeó sin piedad los enclaves enemigos. Teherán, por su parte, aportó la carne de cañón en las batallas terrestres más encarnizadas. Ambos condicionan hoy de forma determinante la política en Siria.
De los intereses nacionales de Moscú dependen las negociaciones con los kurdos y con Turquía, que puede utilizar Siria como moneda de cambio para obtener rédito en otros escenarios como Libia.
En cuanto al régimen de los ayatollahs, posee bases que sirven de abastecimiento de armas a Hezbollah, su aliado libanés, provocando los repetidos bombardeos israelíes sobre territorio sirio. O de Estados Unidos, como el sucedido el jueves pasado. En ese caso, se trató de una represalia del Pentágono contra milicias pro-iraníes que habían atacado posiciones estadounidenses en Irak.
No obstante, la principal preocupación del presidente sirio estos días no es la soberanía del país árabe, sino su maltrecha economía. Todos los economistas coinciden en señalar que el tejido productivo sirio se halla en su peor momento desde el inicio de las hostilidades. El Programa Mundial de Alimentos, una agencia de la ONU, advirtió que el 60% de los sirios, unos 12,4 millones de personas, están en riesgo de hambruna, una situación inédita.
Los precios se duplicaron en el último año y hace unas pocas semanas la libra siria alcanzó su valor más bajo frente al dólar en el mercado negro, lo que disparó el precio de las importaciones. Ahora mismo, un médico recibe un salario de unos 50 dólares al día, y un trabajador informal se debe conformar con tan solo cinco dólares, una cifra insuficiente para alimentar a una familia.
Las causas de este colapso son diversas, y se combinaron en una especie de tormenta perfecta. A la destrucción de la infraestructura provocada por la guerra, se sumaron las robustas sanciones económicas occidentales, la durísima crisis financiera en el vecino Líbano -donde las clases pudientes sirias guardaban sus ahorros-, y el freno de la actividad debido a los confinamientos por la pandemia de la Covid-19. Encima, tanto Rusia como Irán atraviesan una delicada crisis económica, por lo que no pueden asistir a su aliado en Medio Oriente.
Así pues, en parte, los países occidentales atesoran la llave para reactivar la economía siria y sellar el retorno de Damasco a la comunidad internacional como miembro de pleno derecho. Sin embargo, de momento, ni Washington ni la Unión Europea (UE) parecen proclives a sacar a Siria de su condición de Estado paria sin la aplicación de profundas reformas políticas. El sueño de Al-Assad consistente en retrasar el reloj de la historia una década, como si la Primavera Árabe hubiera sido una mera pesadilla, no tiene visos de materializarse.
Después de haber ahogado en un baño de sangre la revuelta popular de 2011, dejando un balance de más de seis millones de refugiados, otros tantos desplazados internos, casi medio millón de víctimas civiles, incluidos centenares a causa de ataques químicos y otros miles de opositores torturados y asesinados en las cárceles sirias, probablemente, Al-Assad cruzó demasiadas líneas rojas para poder ser indultado por la comunidad internacional.
Aunque quizás todas estas víctimas no atormenten hoy su conciencia, éste es el peaje más oneroso e indeleble de su pírrica victoria.
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