Desde el carpintero en la cervecería hasta el coronel en el bunker: los atentados que no pudieron matar a Hitler
El mayor conductor del exterminio nazi estuvo a punto de ser asesinado en varias oportunidades, pero milagrosamente siempre se salvó
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Georg Elser había previsto el atentado en solitario, cuidando hasta el más mínimo detalle para acabar de una buena vez con la vida de Adolf Hitler. El carpintero comunista había cronometrado la hora exacta en que explotaría la bomba que debía matar al conductor de la Alemania nazi durante su discurso del 8 de noviembre de 1939, en la cervecería Bürgerbräukeller. Quería evitar la guerra.
Después de treinta noches de trabajo minucioso, la bomba estalló a la hora señalada y mató a tantas personas como Elser había pensado, pero Hitler se había retirado del lugar 13 minutos antes de la explosión.
Elser fue detenido al día siguiente cuando intentaba huir a Suiza. Los oficiales nazis que lo torturaron con el fin de obtener información sobre sus secuaces no podían entender cómo el campesino oriundo de Suabia había actuado en soledad, ni por qué llevaba en su bolsillo las instrucciones para armar la bomba que debía matar a Hitler pero que finalmente acabó con la vida de siete cuadros del NSDAP y de una mesera.
Elser guardaba estas pruebas para adjudicarse el magnicidio y evitar la extradición del gobierno suizo, pero en cambio fue detenido, torturado y confinado en el campo de concentración de Sachsenhausen, y luego en el de Dachau.
Después de poco más de cinco años de penurias, el hombre que no logró cambiar la historia mundial por solo 13 minutos fue ejecutado de un disparo en la nuca, el 9 de abril de 1945, un mes antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial. Un sello postal lleva impresa su frase más famosa: “Quise evitar la guerra”.
La increíble suerte de Hitler
Desde la bomba que estalló en la cervecería Bürgerbräukeller hasta el suicidio de Hitler junto a su flamante esposa Eva Anna Paula Braun en el Führerbunker de Berlín, el mayor conductor del exterminio nazi sufrió una serie de atentados fallidos como ningún otro canciller en la historia alemana, de acuerdo con el historiador Ian Kershaw, pero de todos ellos salió ileso, más allá de algunos magullones.
Los servicios de espionaje aliados habían planificado asesinar a Hitler para terminar con la guerra pero la mayoría de los ataques ni siquiera fueron llevados a la práctica. Fue el caso de la operación Foxley, diseñada por la Dirección de Operaciones Especiales del Reino Unido para acabar con Führer en julio de 1944 en su residencia de descanso de Berghof, en los Alpes Bávaros. La idea era envenenarlo luego de infiltrar a un cocinero; si no, empleando francotiradores.
Había una barrera difícil de franquear. Después del atentado de Georg Elser de 1939, la seguridad del Führer se estrechó de tal manera que para los aliados fue quedando claro que su eliminación física solo podría provenir desde el interior mismo del Tercer Reich.
Esto no solo era deseable sino también posible, tanto más cuanto que, al mismo tiempo que las fuerzas alemanas retrocedían frente a la Unión Soviética y que el régimen aceitaba el mecanismo de deportaciones y exterminios masivos contra judíos, gitanos, discapacitados y homosexuales, secretamente crecía en el seno de la oficialidad alemana la idea de acabar con la vida de Hitler para terminar con la guerra y salvar al país de una devastación total.
“Hubo varios atentados planificados por miembros del Grupo Centro del Ejército, estacionado en el frente oriental, en 1943 y 1944. En cada caso, la suerte estuvo del lado de Hitler, especialmente cuando no detonó una bomba colocada en su avión de regreso de una visita a Smolensk, en marzo de 1943”, cuenta Kershaw, autor de numerosos trabajos sobre el período nazi.
Los principales conciliábulos fueron promovidos por el general de división Henning von Tresckow, para quien Hitler encabezaba un régimen criminal que debía ser detenido como fuera, no solo mediante su asesinato sino también propiciando un golpe de Estado que debería ser encabezado por oficiales alemanes de primer nivel.
Para esto idearon la operación Valquiria, que contó con la participación decisiva del coronel Claus Schenk Conde von Stauffenberg, un oficial de la élite alemana que había perdido un ojo y parte de una mano en África del Norte peleando al servicio del mariscal Erwin Rommel en 1943.
Si bien al principio había celebrado la invasión de Polonia y mostraba al mismo tiempo una postura ambivalente frente al régimen conducido por el Partido Obrero Nacioalsocialista de los Trabajadores, Stauffenberg rápidamente se convirtió en un secreto detractor de Hitler apenas conoció las primeras noticias sobre las deportaciones de judíos, los campos de concentración y las ejecuciones en masa.
“El hombre que tenga la valentía de hacer algo debe hacerlo sabiendo que en la historia alemana quedará como un traidor, pero si no lo hace será un traidor a su propia conciencia”, dijo Stauffenberg antes de dar las puntadas finales a su plan para asesinar a Hitler.
El alto oficial tuerto estuvo listo para detonar explosivos durante dos encuentros con el alto mando militar, luego de haber sido nombrado Comandante en Jefe del Ejército de Reserva, pero no encontró la ocasión de hacerlo. Le quedaba una última oportunidad. Era el jueves 20 de julio de 1944.
Todo estaba listo para que, una vez que Hitler volara por los aires, los complotados iniciaran el golpe de Estado. Los principales jerarcas del régimen serían arrestados y de esta manera podrían detener la maquinaria de exterminio para negociar la paz con los aliados.
Pero el atentado en el cuartel nazi de Prusia Oriental falló. “Stauffenberg debió apurarse en la preparación de su bomba, porque inesperadamente se adelantó media hora el encuentro del alto mando con Hitler”, cuenta Kershaw. “Por el apuro, no hubo tiempo de preparar el segundo explosivo que Stauffenberg llevaba consigo, que hubiese asegurado la muerte de todos los presentes en la barraca de madera donde se realizaba la reunión. Una pesada mesa de roble ayudó a proteger a Hitler de la explosión. La suerte seguía de su lado. La mayoría de las personas que se encontraban en el cuarto cuando explotó la bomba, alrededor de las 12.45, sufrieron graves heridas y algunas murieron. Hitler salió con astillas clavadas en la piel, abrasiones menores y los tímpanos en mal estado”.
El Führer se había salvado una vez más. Esa misma noche comenzó una cacería feroz contra la disidencia. Fueron arrestados y fusilados Claus Schenk Graf von Stauffenberg, Werner von Haeften, Albrecht Ritter Merz von Quirnheim, Friedrich Olbricht y Ludwig Beck.
Cuando supo que el atentado, y por lo tanto el golpe de Estado, habían fracasado, Henning von Tresckow se suicidó. Al día siguiente, el régimen ejecutó a cerca de 200 conspiradores, y con el correr de las semanas fueron detenidos otros 5000 opositores internos.
A la luz de la historia, los Hombres del 20 de Julio que intentaron mostrarle al mundo que no todos los alemanes estaban de acuerdo con el holocausto son considerados héroes, y tanto el campesino Georg Elser como el coronel Stauffenberg son vindicados como verdaderos patriotas.
Como suele decir la canciller Angela Merkel cada vez que los recuerda: “Hay momentos en que la desobediencia es obligatoria”.
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