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En el día Internacional del Holocausto, Eddu Jaku, sobreviviente le aseguró a la BBC: “Soy el hombre más feliz del mundo porque estuve condenado a morir”. Eddie nació en Alemania en 1920, su nombre original era Abraham Jakubowicz y es judío. Todos los años, el 27 de enero, gente alrededor del mundo se congrega para el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto.
La pandemia de coronavirus pudo haber truncado los planes de muchas reuniones, pero Eddie todavía quiere enviar un poderoso mensaje. Al sobrevivir el Holocausto, Eddie se comprometió a disfrutar cada día de su vida y ayudar a otros a hacer lo mismo. Se impuso una meta: vivir hasta los 100 años y verse convertido en el más bondadoso, más activo y mejor viejo que se pudiera.
Y quizás lo logró: hoy en día, es un alegre esposo, padre, abuelo y bisabuelo. Eddie le explicó ala BBC cómo pudo mantenerse tan positivo, a pesar de los horrores que ha visto en su vida.
Mi mensaje a la juventud
Eddie acaba de escribir sus memorias, no por darse importancia, pero con la idea de dar esperanza a las generaciones futuras, aclaró. “Los nazis quisieron arruinarnos, hacerme la vida miserable. De manera que, para contrarrestar eso, hice todo al contrario”, comentó. Es difícil creer que no guarde rencor contra las personas que asesinaron a su familia y amigos.
“Los nazis quisieron que yo odiara. Pero no lo hago. Ellos nos odiaban, pero yo no odio. Quiero decirle a la gente joven ‘no utilicen esa palabra’. Es peligroso odiar a alguien”, aseguró Eddie y agregó: “El odio es una enfermedad. Podrá ayudar a destruir a tu enemigo, pero también te destruirá a ti”.
Y con ese principio en mente, Eddie relató que en los campos de concentración luchó arduamente todos los días para mantener a un lado el desprecio y encontrar un rayo de esperanza donde pudiera. Podía ser una simple sonrisa, o compartir un pedazo de pan, realmente cualquier acto de bondad, para que su alma no se “secara”.
“¿Como sobrevivir cuando tantos están muriendo?”
En noviembre de 1938, cuando tenía apenas 18 años, los nazis desataron la Kristallnacht, la “Noche de los Cristales Rotos”. Miles de judíos alemanes, incluyendo Eddie, fueron atacados en una oleada de gran violencia antisemita. Para muchos en el resto del planeta, la Segunda Guerra Mundial empezó un año después (septiembre de 1939), pero para Eddie y una gran cantidad de judíos alemanes, las cosas habían cambiado para siempre.
En los siguientes siete años que siguieron a esa fatídica noche, Eddie enfrentó horrores inimaginables: los primeros campos de concentración en Buchenwald (1938) y Auschwitz (1944), y finalmente la marcha de la muerte (1945), unos meses antes del fin de la guerra. “Me pregunto cómo hice para sobrevivir cuando tantos a mi alrededor estaban muriendo”, se cuestionó. Para cuando llegó el fin de la guerra, había perdido a su familia, sus amistades y su país.
“El país más civilizado de Europa”
“La Noche de los Cristales Rotos, 10 nazis tumbaron la puerta de nuestra casa”, recuerda Eddie. “Te lo juro, la volvieron pedazos. Pensé que me matarían ese día. Mi perro quiso salvarme, no dejar que me golpearan, entonces pusieron bayonetas en sus rifles y lo mataron, gritando ‘En Juden Hund’, que significa perro judío”, recordó Eddie.
A su vez, narró: “¿Cómo es posible que mis amigos y vecinos se convirtieran en asesinos? Yo estaba muy orgulloso de ser alemán. Pensé que vivía en el país más civilizado, más culto y ciertamente más ilustrado de Europa. ¿Por qué?”
“Nunca saldré de esta”
Después de una noche brutal, Eddie fue llevado a su primer campo de concentración en Buchenwald, y unos años después fue trasladado a Auschwitz. Los presos en los campos de concentración nazis recibían un número al llegar. “Cuando me tatuaron un número en mi brazo izquierdo, eso fue en lo que me convertí: en un número”, señaló y reconoció: “En ese momento pensé, “nunca saldré este horrible, bárbaro régimen”.
“Barrieron toda mi vida. Uno no puede recuperar lo que perdí”, contó Eddie, pero hizo lo que pudo para seguir vivo y no amargarse.
“No luches contra tu enemigo”
“El 50% de mi supervivencia se la debo a la suerte, el otro 50% a que supe cuándo hablar y cuándo guardar silencio. No debés luchar contra tu enemigo cuando estás cautivo: ellos son los amos y vos el sirviente. Entender eso probablemente me ayudó”, afirmó.
Pero no todos podían soportar las condiciones inhumanas, se sinceró: “Muchos se dieron por vencidos. Caminaban hasta el alambrado [una cerca eléctrica que rodeaba el campo de concentración] y se electrocutaban. Pero yo quería salir de allí. Estaba tan enfurecido con lo que les había sucedido que me dije a mí mismo, ‘alguien tiene que sobrevivir’”.
El fin de la pesadilla
En enero de 1945, meses antes del fin de la guerra, Eddie, con unos 60.000 presos más, se vio forzado a participar en los que se llegó a llamar la Marcha de la Muerte de Auschwitz. A medida que las tropas soviéticas cerraban el cerco sobre el campo de concentración, el ejército nazi en retirada forzó a miles de presos hambrientos a adentrarse en lo que todavía era territorio bajo control alemán, casi todos a pie.
Después de caminar cientos de kilómetros y de pasar por Buchenwald otra vez, Eddie logró escapar. Antes de los eventos de Kristallnacht, Eddie fue un joven fuerte y saludable, pero para cuando la guerra terminó y los soldados estadounidenses lo encontraron en la carretera, era una sombra de su antiguo ser.
“Pesaba 28 kilos”, recordó y comentó: “Estaba escondido en una cueva. Había estado comiendo caracoles y babosas, me encontraba muy enfermo”. Una vez en el hospital, se prometió a sí mismo: “Si salgo de esta, seré el hombre más feliz del mundo. Seré servicial, seré bondadoso. Haré todo lo que los alemanes no hicieron conmigo”.
“Esa es mi victoria”, declaró.
“No estoy amargado, pero tampoco soy un tonto”
Eddie insistía en contar la historia de los campos porque, dijo, “podrías ira a Auschwitz diez veces y aún así nadie entendería lo que pasó allí. ¿Como pudo ser posible?”. Hasta para los que estuvieron allí, fue difícil comprender los horrores que se llevaron a cabo en los campos.
En su libro, escribió de dificultades y deshumanización diarias, pero “nunca supimos los que ocurría en el área médica de Auschwitz”. No fue hasta el fin de la guerra que el mundo se enteró “de los crueles y dementes experimentos a los que Mengele y sus doctores sometieron a hombres, mujeres y niños a puerta cerrada”. Eddie insistió en que no está amargado, pero tampoco se engaña: “Tantos criminales y asesinos nazis no enfrentaron la justicia”.
Una nueva vida en Australia
Después de la guerra, Eddie reconoció que ya no se sentía completamente en casa en Europa. “Fue difícil olvidar que estábamos rodeados de personas que no habían hecho nada para evitar la persecución, deportación y asesinato de mi pueblo”, escribió en sus memorias.
Eddie conoció y se casó con su esposa Flore, y en 1950 decidieron mudarse a Australia con su joven familia y empezar de nuevo. Eddie y Flore llevan casados 74 años y tienen nietos y bisnietos adultos que celebraron con Eddie sus 100 años a principios de 2020. “Durante toda mi vida me pidieron que escribiera un libro sobre mis experiencias”, expresó Eddie, pero estaba muy ocupado con su familia, sus amistades, nunca había tiempo.
Cuando la salud de Flore se deterioró y tuvo que ser internada en un hogar de cuidados, Eddie decidió mudarse allí con ella, y fue cuando encontró el tiempo para registrar sus recuerdos. “Finalmente, produje un libro en mi jubilación”, comentó riendo y añadió: “Estamos en medio de una pandemia, ¿qué más iba a hacer?”.
Sin embargo, no le pareció gracioso cuando escucho a alguien quejarse del confinamiento, diciendo que era como estar en un campo de concentración. “¡Tenés una cama, tenés comida, tenés todo! No compares el confinamiento con un campo de concentración”, exclamó, y luego soltó una carcajada.
A pesar de sus 100 años, los ojos de Eddie están firmemente puestos en el futuro y la próxima generación. “Me gustaría que todos supieran mis tres palabras: esperanza, salud y felicidad. Y la felicidad es lo único que se te devuelve con crecés si la compartís con alguien”, aseguró.
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