Detrás de la marcha, una confesión: la paciencia está agotada
RÍO DE JANEIRO.- Brasil, ante la sorpresa de todos, se echó a la calle en todo el país masivamente, convocado por el nuevo poder de las redes sociales. Las dos ciudades símbolo: Brasilia, la capital política, y San Pablo, centro neurálgico del poder económico y financiero, dieron vida a las dos mayores manifestaciones de la historia de su reciente democracia.
En las más de 200 ciudades donde cientos de miles de brasileños se manifestaron sin más bandera que la de los colores de Brasil se escuchó principalmente un grito: "¡Fuera Dilma, fuera el PT!", representado gráficamente con un ataúd. A ese llamado se sumó el de "corrupción nunca más" y una defensa clara de la democracia. Cabe preguntarse: ¿y ahora qué?
Miles de carteles cargados de creatividad, escritos muchos a mano, revelaban la insatisfacción de un país que siente que su vida empeora cada día.
"Que nos devuelvan a Brasil", rezaba otra pancarta, y a su lado: "Dilma, la paciencia se nos acabó". Otros señalaban: "No somos la elite. No somos de derecha. Somos Brasil".
Era cierto. La idiosincrasia de las manifestaciones, en todas las ciudades, desmintió a los pájaros de mal agüero de la víspera. El Brasil mejor los desmintió rotundamente.
Decían que iba a ser el país del "caviar", el de los ricos, el que saldría a la calle para exigir la cabeza de Dilma. No lo fue. Fue el Brasil plural, fue el Brasil mestizo, el que salió a la calle sin ideologías ni clases. Desfilaron juntos familias enteras con sus chicos; novios tomados de la mano, ancianos, muchos jóvenes y hasta embarazadas felices. Trabajadores codo a codo con empresarios.
Se temía que, como en 2013, grupos de violentos intentaran abortar las manifestaciones. No aparecieron. No hubo incidentes. Más aún, los brasileños revelaron lo mejor de su alma: su espíritu festivo, su creatividad, su pasión por estar juntos, su pluralismo y la defensa de un valor al que no están dispuestos a renunciar: la democracia.
Fue el Brasil en el que los chicos se sacaban fotos con los policías militares armados hasta los ojos. Fue el Brasil que a las puertas del Congreso Nacional, en Brasilia, entregaban flores blancas a las fuerzas del orden.
Se aseguraba que habrían salido a la calle grupos que exigen la vuelta de los militares. No estaban. Sólo dos o tres carteles al respecto fueron anulados por los miles de carácter democrático.
Pronóstico errado
Había hasta quien apostaba que los convocados por las redes sociales acabarían en la calle enfrentados entre los que pedían el juicio político (impeachment) de Dilma, los que estaban en contra y los que defenderían al gobierno. Que las manifestaciones reforzarían la polaridad de un país dividido en dos. Se equivocaron.
Fue un Brasil unido en las mismas reivindicaciones. A la súplica de la presidenta en su primer discurso días atrás después de su reelección, de que "tuvieran paciencia" ante la crisis que sería pasajera, los manifestantes le respondieron que ya se les había agotado.
Salió a la calle ese Brasil que, poco más de dos meses después de la reelección de Dilma, le da al gobierno sólo un 7% de aprobación, según las encuestas.
Fue el Brasil que desfiló con sus caras pintadas de verde y amarillo y que gritaba: "Nuestra bandera no es la roja". Y no hubo en ninguno de los desfiles a lo largo del país una sola bandera partidaria.
Ante todo ello, y ante un gobierno atónito que la víspera había minimizado la protesta por no contar con más apoyo que el de las redes sociales, cabe la pregunta: ¿Y ahora qué, Dilma?
Es difícil saber qué respuesta podrá dar el gobierno a esa protesta masiva contra él.
La presidenta ya ha dado a entender que no se retirará. Un impeachment, aun siendo constitucional si existieran motivos legales, es un proceso lento y complejo.
Incertidumbre
La oposición apuesta que el segundo gobierno Dilma -el cuarto del Partido de los Trabajadores- se irá desangrando poco a poco. Difícil adivinar la respuesta que el gobierno y la clase política en general, en su momento de mayor desprestigio ante la opinión pública, diezmada por el escándalo de la estatal Petrobras, darán los próximos días a ese Brasil que despertó y perdió el miedo a la calle.
Como mínimo, Dilma debería en las próximas horas rehacer su gobierno, empezando por reducirlo a la mitad. Hoy, con 39 ministros, es mayor que el de los gobiernos de Estados Unidos y Alemania juntos. Es el país después de China con mayor número de ministros del mundo, con un gasto federal de 377.000 millones de reales (unos 116.000 millones de dólares).
El gobierno necesita de pocos ministros, pero a la altura de la crisis en la que está inmerso, con un cortocircuito con el Congreso y con la opinión pública y una economía agonizante.
El ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva confesó que su partido, el PT, con 12 años en el gobierno, necesita refundarse y volver a sus orígenes, ya que la opinión pública lo culpa de haberse corrompido, de haberse apoderado del Estado y de ser el mayor protagonista de los dos mayores escándalos de corrupción política: el mensalão y el petrolão.
Ese momento llegó y no puede esperar más. Los manifestantes que salieron a las calles anteayer arrastraban un cartel que decía: "Vete, Dilma, y llévate también al PT".
Brasil vivirá por estas horas uno de los momentos más serios y más graves de reflexión política y social sobre su presente y su futuro.
El Brasil que confesó haber perdido su paciencia merece respeto por parte de sus gobernantes y políticos. Anteayer ese Brasil repartió flores. Mañana esas flores blancas podrían teñirse de negro en las urnas.
Brasil sigue apostando masivamente por sus valores democráticos y sus mejoras económicas y sociales, conquistadas con sangre y dolor.
Frustrar esa esperanza, meter la cabeza debajo del ala, despertar mañana como si nada hubiese acaecido, podría convertir la protesta festiva en algo más lúgubre que nadie desea. No es cierto que los brasileños tienen ahora el derecho de preguntar al poder: ¿y ahora qué?
© El País, SL
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