Desigualdad: los contrastes sociales de Chile que provocaron el incendio
Las diferencias económicas entre clases y la indignación por la inequidad fueron motores de la mayor crisis del país desde el regreso de la democracia
SANTIAGO.- "Estamos entrando en la otra Chile", dice César, remisero, antes de subir el cerro. Atrás quedan los cacerolazos, las barricadas y los saqueos. Enfrente se vislumbran barrios cerrados y condominios modernos y elegantes sumidos en un silencio que sorprende. Es en La Dehesa, al nordeste de Santiago, uno de los barrios más acomodados del país y símbolo de la desigualdad que hizo estallar la peor crisis desde el regreso de la democracia. Fue una semana inédita en la que hubo por lo menos 19 muertos y crujió el gobierno de Sebastián Piñera.
En La Pintana también hay silencio. En esta comuna vulnerable al sur de Santiago, en el otro extremo de la brecha social, el silencio es duelo. Las protestas derivaron en saqueos que destrozaron sus dos únicos supermercados y en dos muertes, en una zona que ya estaba en alerta por la inseguridad y el narcotráfico.
En La Pintana, la tasa de pobreza multidimensional era superior al 40% en 2015, 25 puntos más que el promedio de la región metropolitana y que el total del país, según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen). En Lo Barnechea, donde se encuentra La Dehesa y también la villa ("población") Cerro 18, la cifra era del 17,3%. "Santiago está pensado territorialmente como un sistema de castas, en donde el sector rico jamás se cruza con la población más pobre", señala a LA NACION Clarisa Demattei, politóloga y docente de Sociología de la Universidad Católica Argentina (UCA).
En las protestas, que comenzaron por un alza en el subte y se convirtieron en un reclamo generalizado contra la desigualdad social en una economía en expansión (con una previsión de crecimiento del 2,5% para este año, según el FMI, por encima del promedio de la región), la mayoría de los manifestantes eran jóvenes de clase media. Con sus cacerolas en mano y al grito de "Chile despertó", rechazaban el alto costo de vida, el difícil acceso a la vivienda, la desigualdad en los servicios de salud y educación, las bajas pensiones para los jubilados y el gobierno de una elite que no los representa.
"La situación en Chile llegó a un punto en que la clase media ya no puede ni vivir su vida ya que los sueldos están cada vez más bajos y las cosas, más caras. Vivir sola es como un sueño para mí. En la salud pública, tengo que esperar tres meses para ir una hora al psicólogo y otro mes para la próxima sesión", resumía Ariadna Correa, de 28 años, en una protesta en el centro de Santiago.
En Chile, el 1% de la población acumula el 25% de la riqueza generada en el país. Según el índice Gini del Banco Mundial, es el décimo país más desigual de América Latina. "La desigualdad socioeconómica en Chile no se limita a aspectos como el ingreso, el acceso al capital o el empleo, sino que abarca además los campos de la educación, el poder político y el respeto y dignidad con que son tratadas las personas", indicó el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el informe "Desiguales", sobre el país trasandino, en 2017.
"El problema de la clase media es que no puede disfrutar lo que tiene porque siempre está pagando deudas", dice César, remisero, y resume así uno de los mayores dolores de cabeza de la sociedad chilena, que no deja afuera ni a la clase alta. "Esto se llama La Dehesa, pero muchos le dicen 'la deudesa'. Hay casas de dos millones de dólares, pero son todas de los bancos", dicen en la exclusiva zona.
"Cuando tienes gente que quiere un nivel de consumo distinto a sus ingresos, la gente acude a la deuda. Es una situación de bastante vulnerabilidad. Gran parte de la población tiene altas deudas, con la diferencia de que la parte más rica tiene capacidad de refinanciarse; el 80% restante, no", expresa Dante Contreras, director del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social de la Universidad de Chile.
Deudas
Según un informe del Banco Central de Chile de 2018, el 66% de los hogares tienen algún tipo de deuda. Mientras que los créditos más comunes están destinados al consumo, el financiamiento de los gastos en educación es uno de los principales motivos para acudir a un préstamo. Además de los altos costos de las universidades, el principal desafío para los recién graduados es rendir la prueba de selección universitaria (PSU), que define dónde y qué podrán estudiar después del colegio. Aquellos que recibieron una educación secundaria de calidad y pueden costear un curso preparatorio para ese examen suelen ser los más beneficiados, en un círculo vicioso.
"El 10% de los alumnos que van a las escuelas privadas ocupan 70-80% de los cupos en las universidades que reditúan", mientras que el resto estudiará en universidades de baja calidad, que luego se traducen en malos salarios, explica Contreras.
En este contexto, mientras es baja la movilidad social ascendente, hay fronteras difusas alrededor de la pobreza. "Hay una situación de fragilidad muy alta: nada te garantiza que si salís de la pobreza puedas mantener ese estatus. Un miembro en el hogar se enferma y la familia cae en la pobreza, porque deben acudir al sistema de salud privado", señala el economista.
Clase baja
"No quiero que mi hijo pase lo mismo que nosotros"
Sara Basili prepara jaleas, una gelatina con tope de crema, y está buscando una hielera para poder guardarlas y salir a venderlas. Así, mientras el calor ya llegó a Santiago, ella busca tener con esas ventas un ingreso extra. Con 61 años, cobra una pensión de 137 dólares y cuida a una beba de un año y sus hermanas por 110 dólares semanales. Con eso, aporta a la casa donde vive hace 35 años, cuando trasladaron a su familia junto a todo un "campamento" (área de casas tomadas) a una zona de viviendas en La Pintana. Ella aún vive en la casa de dos ambientes con dos hermanos y su hijo, de 30 años.
Su hijo fue a una escuela pública, pero finalmente abandonó y comenzó a trabajar a los 17 años. Hoy se dedica a la carga y descarga de materiales. "No quiero que mi hijo pase lo mismo que pasamos nosotros", dice Sara, desde el sillón de una sede social de la "población".
Durante el estado de emergencia, que ya lleva nueve días, y que sacó a los militares a las calles, ella se acordó de la dictadura. Tenía 15 años cuando mataron a su padre frente a su hermano en esa época.
"Sentíamos la balacera y veíamos cómo mataban gente", recuerda. Décadas después, también vive en una zona de tiroteos, pero esta vez, por el narcotráfico. "Hace seis años empezó el tema de la droga. Mi hermano un día quedó en medio de una balacera y le pegaron un tiro en la pierna, quedó cojo", dice. "Eso lo tiene que arreglar la policía", reclama, mientras cuenta el caso de una beba de nueve meses que murió recientemente por una bala perdida.
"Me tenían que operar urgente y pasaron tres meses"
Lucio Díaz se sienta en el sillón de la casa de sus padres. Acá nació y acá se hizo cargo de cinco de sus nueve hermanos cuando tenía 12 años porque su madre era ama de casa y su padre, alcohólico. A esta vivienda en la población Los Nogales, en la comuna de Estación Central, volvió a vivir cuando se separó.
Hace un mes, le tocaron la puerta una madrugada y lo atacaron a golpes; él se defendió con un fierro. Lucio, de 63 años, atribuye el ataque al aumento de la delincuencia y el narcotráfico en la zona, que él denuncia desde su rol de dirigente social, aunque no sabe con certeza quién lo agredió ni por qué. "La pasta base desintegra familias, hace que los chicos delincan y se prostituyan".
Tras su separación y la muerte de su padre, entró en una depresión profunda, que superó con un tratamiento del sistema de salud público, el Fondo Nacional de Salud (Fonasa). Después le diagnosticaron un cáncer de vejiga. "Me dijeron que tenían que intervenir lo más rápido posible. Por falta de luca [dinero], pasaron tres meses. El médico que me atendió se fue de vacaciones y el doctor que quedó a cargo se olvidó. Caí de nuevo en la depresión. Lo único que quería era morirme", recuerda. Finalmente lo operaron sin costo por un plan para enfermedades como el cáncer.
Diez años después, Lucio hace changas de cerrajería y carpintería, acompañado por sus dos hijos y cuatro nietos. Dice no preocuparse por su futuro, porque él ya tomó una decisión: "Sé que voy a recibir una pensión muy baja y no quiero ser una carga para nadie, así que me voy a ir a una casa de acogida".
Clase media
"Pago un crédito por una carrera que no ejerzo"
Paola Heresi tiene 36 años y está pagando cinco créditos, uno por cada año que cursó medicina veterinaria hace más de una década, una carrera que luego dejó porque su bajo salario no le rendía para cubrir la deuda. "Es decir que todo el crédito que estoy pagando ahora es por una carrera que no ejerzo", señala a LA NACION.
Mientras trabajaba como veterinaria, estudió por las noches ingeniería comercial (administración de empresas) y hoy es product manager de una empresa financiera.
Ella y su marido tienen un auto y un departamento en Ñuñoa, una zona de clase media-alta de Santiago. Planean mudarse a una casa con sus dos hijos, de 4 y 2 años. "Para poder comprar la casa tuvimos que vender nuestro departamento y con esa plata pagar otras deudas para quedar limpios con el sistema financiero y así poder entrar a un crédito alto", cuenta.
En cuanto a la salud, la pareja paga unos 340 dólares extras a su seguro privado de salud Isapre (Instituciones de Salud Previsional) para tener el plan que ellos quieren. "Mi marido paga menos porque a las mujeres nos castiga mucho en Chile el tema de la salud, sobre todo en edad fértil", dice.
Heresi fue toda la semana a las protestas en la Plaza Ñuñoa y subraya que lo hizo por sus hijos. "Deseo que puedan estudiar lo que quieran y que yo pueda pagarles la educación. Que no tengan que andar mendigando oportunidades laborales. Básicamente, que no les cueste tanto como a nosotros, que tengan más oportunidades de crecimiento", dice.
"Así sería irresponsable tener hijos"
Francisco Uribe tomó deudas desde la universidad. Primero para estudiar, después para comprarse un auto, y luego sacó créditos "de consumo" por "desórdenes financieros". Ahora quiere uno para comprarse un departamento, pero tiene que esperar.
Si bien la cuota del préstamo le saldría lo mismo que el alquiler, los bancos consideran que no tiene los ingresos suficientes. "Probablemente tenga que esperar un año más para mejorar un nivel de renta y ordenar mejor mi carga financiera", cuenta a LA NACION.
El sueldo de un ingeniero de su categoría oscila entre los 2000 y 3500 dólares por mes, mientras que la mitad de los trabajadores chilenos ganan en promedio 550 dólares, según el Instituto Nacional de Estadística.
Uribe es de la ciudad de Concepción, donde su padre trabaja en la industria forestal y su madre es profesora. Allí estudió ingeniería civil con un crédito, como sus tres hermanos. "Respecto de mis primeros sueldos, el crédito era aproximadamente como un 25% ", dice Tisco, de 31 años, que trabaja como category manager en una embotelladora de Santiago. Hace unos meses se liberó de esa deuda.
"Para el nivel de disponibilidad monetaria que tengo, sería irresponsable tener hijos", reflexiona, junto a Mariana, su novia argentina. Por eso, ambos participaron de las protestas.
"Y si tuviéramos hijos, espero que estas manifestaciones ayuden a tener una sociedad más igualitaria, que no implique endeudamiento poder darle oportunidades a una persona", añade.
Clase alta
"Con los bonos se cancelan los préstamos"
Para Javier Schmidt, las deudas no son un mundo extraño. Aunque él siempre estuvo en una posición acomodada, el crédito siempre fue un recurso: para su casa en La Dehesa, para sus tres autos o para viajar. "A medida que a uno le va bien, teníamos un sistema de bono de fin de temporada, y con eso se cancelan los préstamos porque con una familia más o menos grande, con cualquier sueldo que uno tenga, que en mi caso no es poco, tiene que hacer eso".
Schmidt tiene 55 años, está casado y tiene cinco hijos, de entre 10 y 23 años, todos dentro del sistema de educación privada. Hace dos meses, se quedó sin su trabajo de gerente comercial corporativo en una empresa tras 26 años, pero ya está en varios procesos de selección y tiene redes en el exterior. "Hay más oportunidades de las que yo pensaba cuando me comunicaron que mi puesto en la compañía se eliminaba", expresa.
Un sueldo de gerente general comienza en 10.000 dólares en Santiago. Además, las empresas cubren los "seguros complementarios" para acceder a mejores planes de salud.
Aunque le faltan diez años para jubilarse, Schmidt cree que seguirá activo más allá de los 65 y no mira ese horizonte con preocupación. "No la veo tan mal. En algún momento empecé a poner plata adicional al sistema de pensiones, que se suma al monto de la jubilación. Voy a tener una jubilación que no está cerca de mi sueldo de los últimos 10 años, pero no es menor. A lo sumo vendo la casa, que quizás ya la voy a tener pagada", señala a LA NACION.
"He tenido una vida muy privilegiada"
María Emilia Diez es profesora de Historia. Mientras estudiaba, supo analizar la desigualdad, que la tiene a ella del lado privilegiado. Con padre empresario y madre profesora, ella y sus hermanas estudiaron en un colegio privado femenino "de donde han egresado un número importante de las mujeres que hoy son líderes de opinión".
"Durante la crisis económica de los 80, mi papá quebró, perdimos nuestra casa y tuvimos que cambiar 'un poco' nuestro estilo de vida, por lo que desde los 17 años empecé a trabajar como profesora particular para financiar algunos de mis gastos. Y desde entonces siempre he trabajado, pero nunca con la presión de ser yo la que mantenga a la familia. Mi marido es un abogado muy exitoso, que siempre ha valorado mi trabajo y me ha dado la libertad de poder dedicarme al área más social", cuenta Diez, de 50 años.
Ella tiene un solo préstamo en su historia: un crédito hipotecario a 20 años para pagar la casa donde hoy vive con su marido y sus hijos.
Con un perfil social que se permite gracias a su tranquilidad financiera, Diez dirige un colegio "de alta vulnerabilidad" en una de las poblaciones de Santiago, desde donde ve de cerca la desigualdad que provocó este estallido social que pasará a los libros de historia.
"Sin duda he tenido una vida muy privilegiada, pero no por eso desconectada de la realidad", subraya Diez, luego de reunirse con un grupo de mujeres empresarias para analizar posibles aportes ante la crisis de estos días en Chile.
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