Desolación en Kherson tras ser liberada: “Los rusos disparan a matar cuando se les da la gana”
La ciudad del sur de Ucrania estuvo ocho meses bajo ocupación de las fuerzas del Kremlin, que siguen lanzando ataques contra objetivos civiles desde la otra orilla del río Dnieper
KHERSON.- Los rusos están del otro lado del río. A tan solo 850 metros. Y se siente. Los golpes de mortero y de artillería, como si fueran truenos, rompen el silencio sepulcral y hacen temblar todo. No hay casi un alma en Kherson, ciudad liberada el 11 de noviembre pasado de las fuerzas rusas, en uno de los éxitos más resonantes de la contraofensiva militar de Volodimir Zelensky. Pero es claro que ese momento de liberación, de victoria, fue solo eso, un momento.
“No hay batalla, pero los rusos disparan a matar cuando se les da la gana, día y noche. Están del otro lado del río, a solo 850 metros… Mi casa queda tan cerca del río que cuando de noche escucho el golpe corro a protegerme detrás de una pared… Aunque prefieren lanzar golpes de mortero sobre todo de día, a esta hora, porque hay más gente en la calle”, explica Julia, que es parte de ese 10% de una población que solía ser de 330.000 almas que sigue viviendo en Kherson, ciudad liberada, sí, pero fantasma y bajo fuego.
“Los pocos que nos quedamos sabemos que tenemos que estar en un lugar como este, que corre paralelo al río, pero cuyas ventanas dan para otro lado, porque en cualquier momento puede caer la bomba”, advierte Julia, nuestra intérprete y guía, con casco y chaleco antibalas.
Después de la histórica liberación de Kherson de noviembre, que implicó una humillante retirada de los rusos justo después de que Vladimir Putin decretara la anexión de la región de Kherson, todo cambió dramáticamente en esta estratégica ciudad fluvial del sur de Ucrania. Esas imágenes triunfales, llenas de entusiasmo y júbilo, de la población recibiendo con flores a los soldados del Ejército ucraniano, aclamados como héroes, duraron un suspiro.
Desde el otro lado del río Dnieper los rusos, que antes de irse destruyeron la infraestructura vital de la ciudad -dejando sin agua, electricidad y calefacción a la gente-, pasaron a la vendetta. ¿No quisieron estar bajo nuestra ocupación? Ahora la van a pasar mucho peor, parecen haber dicho. Y comenzaron a martillar a sangre y fuego a Kherson, que siempre fue un símbolo al ser la primera gran ciudad ucraniana en ser tomada y ocupada por los rusos, que aquí se quedaron ocho meses. Desde marzo de 2022, hasta noviembre. Entonces, amén de sofocar cualquier resistencia, impusieron un nuevo régimen, una nueva moneda -el rublo en lugar del grivna- y tapizaron sus calles de arboledas secas y edificios de estilo soviético, con banderas de la Federación Rusa y carteles que decían “esto será Rusia para siempre”.
Pero las cosas fueron cambiando. Al recibir el Ejército ucraniano más y mejores armas de los aliados occidentales, en el verano (boreal) los rusos comenzaron a tener problemas con la contraofensiva que llegaba desde la ciudad ucraniana de Mikholaiv, en el norte. Fue así que, poco después, llegó la decisión del repliegue táctico-estratégico. Los rusos se fueron de Kherson, sí. Pero en verdad siguen ahí, del otro lado del río. Y, con el habitual modus operandi demostrado desde el primer día de la invasión rusa de Ucrania que está por cumplir un año, en forma intermitente, comenzaron a destruirlo todo. Y se ensañaron contra objetivos civiles.
“Ayer atacaron un hospital, también atacaron la estación de tren que antes unía Kherson con Kiev, que ya no funciona y el 24 de diciembre, en lo que pasamos a llamar, el ‘sábado sangriento’, el centro comercial… Fue terrible, había cuerpos por todos lados. El número oficial de muertos es 11, pero un amigo mío que trabaja de socorrista me dijo que se quedaron cortos, que fueron muchos más y había mujeres y chicos”, dice Julia, sentada en la mesa del café Chorny Hus, el único abierto de Kherson, con ventanal a espaldas del río Dnieper, sobre la avenida Ushekova.
Ciudad fantasma
Casi todo está cerrado en esta ciudad fantasma, en parte intacta y en parte con edificios destrozados, vidrios rotos en el suelo, ruinas, depende en qué barrio y cuán cerca del río uno se encuentre. Aunque mucha más destrucción se ve antes de llegar, en esos 75 kilómetros de poblados agrícolas que separan esta ciudad de Mykolaiv. Es en estos campos donde se libró la gran batalla para la liberación de Kherson. En una llanura ahora gris, pelada, invernal, a lo largo de una autopista con el asfalto agujereado, lleno de cráteres causados por misiles, se ven estaciones de servicio, dachas, casas y galpones destrozados por encarnizados combates, tanques carbonizados, hierros retorcidos.
Es una jornada gris, el termómetro marca 1 grado y hace mucho frío. Y se oyen estruendos cuando llegamos antes del mediodía a Kherson, después de sortear un check-point donde hay militares ucranianos armados hasta los dientes que controlan las acreditaciones. Los estruendos no son truenos, advierten en el bar. “Son los rusos que están del otro lado del Dnieper”, dicen. Una anciana que deambula por la vereda con una bolsa de plástico no se inmuta, está acostumbrada a los golpes de artillería.
En la plaza Svobody, la plaza Libertad, del centro de Kherson, que uno reconoce enseguida porque es la de las imágenes de la liberación de noviembre, donde hubo gente celebrando con flores, globos y demás y en donde en un momento hasta apareció Zelensky a arengar a los vecinos, no hay nadie. Sopla un viento frío y retumban los golpes de mortero que, poco más tarde, sabremos que cayeron sobre la terminal de ómnibus regional.
“No hubo víctimas, solo vidrios destrozados y pánico entre la poca gente que estaba por evacuar”, nos dice un militar con pasamontaña que nos encontramos allí, que muestra un resabio de la munición. Como el resto de la ciudad, la terminal está desierta. Solo hay un puñado de periodistas que filma una van blanca que se apresta a partir con personas que escapan para siempre de este infierno, hacia Odessa, que queda a unos 250 kilómetros, tres horas de auto. Adentro de la camioneta hay dos señoras mayores, aterradas. Y están Ania y Alisa, una joven madre y su hijita de 6 años que cuentan que volvieron a Kherson a buscar a su perrito.
Pavel, un diente de plata, barba, chaleco antibala, dice que estaba cerca de la terminal cuando llegó el golpe de artillería desde el otro lado del río. Admite que se asustó. “El movimiento del aire movió todo”, asegura. “No sabemos si los rusos querían atacar la estación de bus o la estación de servicio de al lado, pero es evidente que estos son objetivos civiles, no hay nada militar acá”, protesta, señalando los destrozos.
Con un pasado de acróbata –”antes de la pandemia estuve en China con el Cirque de Soleil”, cuenta-, Julia, que nos hace de intérprete, asegura que prefiere este martilleo constante, esta inseguridad absoluta, este tener que salir corriendo, antes que la ocupación rusa.
“Después de convivir ocho meses con los rusos, estos bombardeos no me asustan. Durante la ocupación abría las ventanas y veía la Z, el símbolo de ellos, veía soldados rusos con barba que nos sumergieron en un régimen de terror y fue un momento de depresión absoluta”, asegura esta mujer de 31 años.
Pavel, padre de dos hijos de 5 y 7 años, que también decidió quedarse junto a su mujer, que solía trabajar en una empresa y ahora es voluntario de una organización que ayuda a esas personas ancianas e inválidas que tampoco quisieron evacuar, piensa parecido. “Fue peor el terror de la ocupación rusa, que esto. Si te encontraban en el celular algún símbolo patrio ucraniano, los rusos te llevaban a uno de los varios centros de tortura”, denuncia.
A las tres de la tarde empieza a neviscar. Olena, una señora mayor que también se quedó en Kherson pese a los ataques continuos, nos muestra los últimos destrozos causados por “los bastardos rusos”. Cuenta que vive sola, sin calefacción por culpa de los rusos, pero asegura ella también que fue más dura la ocupación que esto de vivir bajo fuego. Ella tampoco se piensa ir: “Los que estuvimos en la ocupación -dice, con orgullo-, sentimos felicidad cuando se fueron los rusos”.