Después de un almuerzo con Biden, me quedó claro su gran temor: no lograr unir a EE.UU. como lo hizo con Occidente
El presidente fue elegido como la mejor persona para mantener unida a la nación, pero podría no estar logrando cumplir con ese objetivo
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NUEVA YORK.- El lunes pasado el presidente Biden me invitó a almorzar a la Casa Blanca. Pero fue todo off the record, así que no puedo contar nada. Hay dos cosas, sin embargo, que igualmente puedo contar: lo que comimos y mi sensación tras el encuentro. Comimos sándwiches de atún, ensalada de frutas y de postre un milkshake de chocolate tan rico que debería ser ilegal.
Y mi sensación tras el encuentro fue esta: a todos esos zopencos que dicen que Biden no sabe unir dos frases, les tengo una novedad: Biden acaba de unir a la OTAN, a Europa y a toda una alianza de países de Occidente para ayudar a Ucrania a proteger su incipiente democracia del ataque fascista de Vladimir Putin.
Al hacerlo, Biden hizo posible que Ucrania le infligiera daños significativos al Ejército invasor ruso, gracias al veloz despliegue de entrenadores de Estados Unidos y de la OTAN y de transferencias masivas de armas de precisión. Y sin la pérdida de un solo soldado norteamericano.
Ha sido el mejor manejo y consolidación de la alianza desde otro presidente que entrevisté y admiré, de quién también se decía que no podía unir dos frases: George H.W. Bush. Fue Bush quien manejó el colapso de la Unión Soviética y la reunificación de Alemania sin disparar un solo tiro ni sacrificar la vida de un solo norteamericano.
Sin embargo, salí de ese almuerzo con el estómago contento y el corazón triste. Biden no lo dijo con todas las letras, pero no hizo falta. Podía leerse entre líneas: a pesar de haber unido a Occidente, Biden teme no poder unir a Estados Unidos.
Esa es claramente su prioridad, incluso por encima de su agenda legislativa Build Back Better. Y también sabe que para eso lo eligieron la mayoría de los norteamericanos, que temían que el país se desintegrara y llamaron a ese viejo caballito de batalla llamado Biden, que con sus instintos de consenso bipartidista era la mejor persona para mantener unida a la nación. Y es la razón por la que decidió postularse en primer lugar, porque sabe que sin una mínima unidad de propósito y disposición para hacer concesiones nada es posible.
Pero cada día que pasa y con cada tiroteo masivo, cada alerta racista, cada iniciativa para desfinanciar a la policía, cada resonante fallo de la Suprema Corte y cada denuncia ridícula de fraude electoral, me pregunto si hay forma de unirnos otra vez. Me pregunto si no es demasiado tarde.
Temo que estemos al borde de romper algo muy valioso. Y cuando se rompa, ya no existirá, y quién sabe, tal vez nunca lo volvamos a tener. Estoy hablando de nuestra capacidad para hacer que las transferencias del poder sean pacíficas y legítimas, una capacidad que nuestro país ha demostrado desde su fundación. La transferencia pacífica y legítima del poder es la piedra angular de la democracia norteamericana. Si eso se quiebra, el resto de las instituciones también dejará de funcionar, y Estados Unidos se sumirá en el caos político y económico.
En este momento estamos parados frente al abismo. Porque una cosa es elegir a Donald Trump y a candidatos pro-Trump que quieren restringir la inmigración, prohibir el aborto, bajarle los impuestos a las corporaciones, extraer más petróleo, sacar la educación sexual de las escuelas y levantar el uso obligatorio de barbijo en pandemia, que son políticas con las que uno puede o no estar de acuerdo, porque así es la política.
Pero las recientes primarias y las investigaciones en torno a lo ocurrido en la insurrección del 6 de enero de 2021 en el Capitolio revelan movimientos de Trump y sus aliados que no son impulsados por ningún conjunto de políticas coherentes, sino más bien por una gran mentira: que Biden no ganó una elección libre y justa, con mayoría de votos en el Colegio Electoral, y que por lo tanto es un presidente ilegítimo.
Así que la principal prioridad de esas personas es instalar candidatos cuya lealtad principal con Trump y su Gran Mentira, no con la Constitución. Y ya están insinuando que si la elección de 2024 es reñida, o incluso si no lo es tanto, estarían dispuestos a apartarse de las reglas y normas constitucionales establecidas para otorgarle el triunfo a Trump o a otros candidatos republicanos que en realidad no habrán obtenido la mayor cantidad de votos. Y no es un murmullo: es la plataforma con la que se postulan a elecciones.
En resumen, estamos viendo un movimiento a nivel nacional que nos dice públicamente y a viva voz: “Hacia allá vamos”. Y eso me aterra porque yo ya estuve ahí.
Mi experiencia formativa en el periodismo fue a fines de la década de 1970, viendo a los políticos libaneses ir en esa dirección hasta sumir su frágil democracia en una interminable guerra civil. Y no vengan a decirme que acá eso no puede pasar.
Se me revuelve el estómago al ver la cantidad de republicanos de Trump que se postulan para el cargo afirmando su Gran Mentira, cuando sabemos que saben que sabemos que saben que no creen ni una sola palabra de lo que dicen.
No se puede caer más bajo: el líder de la minoría de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, por ejemplo, está tan obsesionado con convertirse en presidente de la Cámara que mintió sobre haber dicho la verdad. McCarthy negó que inmediatamente después del 6 de enero les dijo explícitamente –y en un mensaje grabado– a sus colegas republicanos que esperaba que Trump fuera acusado por inspirar la insurrección, y que él mismo tenía la intención de decirle que debía renunciar. ¿Cuándo se ha visto que alguien haya mentido sobre dicho la verdad?
Y eso me devuelve a mi almuerzo con Biden. Al presidente claramente le pesa que hayamos construido una alianza global para apoyar a Ucrania, revertir la invasión rusa y defender los principios estadounidenses centrales en el extranjero –el derecho a la libertad y la autodeterminación de los pueblos–, mientras el Partido Republicano de su propio país se aparta de nuestros principios más preciados dentro de Estados Unidos.
Biden no está totalmente exento de culpa en este dilema, como tampoco el Partido Demócrata, en especial su ala más izquierdista. Presionado para resucitar la economía y con fuertes reclamos de esa izquierda, Biden impulsó un gasto público excesivo durante mucho tiempo. Los demócratas de la Cámara también ensuciaron uno de los logros bipartidistas más importantes de Biden, su gigantesco proyecto de ley de infraestructura, tomándolo de rehén a cambio de otras demandas de gasto excesivo. La extrema izquierda también cargó a Biden y a todos los candidatos demócratas con nociones radicales como “desfinanciar a la policía”, un mantra delirante que de haberse implementado habría perjudicado sobre todo a la base electoral negra e hispana de los propios demócratas.
Para derrotar al trumpismo solo necesitamos, digamos, que el 10% de los republicanos abandonen su partido y se unan a un Biden de centroizquierda. Pero si la gente considera que quienes definen el futuro del partido son los demócratas de extrema izquierda, es posible que ni siquiera logremos que se pase el 1% de los republicanos. Por eso salí de mi almuerzo con el presidente con el estómago contento y el corazón triste.
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