Después de la caída del califato, llega un Estado Islámico más "glocalizado" e igual de peligroso
TÚNEZ.- El brutal atentado de Sri Lanka ha confirmado una advertencia hecha durante los últimos meses por la mayoría de los expertos antiterroristas: el derrumbe del califato no implica el final de la amenaza que representa el autodenominado Estado Islámico (EI) para buena parte de la humanidad.
Ni mucho menos. Como apunta la profesora de la UAM Luz Gómez en su último libro, Entre la sharia y la jihad, la última etapa de la evolución del jihadismo que representa EI se podría definir como "glocalizado", un peligroso híbrido entre motivaciones y redes locales y globales.
Un fenómeno mucho más difícil de erradicar que un simple pseudo-Estado. Quizás los atentados en Sri Lanka sean el mejor ejemplo de esta nueva realidad.
Según las pesquisas de las autoridades, los responsables del atentado eran todos originarios de la isla, conocida durante la colonización inglesa como Ceilán, pero varios habían viajado al extranjero con regularidad. Por lo que es muy probable que exista una conexión internacional y que la reivindicación por parte del EI sea certera.
Falta saber exactamente cuál fue su rol exacto. El secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, ha declarado que los ataques suicidas "al menos han sido inspirados" por EI.
Y es que no parece razonable que un oscuro grupo local sin una potente infraestructura conocida hasta el momento haya sido capaz de organizar un ataque con este grado de sofisticación, que provocó la muerte de al menos 359 personas y cerca de 500 heridos, siendo uno de los más mortíferos de la historia de todo el continente asiático.
Ahora bien, resultó extraño que la engrasada maquinaria propagandística de EI no reivindicara enseguida la masacre, como suele ser habitual, y dejara pasar dos días antes de atribuírsela.
A la espera de conocer los detalles logísticos de la operación, es lógico imaginar que exista alguna relación con la caída de la entidad política que había construido la organización jihadista entre Siria e Irak.
Sabemos que unos cuarenta militantes originarios de Sri Lanka acudieron a la llamada del líder de EI, Abu Bakr al-Baghdadi, y se desplazaron al corazón de Medio Oriente tras la fundación del califato en 2014. Algunos de ellos podrían encontrarse detrás del atentado.
No obstante, por su grado de complicación, es también posible que su preparación se hubiera iniciado bastante antes del ocaso del emirato jihadista o incluso del inicio de su decadencia.
Sea como fuere, hace tiempo que EI se esfuerza por expandir su barbarie más allá de su feudo en Medio Oriente, como demostraron ya hace más de tres años los atentados en París.
Desde entonces, la presencia de EI, de forma más o menos activa, se ha ido extendiendo progresivamente hasta abarcar más de 30 países. Habitualmente, el grupo suele explotar las tensiones sociales y políticas locales para disolverlas en su retórica de jihad global.
En Europa, utilizará la islamofobia que padecen las minorías musulmanas en muchos países; en el Sahel, los conflictos étnicos y tribales por el control de los recursos naturales o el Estado; en Paquistán, las tensiones entre sunnitas y chiitas.
Si bien la envergadura y crueldad del atentado de Sri Lanka despuntan respecto de las anteriores acciones de sus filiales en el sudeste asiático, este no su primer ataque en la región.
En Indonesia, 28 personas murieron el año pasado como consecuencia de ataques a iglesias cristianas, y en enero, otras 20 perecieron en una operación terrorista en la catedral de Jolo, en Filipinas. Ambas acciones fueron reivindicadas por grupos locales en la órbita de EI, que reclamó su autoría.
Estas no fueron acciones aisladas, sino que se enmarcan en un plan de la organización jihadista para declarar una wilaya (o provincia califal) en Asia. Ya lo intentaron sin éxito en Indonesia, en 2015, y en Filipinas, en 2017, cuando lograron controlar de forma temporal la región de Marawi, en la región de Mindanao, de mayoría musulmana.
La implantación de EI en un país como Sri Lanka muestra que es capaz de penetrar incluso sociedades con un perfil bien distinto al de aquellas donde se proyectó en su fase de crecimiento inicial.
El país asiático no ha participado en la coalición militar que luchó contra el califato ni tampoco cuenta con tropas ocupando ningún país musulmán, justificación habitual para los atentados en Occidente.
Además, representando solo un 8% de la población del país, la comunidad musulmana se halla lejos de constituir una mayoría y poder obtener el poder. Tampoco es un territorio que hubiera pertenecido históricamente al imperio musulmán ni se puede argumentar que sus gobernantes sean musulmanes "impíos".
Su capacidad de atracción por encima de fronteras y contextos concretos es remarcable. Así pues, EI representa una amenaza más global que nunca.
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