Desmanejos e incompetencia en una agencia más expuesta que nunca
El informe del Senado norteamericano revela las luchas de poder que hubo dentro de la CIA; también muestra cómo los métodos extremos de tortura no tienen resultados positivos
NUEVA YORK.- En enero de 2003, a diez meses de iniciado el programa de prisión secreto de la CIA, el jefe de interrogatorios de la agencia les mandó un mail a sus colegas diciendo que el tratamiento brutal e implacable al que eran sometidos los prisioneros era "un choque de trenes inminente" y que él pensaba bajarse del tren "antes de que ocurra". También decía haberles hablado a sus jefes de sus "serias objeciones" sobre el programa, así como de su deseo de no tener nada más que ver con éste "en forma alguna".
La enconada interna en el programa de interrogatorios de la CIA era sólo uno de los síntomas de disfunciones, desorganización, incompetencia, avaricia y engaños que se describen en el resumen del informe de la Comisión de Inteligencia del Senado norteamericano. En más de 500 páginas, este resumen divulgado ayer pinta a las claras la devastadora imagen de una agencia mal equipada y preparada para la tarea de interrogar a sospechosos de Al-Qaeda, que hizo el trabajo a los tumbos y luego falseó los resultados.
Ayer por la mañana, la CIA reconoció los problemas que se produjeron en los primeros meses del programa, pero sugirió que habían sido corregidos. "El estudio lleva a los lectores a creer que las falencias de manejo que signaron los primeros meses persistieron a lo largo del programa, algo históricamente inexacto", dijo la agencia.
El informe senatorial es la más fuerte acusación contra la CIA desde la Comisión Church, liderada por el senador Frank Church, de Idaho, que en la década de 1970 acusó a la agencia de realizar espionaje interno, magnicidios malogrados, y de suministrar LSD a personas sin su consentimiento, entre otras faltas. El informe impulsó la aprobación de nuevas leyes y restricciones sobre las actividades de la CIA.
El exabrupto por mail del jefe de interrogatorios se produjo durante esas semanas en las que era torturado Abd al-Rahim al-Nashiri, el principal sospechoso de los atentados con bombas a dos embajadas y un barco de la armada norteamericana. El personal de la CIA que trabajaba en el programa secreto se había dividido en dos bandos. De un lado, estaba el jefe de interrogatorios y casi todo el personal que había tratado directamente a Nashiri. Tras dos meses de duros interrogatorios, escribió el jefe, llegaron a la conclusión de que el prisionero "ha sido mayormente honesto y no retiene información de importancia".
Del otro lado, estaban James E. Mitchell y Bruce Jessen, dos ex psicólogos militares que le habían aconsejado a la agencia el uso del "submarino" y otros métodos de coerción. Con el apoyo del cuartel central de la CIA, los psicólogos insistieron repetidamente en que Nashiri y otros prisioneros seguían ocultando información crucial, y que la aplicación de suficiente dolor y desorientación inducida los haría confesar. Esos profesionales sostenían que el otro bando llevaba adelante un programa de interrogatorios "maricón", según consta en el informe senatorial.
El doctor Jessen escribió que si quienes debían interrogar a Nashiri tuviesen al menos "la laxitud de usar todo el rango ampliado de medidas de interrogación y explotación", como el "submarino", lograrían obtener más información. Según Jessen, ese tratamiento, aplicado cuando Nashiri ya había pasado dos meses de encarcelamiento en condiciones extremas, le produciría "el nivel deseado de indefensión".
La agencia evidentemente ha olvidado su propia conclusión, enviada al Congreso en 1989, de que "las técnicas inhumanas, físicas o psicológicas, son contraproducentes, porque no suministran datos de inteligencia o generan falsas respuestas", según dice el informe. Los miembros del Partido Demócrata en el Senado que estudiaron el programa posterior al 11 de Septiembre, llegaron a una idéntica conclusión: el "submarino", los lanzamientos contra la pared (wall-slamming), la desnudez, el frío y los maltratos no arrojan resultados de inteligencia relevantes para prevenir actos de terrorismo.
El informe no pierde el tiempo condenando la tortura en términos morales o legales. Prefiere, en cambio, apuntar a una cuestión básicamente práctica: ¿la tortura sirve para algo? Y al analizar caso tras caso, el informe concluye que no, y sin atenuantes.
Sin embargo, los altos mandos de la agencia ordenaron continuar con su aplicación y les informaron al Congreso, a la Casa Blanca y a los periodistas que los métodos estaban dando excelentes resultados.
Casi tan sorprendente como el hallazgo central es el relato detallado de los desmanejos de la CIA. Los dos bandos enfrentados por el tema de los interrogatorios, por ejemplo, eran liderados por personas cuyo propio historial tendría que haberlas descalificado.
El jefe de interrogatorios, cuyo nombre no es mencionado en el informe, obtuvo su cargo en 2002, a pesar de que el inspector general de la agencia había recomendado que se lo "amonestara verbalmente por uso inapropiado de las técnicas de interrogación" durante los programas de entrenamiento en América latina en la década de 1980.
Y los doctores Mitchell y Jessen, identificados en el informe con estos seudónimos, nunca habían conducido una sola sesión de interrogatorio real. Habían colaborado con un programa de entrenamiento de la fuerza aérea durante la era de la Guerra Fría, en el cual el personal aeronaval recibía una muestra del tipo de maltratos que podrían recibir si eran capturados por el enemigo comunista. El programa -llamado SERE, por supervivencia, evasión, resistencia y escape- nunca fue pensado para ser usado en interrogatorios hechos por los norteamericanos.
Pero el programa también les permitía a estos psicólogos evaluar su propio trabajo -al que le ponían excelente puntaje- y cobrar honorarios de 1800 dólares por día cada uno. Los doctores Mitchell y Jessen luego abrieron una empresa que copó y dirigió el programa de la CIA desde 2005 hasta su cierre, en 2009. La CIA le pagó a esa empresa 81 millones de dólares, y un millón más para proteger a la empresa y a sus empleados de cualquier responsabilidad legal.
Cuando el programa se inició, dice el informe, "un joven agente en su primera misión de ultramar", sin experiencia en prisiones ni interrogatorios, fue puesto a cargo del centro de detención de la CIA en Afganistán conocido como Salt Pit. Otros funcionarios de la CIA ya habían propuesto que se le retirara el acceso a información clasificada, debido a "su falta de criterio y de madurez".
En Salt Lake, el joven funcionario ordenó que un prisionero llamado Gul Rahman fuera lanzado contra la pared de su celda y despojado de casi toda su ropa. Rahan fue hallado muerto por hipotermia a la mañana siguiente, tendido desnudo sobre el piso de su celda. Cuatro meses después, sin embargo, se recomendó que el joven agente recibiera un premio en efectivo de 2500 dólares por "la superioridad de su trabajo".
Una comisión de control de la CIA luego recomendó sanciones disciplinarias contra uno de los agentes involucrados en la muerte de Salt Pit. Pero tanto en esa ocasión como en otras, los consejos de la comisión fueron desechados desde arriba: "El director cree firmemente que, en una profesión tan llena de incertidumbres, es esperable que se produzcan errores", reza el memorándum interno.
Traducción de Jaime Arrambide
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