Detrás de las marchas, una lucha más profunda por la identidad turca
ESTAMBUL - A lo largo de toda esta vasta ciudad, ex capital de tres imperios , hay grúas que se alzan sobre obras en construcción, empalizadas de aluminio que rodean antiguas villas miseria y rascacielos que sobrepasan los minaretes de las mezquitas que dominaron el paisaje de Estambul durante siglos. Y ésa es sólo la avanzada de muchos otros proyectos, más ambiciosos aún, que ya están en curso.
Muchos turcos, sin embargo, viven este desarrollo no tanto como progreso, sino como un reflejo de las crecientes ambiciones autocráticas del primer ministro Recep Tayyip Erdogan. La bronca y el resentimiento se volcaron masivamente a las calles en los últimos días, cuando la policía tuvo que repeler con gas lacrimógeno a los manifestantes, que descargaban su furia contra las topadoras y los vagones de obra alineados como barricada en las inmediaciones del último parque que queda en el centro de la ciudad.
A la vista de la opinión pública está haciendo erupción una larga batalla por el espacio urbano que evidencia una lucha más abarcadora por la cuestión de la identidad turca, donde se mezclan difíciles problemas religiosos, políticos y de clases sociales. Y aunque aquí la mayoría reconoce que cada clase gobernante que rigió en Turquía intentó dejar su marca en Estambul, se extiende la sensación de que nadie lo intentó con tanta insistencia como el actual gobierno, encabezado por un partido de raíz islamista al que pertenece Erdogan.
El domingo, Erdogan salió por televisión para rechazar las acusaciones de tener actitudes dictatoriales, y aprovechó para ningunear la legitimidad de los manifestantes. "No tenemos intención de ceder ante unos pocos vándalos que se juntan en la plaza y provocan a nuestro pueblo, nuestra nación, basados en información errónea", dijo en un discurso que, a pesar de sus llamados al orden, terminó provocando a la gente, que volvió a manifestarse en la plaza Taksim. Los manifestantes también ganaron las calles en Ankara, capital del país, y en varias otras ciudades, donde fueron recibidos por la policía con gases lacrimógenos.
Edhem Eldem, historiador de la Universidad Bogazici, en Estambul, critica al gobierno por emprender proyectos de desarrollo a gran escala sin buscar consenso en la opinión pública. "De alguna manera, están ebrios de poder", dice. "Han perdido sus reflejos democráticos y están volviendo a lo que es la esencia de la política turca: el autoritarismo."
El vertiginoso cambio del paisaje urbano de Estambul es un símbolo de las corrientes antagónicas sobre las que se apoya la Turquía moderna: el islam versus el secularismo, lo rural versus lo urbano. Esas corrientes subrayan el boom económico y la autoconfianza expresada por la elite gobernante, conservadora en lo religioso y opuesta a la melancolía postimperial que reflejan las novelas sobre Estambul de Orhan Pamuk, premio Nobel de literatura.
La década que Erdogan lleva en el gobierno modificó radicalmente la cultura turca, con el establecimiento del control civil sobre los militares. Demolió las normas del viejo orden laico y ahora se permite una amplia variedad de expresiones religiosas en público, que se evidencia en el aumento de mujeres que se cubren la cara y la cabeza, y en las masas conservadoras que constituyen el electorado de base del primer ministro. Su gobierno también mima a la clase capitalista más piadosa, cuyos miembros se mudaron masivamente desde la Anatolia rural hacia ciudades como Estambul, lo que profundizó la división de clase.
A la antigua elite laica, que se considera heredera del legado de Mustafa Kemal Ataturk, fundador de la Turquía laica moderna, estas transformaciones le dan escozor. Y también a los liberales, que no se etiquetan a sí mismos como seguidores de Ataturk y son tolerantes con las expresiones públicas de religiosidad, pero objetan el estilo de liderazgo de Erdogan.
En muchos, también hay resentimiento y una sensación de pérdida: en los residentes históricos, los intelectuales urbanos y muchos miembros de las clases marginales, que están siendo desalojados de sus hogares para dar lugar a la construcción de centros comerciales y exclusivos complejos de viviendas.
Y hay muchos otros proyectos en el tablero de dibujo, que suscitan mayores ambiciones y controversias: el aeropuerto más grande del mundo, la mayor mezquita del país y la propuesta de construcción de un canal que atravesaría Estambul occidental por la mitad y que es tan audaz que hasta el vocero más entusiasta del proyecto, el propio Erdogan, calificó de "loco".
"Yo nací y crecí acá, y ya no hay nada de mi juventud con lo que pueda conectarme en esta ciudad", dice Ersin Kalaycioglu, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Sabanci. "Estambul es vista como un lugar para ganarse la vida, para hacerse rico." Evidenciando su sensación de pertenecer a una elite, sentimiento muy extendido entre los turcos laicos de Estambul, Kalaycioglu se queja de que la ciudad "fue invadida por campesinos de Anatolia que no tienen cultura".
Ara Guler, de 84 años, es el fotógrafo más famoso de Turquía. Sentado en un bar que lleva su nombre, dice que queda un solo barrio que le recuerda cómo era la ciudad: Eyup, un distrito frente a la costa. "El Estambul en el que crecimos ya se perdió", dijo. "¿Dónde está mi Estambul? Todo gira en torno al dinero."
Traducción de Jaime Arrambide
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