Destrucción y conmoción en Antakya, la ciudad turca más afectada por el terremoto: “Perdí todo, no queda nada”
La tradicional capital de la provincia de Hatay fue una de las zonas más golpeadas por el sismo y dejó a sus habitantes a la intemperie, sin luz, agua ni baños
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ANTAKYA.- Pasan la noche donde pueden, en esquinas oscuras, en las plazas, en el patio de una escuela primaria, en la ladera de una colina que conduce a una de las primeras iglesias de la cristiandad.
En toda Antakya —capital de la provincia de Hatay, una de las zonas más golpeadas por el peor terremoto que sufre Turquía en casi un siglo—, miles de personas luchan con las consecuencias de un cataclismo que trastornó por completo sus vidas y dejó a muchos sin casa, sin objetos personales, sin recuerdos, sin futuro.
Porque para muchos el futuro se reduce a sobrevivir otra noche: hace demasiado frío para dormir en los autos, que además son demasiado chicos para alojar a una familia entera, pero al mismo tiempo suelen ser menos fríos que las carpas, una delgada capa de tela que oculta la tragedia y la devastación de quienes duermen adentro.
Pero el interior de los autos y las carpas es incluso preferible a esos improvisados toldos de lona colgados de los micros o sostenidos por postes. Los antioquenos queman toda la madera y la basura que encuentran para calentar a sus familias, pero nada alcanza: el frío es extremo.
“No hay agua, no hay electricidad, no hay baños”, dice Saba Yigit, una niñera de 52 años, con especial énfasis en el último punto.
El jueves fue el tercer día seguido en que Saba se despertó, congelada, en el mercado cubierto de frutas y verduras donde se refugió con su familia cuando el terremoto destrozó su casa, cercal de la costa del Mediterráneo. “Es espantoso”, expresa.
Algunos de los puestos del mercado se convirtieron en camas improvisadas. En otros siguen apilados los repollos, las plantas de apio y los coliflores, ahora en descomposición. En el rescoldo del pequeño fogón que armó Baba hay un par de pimientos y zanahorias chamuscadas, la única forma de cocción posible en esta ciudad de maravillas culinarias, donde la cocina mediterránea, árabe y anatolia se fusionan desde hace siglos.
Baba dice que las verduras no son de los puestos del mercado, sino que las recibieron de grupos de ayuda humanitaria, para muchos, la única fuente de alimentos actualmente en Antakya.
El jueves, cuando el primer convoy de ayuda de Naciones Unidas ingresó a la región de Siria controlada por la insurgencia, el número de víctimas en Turquía superaba la marca de las 17.600 personas y se convertía en el sismo más letal en más de 80 años en ese país. Sumadas las víctimas 3377 víctimas informadas hasta ahora por Siria, la cifra total de muertos por el terremoto supera los 21.000 fallecidos confirmados.
“Morir sentados”
El jueves también fue la cuarta noche en que la mayoría de los habitantes de lo que alguna vez fue Antakya durmieron a la intemperie. Muchas son personas que perdieron sus hogares en el terremoto, y otros son vecinos aterrados ante la posibilidad de que la más mínima réplica haga que las casas y apartamentos restantes también se derrumben. Ni siquiera se atreven a entrar para usar los pocos baños que todavía funcionan en la ciudad.
“Vamos a morir acá sentados a la espera de que lleguen las carpas”, dice Sabriye Karaoglan, de 70 años, envuelta en una manta finita y sentada en una silla plegable sobre una calle de la ladera de la montaña con vista panorámica de la ciudad.
Junto a Sabriye hay una jaula de periquitos rescatados del hogar familiar. En la vereda de enfrente está el automóvil donde los miembros de la familia se turnan para dormir de noche, el mismo que solía llevarlos a la playa cuando hacía buen tiempo, dice Sabriye, con las mismas sillas plegables para hacer el picnic.
Fundada en el año 300 a.C. por un exgeneral de Alejandro Magno, Antakya es tan antigua que ha sido destruida y reconstruida varias veces. Los griegos, los romanos y los bizantinos la convirtieron en un centro comercial tan poderoso que llegó a ser la tercera ciudad más grande del Imperio Romano.
La Antakya moderna se construyó sobre capas y capas de ruinas de civilizaciones desaparecidas hace siglos, una historia que todavía asoma en muchos lugares: una iglesia cristiana primitiva fundada en una cueva por los santos Pedro y Pablo, antiguas mezquitas de piedra en la parte más antigua de la ciudad, un tramo de finos mosaicos bizantinos encontrados durante la construcción de un hotel.
Pero la Historia es un pobre consuelo para quienes fueron recibiendo llamada tras llamada para contarles que otro ser querido había muerto, una situación que esta semana se viviì en casi todas las familias antioquenas. Y cuando llegó el jueves, al caminar por las calles, ya no escuchaban gritos de personas atrapadas bajo los escombros.
“No queda nada”
“No hay más Antakya”, dice Kazim Kuseyri, de 41 años, propietario del Savon, el hotel más tradicional de la ciudad, que desde el terremoto duerme en un auto en el patio del hotel, junto con unos 25 familiares, miembros del personal y sus parientes y amigos. “Perdí a mis amigos. Perdí los lugares donde comía y bebía con mis amigos. Perdí todos mis recuerdos. Ya no tengo ninguna razón para vivir en Hatay. Porque no queda nada.”
Nadie se salvó del desastre. En algunos barrios, absolutamente todos los edificios están agrietados o en ruinas. Hasta los árboles muestran cicatrices: la gente corta las ramas para hacer fuego y calentarse.
A lo largo de la Calle de la Independencia, la primera calle iluminada de la historia del mundo, los restaurantes, locales de especias, peluquerías y farmacias por donde circulaban locales y turistas ahora tienen rajaduras de piso a techo o están directamente en ruinas.
“Duele ver la calle en este estado”, dice Ahmet Gunes, de 34 años, un turco kurdo que solía venir a Antakya desde su ciudad, Sanliurfa, para vender ganado. “Era un lugar perfecto. Ojalá esto hubiera pasado en mi ciudad natal, y no acá”.
Frente al elegante Hotel Liwan, de la era otomana, hay tres bolsas para cadáveres depositadas sobre la vereda. Según las etiquetas, una de ellas contiene el cuerpo de un adolescente sirio de 19 años, y otra a un niño turco de 10 años.
Un hombre sirio en medias y sandalias avanza tambaleándose con una lista de seis nombres escritos en un pedazo arrancado de cartón: son todos parientes suyos, incluidos sus padres.
“Están todos muertos”, dice cubriéndose la cara.
Junto a su amiga Isa Solmaz, de 51 años, que creció en el barrio antes de mudarse por trabajo a Estambul, cuidan el taller de un artista de los saqueadores. El hermano de Isa logró salvar a su madre de entre escombros de su casa, pero todo lo demás que conocieron desde niños, todo eso que era objeto de orgullo para sus padres y los padres de sus padres, ha desaparecido.
El olor del sabroso pan de pita que salía del horno de la panadería de la esquina solía empujarlos escaleras abajo para ir a comprarlo. También murió ese vecino mayor que los acogía cuando huían de los retos de su madre.
“Te vas a dormir, y cuando te despertás, toda tu infancia se esfumó”, dice Isa, y predice que la mayoría de los habitantes de Antakya abandonarán la ciudad. “Es la pérdida de la memoria. Lo que desapareció no es una ciudad: es toda una historia, toda una civilización”.
Por Vivian Yee and Nimet Kirac
Traducción de Jaime Arrambide
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