Falleció el último viernes a los 90 años, después de tres décadas en el hemiciclo; se ganó la reputación de ser una centrista obstinada, dispuesta a regatear con los republicanos
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Las luces de las cámaras estaban parpadeando cuando Dianne Feinstein subió al podio, con una gran sonrisa frente a cientos de seguidores que la vitoreaban.
“Esta noche se está haciendo historia”, dijo. “En California, dos mujeres fueron elegidas para el Senado de Estados Unidos”.
Feinstein era una de ellas. Las elecciones de 1992 tuvieron a un número sin precedentes de mujeres (cuatro) electas para la cámara alta del Congreso. Este hito, bautizado como “el año de la mujer”, anunció una nueva era en Washington y Feinstein era parte de él.
La política, que falleció el último viernes a los 90 años, pasó las siguientes tres décadas en el Senado.
Hoy en día Feinstein era un símbolo, no del progreso, sino del envejecimiento de los líderes del Congreso. Pasó los últimos dos años enfrentando llamados para que renunciara por los problemas cognitivos y de salud que la mantuvieron alejada de Washington durante meses.
Sin embargo, su carrera estuvo llena de momentos históricos, de los cuales su elección al Senado fue solo uno.
Fue una feroz operadora política que presenció un asesinato; gobernó una importante ciudad estadounidense; luchó por las leyes de control de armas; combatió al aparato de inteligencia estadounidense; y se desempeñó como decana no oficial de la política de California.
Se ganó la reputación de ser una centrista obstinada, dispuesta a regatear con los republicanos. Enfrentó críticas de los liberales del país y de Washington, a medida que el Partido Demócrata giró hacia la izquierda.
Ahora ostenta el récord de ser la miembro del Senado con más años en el cargo en la historia de Estados Unidos.
“Era un gigante político”, dijo este viernes el gobernador de California, Gavin Newsom.
“Rompió barreras y techos de cristal, pero nunca perdió su fe en el espíritu de cooperación política. Y fue una luchadora por la ciudad, el estado y el país que amaba”.
Un asesinato impactante
Nacida como Dianne Emiel Goldman el 22 de junio de 1933 en San Francisco, bastión liberal donde forjó toda su carrera, Feinstein contaba que tuvo una infancia complicada, con una madre dura y, en ocasiones, abusiva.
Se casó con Jack Sherman, fiscal de profesión, en 1956. Tuvieron una hija, Katherine, pero se divorciaron en 1960.
En 1962 se casó con el neurocirujano Bertram Feinstein, quien murió en 1978. Se casó con su tercer y último marido, Richard Blum, en 1980 (él murió en 2022).
Pero a Feinstein no le interesaba el camino tradicional de las mujeres de la época. Había asistido a la Universidad de Stanford con la ambición de entrar en política y rápidamente se puso a trabajar.
Su verdadero ascenso político comenzó con una tragedia indescriptible.
En noviembre de 1978, un exempleado llamado Dan White entró en el ayuntamiento de San Francisco y mató a tiros al alcalde George Moscone y al defensor de los derechos de los homosexuales Harvey Milk.
Feinstein, entonces presidenta de la junta de supervisores del condado, fue testigo ocular de la horrible escena.
“Le vi entrar. Le dije: ‘Dan, ¿puedo hablar contigo?’. Y pasó de largo, oí cerrarse una puerta, oí los disparos y olí la pólvora. Salí de mi despacho. Dan pasó a mi lado, no había nadie, todas las puertas estaban cerradas”, contó al diario San Francisco Chronicle en 2008.
“Caminé por el pasillo. Abrí la puerta equivocada”, continuó. “Abrí la puerta [de Harvey Milk]. Encontré a Harvey boca abajo. Intenté tomarle el pulso y metí el dedo por un agujero de bala. Estaba claramente muerto”.
Horas más tarde, Feinstein estaba frente a las cámaras de televisión y anunciaba a San Francisco que su alcalde y un célebre ícono de los derechos civiles estaban muertos. Ella reemplazó en la alcaldía a Moscone, quien una vez la había derrotado en la elección al Senado.
Aunque el asesinato catapultó su carrera política, “todavía es duro recordarlo”, le dijo al Chronicle años después.
Su manejo férreo de la crisis la ayudó a construir un perfil público de una líder dura como un clavo. Guardaba una chaqueta de bombero en el maletero de su coche y le dijo a CNN en 2017 que tenía una radio en su habitación para mantenerse actualizada sobre las emergencias de la ciudad.
Duró casi 10 años como alcaldesa de San Francisco y se postuló sin éxito para gobernadora antes de ganar un escaño en el Senado de Estados Unidos en 1992.
“Se trata de poder”
Feinstein llegó al Congreso en enero de 1993, acompañada de tres nuevas colegas. Una de ellas fue Barbara Boxer, quien, por una casualidad en el calendario electoral, también había sido elegida senadora de California ese año.
La llegada de más mujeres obligó al Senado y a Washington en general a darse cuenta de su cultura dominada por los hombres.
“Organicé un taller sobre el poder”, recordó en 2010 la exsenadora Barbara Mikulski, una de las dos únicas mujeres en el Senado en el momento de la elección de Feinstein. “Los medios dijeron: ‘¿Estás organizando un té?’ y dije ‘No, se trata de poder’”.
Treinta años antes de la polémica actual sobre el código de vestimenta del Senado, la generación de Feinstein fue parte de la “rebelión de los trajes de pantalón”, una batalla liderada por Mikulski para cambiar las reglas que permitieran a las mujeres usar pantalones en la cámara.
Feinstein fue la primera mujer en formar parte del Comité Judicial del Senado y más tarde se convirtió en la primera mujer en presidir el Comité de Inteligencia del Senado.
A lo largo de los años, desarrolló una reputación en el Senado como caballo de batalla que esperaba lo mismo de sus empleados. En sus primeros seis meses en el cargo, perdió 14 empleados, según Los Angeles Times. Los colaboradores le dijeron al periódico que el ambiente de trabajo era “desagradable” y que Feinstein era una jefa “exigente”.
La experimentada política respondió que algunos se habían ido por motivos salariales o mejores puestos, y creía que el sexismo afectó la percepción que tenían de ella. “Cuando un hombre es fuerte, se espera que sea fuerte. Cuando una mujer lo es, no”, afirmó.
Una de las batallas de Feinstein comenzó poco después de su ingreso al Senado. Con al experiencia del asesinato de 1978 en San Francisco, hizo del control de armas una prioridad. Impulsó la histórica Prohibición Federal de Armas de Asalto de 1994, la cual expiró en 2004.
Cuando un colega republicano cuestionó a “la dama de California” sobre sus conocimientos sobre armas, respondió: “Senador, sé algo sobre lo que pueden hacer las armas”.
Después de que el tiroteo en la escuela Sandy Hook en 2012 se cobrara la vida de 26 personas, Feinstein introdujo una nueva versión de la prohibición de armas de asalto en 2013 que no fue aprobada por el Congreso.
Fue una batalla que ella y sus compañeros demócratas no pudieron ganar. A lo largo de su carrera en el Senado, Feinstein vería lentamente cómo los controles a las armas flaqueaban en el Congreso o eran reducidos por la Corte Suprema de Estados Unidos.
Luchando contra la CIA
En 2003, Feinstein votó a favor de la guerra de Irak, argumentando que en ese momento creía que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva.
Más tarde le dijo a CNN que lamentaba haber dado su voto y que confiaba en los servicios de inteligencia en ese momento.
“¿Cuál es mi lección? La lección es que hay que tomarlo todo con cautela”, dijo.
Pero más tarde estaría en desacuerdo con el aparato militar y de inteligencia de Estados Unidos.
Feinstein no era una opositora de las guerras. Después de convertirse en presidenta del Comité de Inteligencia del Senado en 2009, apoyó la controvertida política de ataques con aviones no tripulados del gobierno de Barack Obama y dijo que Edward Snowden, el empleado de inteligencia que filtró documentos clasificados, era culpable de traición.
También criticó duramente los programas estadounidenses de detención e interrogatorio creados después de los ataques terroristas del 11 de septiembre.
Sus preocupaciones la llevaron a pedir una investigación sobre el uso de la tortura por parte de la CIA. Ese trabajo culminó en un informe clasificado de 6.700 páginas, completado en diciembre de 2012.
Un resumen público, dado a conocer en 2014, detallaba lo que Feinstein declaró que era un sistema “antiestadounidense y brutal”, el cual era ineficaz para recopilar información de inteligencia útil. Gran parte del informe permanece clasificado.
Fue uno de los momentos más embarazosos de la presidencia de Obama. El mandatario terminó por admitir que “torturamos a algunas personas” y que Estados Unidos había “cruzado una línea”.
La cuestión de la edad
Cuando Feinstein atacó a la administración Obama por las torturas, tenía 81 años, mucho más allá de la edad de jubilación habitual en Estados Unidos, pero no mostraba ningún deseo de abandonar sus deberes.
Ya desde 2017 ignoraba las preocupaciones sobre su edad.
“Es lo que debo hacer mientras me sostenga”, le dijo a CNN en 2017, a los 84 años, cuando se preparaba para lanzar otra reelección al Senado de Estados Unidos que ganó.
Pero Feinstein comenzó a enfrentar problemas de salud en los años posteriores.
Experimentó pequeños fallos de memoria en público y su convicción de centrista comenzó a ser criticada por los demócratas, que se estaban moviendo hacia la izquierda en respuesta al ascenso de Donald Trump y los movimientos de justicia social que surgieron.
Luego llegó un momento desastroso en 2020.
El Comité Judicial del Senado deliberaba la confirmación de Amy Coney Barrett, la última candidata de Trump a la Corte Suprema de Estados Unidos.
Los demócratas se oponían a la nominación, temerosos de que su llegada al cargo solidificaría una mayoría conservadora y, en última instancia, allanaría el camino para que la Corte Suprema revocara el derecho al aborto en todo el país.
Los republicanos también habían incumplido un acuerdo tácito de que tales nominados no podían ser confirmadas en un año electoral, una táctica que habían utilizado para impedir que Obama llenara una vacante que surgió en sus últimos meses como presidente.
Pero una vez concluida la audiencia de confirmación, Feinstein felicitó a su homólogo republicano, el senador Lindsey Graham, por una audiencia exitosa, dándole un abrazo.
“Esta ha sido una de las mejores audiencias de confirmación en las que he participado”, le dijo.
Los liberales estaban furiosos con la senadora. Acababan de perder un asiento en la Corte Suprema de Estados Unidos y una de sus principales líderes estaba alabando un proceso que consideraban una farsa. El hecho de que Feinstein también hubiera defendido el derecho al aborto a lo largo de su carrera aumentó la confrontación.
Los llamados para que se jubilara comenzaron poco después y nunca cedieron.
En diciembre de 2020, The New Yorker publicó un artículo sobre las capacidades cognitivas de Feinstein, con testimonios de empleados que presenciaron de cerca sus problemas.
Sin embargo, durante tres años más se negó a reconocer públicamente que tenía problemas de salud. Dependía en gran medida de su personal para gestionar las operaciones de una oficina del Senado que representaba a 40 millones de personas de California.
Una ausencia prolongada de Washington este año debido a un grave caso de herpes zoster la llevó a reconocer que no se presentaría a la reelección en 2024. Pronto se inició una acalorada carrera para reemplazarla, la cual sigue en marcha.
“Es hora de que la senadora Feinstein renuncie”, tuiteó en abril Ro Khanna, un demócrata liberal de California.
Feinstein finalmente regresó a Washington este verano luciendo muy decaída, usando una silla de ruedas y siendo ayudada por asistentes para moverse por el Capitolio.
En una audiencia de julio, la senadora Patty Murray, una de las legisladoras elegidas junto con Feinstein en el “Año de la Mujer”, apoyó gentilmente a Feinstein durante una votación.
Fue un momento melancólico. Las imágenes del frágil físico de Feinstein contrastaban poderosamente con la política firme y atrevida que había llamado la atención de Estados Unidos en 1992, o desafiado a un director de la CIA y a un presidente.
Se convirtió en un símbolo de la creciente frustración en Estados Unidos con la “gerontocracia”, un liderazgo político dominado por políticos de entre 70 y 90 años.
Ella y sus colaboradores se esforzaron por completar su trabajo hasta el final. En una declaración de abril, Feinstein dijo: “Puedo comparar mi historial con el de cualquiera”.
El jueves por la tarde, vestida con un traje color ciruela, caminó hasta el hemiciclo del Senado de Estados Unidos y registró su votación final.
Hizo un pequeño gesto con la mano y salió de la cámara donde había pasado 30 años de su vida.
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