Desprotegidos, los israelíes cerca de Gaza conviven con el pánico: “Estoy muy asustada, nunca fue como ahora”
LA NACION recorrió la ciudad de Ashkelon, que fue atacada desde Gaza con 1040 misiles
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ASHKELON.- Liana Shatashvili, que como muchos judíos del este de Europa emigró a Israel, dice que jamás en sus 77 años de vida tuvo tanto miedo. Desde que el sábado 7 de octubre comenzó la guerra, Ashkelon, la tercera de Israel, que solía tener unos 150.000 habitantes, fue atacada desde Gaza con 1040 misiles –de los cuales 340 cayeron en la ciudad–,el 25% de todos los misiles lanzados hacia Israel.
Pese a ser una de las ciudades más atacadas –aunque sin mayores víctimas ni daños gracias al sistema de defensa antimisil Cúpula de Hierro–, arrecian aquí las polémicas porque, según denunció la propia municipalidad, no existe una protección adecuada. Hay por lo menos 40.000 vecinos, que viven en los barrios más antiguos, que no tienen refugios en sus casas o un cuarto blindado, tipo búnker, ventilado, donde meterse en caso de alarma.
Aunque hay refugios públicos, estos no son una solución porque se estima que desde que las sirenas de alarma suenan, algo que ocurre muy seguido, los residentes tienen apenas 30 segundos para ir corriendo a un lugar protegido. Y hay muchas personas ancianas o padres con niños pequeños, que no pueden llegar hasta allí.
“El tema protección de los últimos días de la guerra es la prueba viviente de que se trata de una cuestión que no ha sido tomada en cuenta y postergada por todos los gobiernos israelíes de las últimas décadas, y esperamos que la actual campaña sirva para que cambien las cosas”, indicó un comunicado de la municipalidad de Ashkelon, que reflejó como muchos se sienten ignorados, abandonados.
Es el caso de Liana Shatashvili. Emigrada en 1994 junto a su marido y tres hijos desde Tblisi, Georgia, no tiene ningún lugar seguro ni en su departamento, ni en el subsuelo del edificio de viejos monoblocks descascarados, de tres pisos, de un barrio humilde de Ashkelon.
“Claro que tengo miedo, estoy muy asustada, aunque acá en Ashkelon estamos acostumbrados, nunca fue como ahora. Suenan todo el tiempo las sirenas porque caen misiles, después se oyen tremendas explosiones que hacen temblar todo, las ventanas, el piso del departamento y yo para protegerme me quedo parada al lado de estas columnas porque las paredes son gruesas”, dice. Haciendo mímica, muestra ese pequeño lugar que hay en su departamento, entre dos columnas de la cocina y un cuarto, donde busca protegerse.
Aunque dice que es el peor momento que jamás vivió en Israel, Liana, que hasta que se enfermó hace ocho años cuidaba adultos mayores, no pensó en volver a Georgia. Su hogar ahora es Israel, donde se radicó no sólo ella, sino también sus tres hijos, nietos y otros parientes. Aunque revela que su sueño sería ir de vacaciones a Georgia para visitar a los familiares que quedaron allá y poder publicar el libro y las poesías que escribió en los últimos años sobre Georgia y sobre Israel. “Ahora también, pese al miedo y las sirenas, escribo poemas sobre lo que está pasando acá y sobre el amor y la paz que tanto necesita este mundo”, revela.
A diferencia de otras localidades pegadas a la Franja de Gaza, como Sderot, en Ashkelon no ha habido orden de evacuación de parte del ejército israelí. Igual, parece una ciudad fantasma, con calles desoladas, sin tránsito y muy poca gente, porque muchos se fueron hacia el norte y muchos otros están encerrados en sus casas.
Encontramos un poco de vida en un mercado que está abierto porque cuenta con un refugio público y que queda al lado de unos edificios que la semana pasada quedaron dañados en unos ataques. Catherine, nacida en Francia pero que vino a vivir aquí de muy chica, cuenta que salió de su casa junto a su nieta para comprar comida en vista del sábado, shabat. Ella también vive aterrada. “No, no tengo refugio, ni búnker y la hija de mi hija estuvo internada una semana porque cuando salieron corriendo durante una alarma se cayó y se rompió un brazo”, cuenta. “No sabemos qué hacer, estamos buscando lugar para poder irnos al menos un tiempo afuera de Ashkelon, quizás en un hotel de Eilat”, agrega, preocupada.
En el mercado se venden como pan caliente platos, vasos y cubiertos de plástico. “Como estamos metidos en los refugios nadie tiene tiempo para ponerse a lavar platos”, explica Catherine.
Los edificios más modernos de Ashkelon, rascacielos de varios pisos que se levantan sobre barrios más acomodados, con vista al mar y a una playa que sería paradisíaca si no hubiera guerra, sí están equipados con búnkeres en cada departamento. Además de judíos de origen ruso, georgiano, etíopes y de muchos otros países, aquí también viven muchos árabes-israelíes.
Yarin, un joven de 23 años, de origen rumano, que desde hace dos años trabaja en un hotel sobre la playa –repleto de periodistas que cubren la guerra y por familias que debieron dejar los kibutz asaltados–, admite que él también tiene miedo. “Estamos acostumbrados a que caigan misiles, pero esta vez es muy duro. Claro que estoy asustado, trato de no mirar los noticieros, pero sé que tengo que ser fuerte y ayudar”, dice.
En su casa hay refugio. Pero en la de sus abuelos, que es un edificio más antiguo, no. “No sabían dónde ir y ahora están parando en casa”, cuenta.
Como la mayoría de los israelíes, Yarin dice que no sabe cuándo terminará esta guerra que “no es un conflicto de Israel con los palestinos, sino de Israel con los terroristas de Hamas”, según destaca. Y concluye: “tienen que encontrar una solución para que israelíes y palestinos podamos vivir juntos y en paz”.
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