Desastre de Chernobyl: tras décadas de enfermedad por la radiación, se suicidó un ingeniero que ayudó a apagar el incendio en el reactor nuclear
Viktor Smagin asistió a la planta para ayudar a combatir las llamas, pero desde entonces quedó sometido a múltiples tumores como consecuencia de la exposición al combustible radiactivo
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Viktor Smagin, de 75 años, era uno de los héroes vivos de la central nuclear de Chernobyl, pero, tras convivir por años con las consecuencias de aquella decisión de acudir prestamente al lugar del siniestro, decidió suicidarse arrojándose por la ventana del edificio donde vivía en Moscú.
Smagin era uno de los ingenieros de la instalación nuclear soviética aquel dramático 26 de abril de 1986, y pudo coexistir con las consecuencias de aquella elección sobre su salud, pero en el enésimo diagnóstico de un tumor, el 23 de octubre, optó por poner fin a su vida.
Según reconstruyeron los medios de comunicación rusos y también informó el Mirror de Inglaterra, el día de la tragedia de Chernobyl, Smagin debía reemplazar a un colega en el trabajo a las 8 de la mañana. Pero a la 1.30 explotó el reactor 4 de la central. Al salir al balcón de su apartamento del piso 14, el hombre vio la devastación de la planta e inmediatamente corrió a ayudar. Desde entonces fue sometido a siete operaciones por un diagnóstico terrible: el cáncer por radiación. Cada año, los médicos enviaban a Smagin a centros especiales para recibir tratamiento, sin conseguir nunca superar la enfermedad.
Sin embargo, durante los años de sufrimiento y dolor, confió a su memoria aquellos días trágicos que cambiaron su vida. “Dentro de los edificios la gente luchaba contra el incendio. No había pánico, todos simplemente hacían su trabajo. El personal apagó el fuego y vertió el aceite en contenedores subterráneos; los electricistas arrojaron el hidrógeno. Muchos de los que salvaron la estación recibieron dosis letales de radiación y posteriormente murieron en el hospital”, escribió Smagin.
El ingeniero agregó que el día después de la explosión, la población de Pripyat fue evacuada “pero la estación no podía permanecer sin supervisión. Por eso el personal vivió en la ciudad unos días más. Después del accidente, casi nadie se dio por vencido, aunque fue aterrador. Sobre 5000, un máximo de seis o siete personas huyeron. Y ello no obstante que todos eran profesionales y sabían perfectamente qué cosa eran las radiaciones”, precisó. En su relato también deja entrever que vio “al personal culpado de todo”.
Por su compromiso en sanear el desastre, Smagin recibió una distinción. Pero esto fue una magra consolación. “Este incidente, obviamente, arruinó el destino de todos. Sufrí enfermedades por las radiaciones, recibí un estigma para toda la vida”, escribió en sus memorias. Y su vida siguió adelante, con un trabajo de oficina en un ministerio ruso. Tres días atrás, sucedió el gesto extremo.
La noche anterior había dicho a su esposa que había advertido la presencia de otros tumores en su cuerpo. Pero no quiso esperar el enésimo diagnóstico, decidió que no quería morir en un hospital, en una nota escalofriante dejada a su familia escribió que ya no podía soportar las curaciones que necesitaba. “Mis queridos Larisa, Dima y Svetal. Ahora es el momento de saludarnos. Mil gracias por los años que vivimos juntos. Fue una felicidad. Lo siento!”
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