Desafíos: Xi busca mostrarse victorioso, pero la crisis limita su ambición en un año clave
En la Asamblea Popular, el régimen escenifica un triunfo sobre la pandemia, aunque tendrá dificultades para concretar sus objetivos, como duplicar el PBI en 10 años y erradicar la pobreza
BARCELONA.- China celebra esta semana la Asamblea Popular Nacional o "lianghui" (el Parlamento chino) tras más de un mes sin contagios locales en la capital y levantada la obligación del uso de barbijos. En marzo, su fecha habitual, había pasado ya lo más crudo de la crisis por el coronavirus, pero a la población, aún con su movilidad constreñida, le hubiera costado digerir la llegada de 3000 delegados de todas las esquinas del país sin más misión que sellar cualquier propuesta que lanza el Ejecutivo.
El acontecimiento más relevante del calendario político epitomiza el mantra oficial: reanudar la actividad sin descuidar las precauciones. Los delegados se han sometido a un doble test de ácido nucleico, en origen y destino; esperaron en el hotel hasta la confirmación del negativo; usan mascarilla en el Gran Palacio del Pueblo, y se sientan orientados al mismo sentido en el comedor. Es lo más parecido a la normalidad que se despacha en un mundo aún asolado por el coronavirus.
Pekín lidiaba ya con la fragorosa guerra comercial con Washington y los cíclicos incendios en Hong Kong cuando el coronavirus forzó la primera suspensión de la asamblea desde la Revolución Cultural. La crisis estalló durante el último sprint hacia las históricas metas económicas del programa del presidente Xi Jinping. La devastación permite dudar de que se logren, pero la Asamblea escenifica la inminente victoria en aquella "guerra popular" que formalmente declaró Xi al coronavirus.
"Uno de los indicadores de que China se sentía segura fue que en abril se anunciaran las nuevas fechas. Los pequineses sienten que, en cuanto termine la Asamblea, se habrá dado un gran paso hacia la normalidad. Los cines abrirán en junio y algunos grandes estrenos están programados para el verano", sostiene Stanley Rosen, profesor de Ciencia Política en el Instituto Estados Unidos-China de la Universidad de Carolina del Sur.
Es costumbre que los titulares globales sobre el cónclave se reserven al pronóstico del crecimiento. En aquellos gloriosos días de expansiones de dos dígitos, la economía subrayaba su esplendor desbordando las conservadoras proyecciones oficiales. En los más recientes, cuando la calidad primaba sobre la cantidad, su sujeción milimétrica a los pronósticos subrayaba la infalibilidad del gobierno. Y en los actuales del coronavirus, la incertidumbre aconseja olvidarse de ellos. El discurso de apertura concluyó este viernes por primera vez en tres décadas sin la mediática cifra.
El PBI sufrió en el pasado trimestre una contracción del 6,8%, la primera en casi 40 años, y es probable que en el siguiente sume la segunda. China reactivó su actividad, pero ni la guerra comercial con Estados Unidos ni la crisis global insuflan optimismo a una economía que sigue descansando en la exportación a pesar de los esfuerzos por acentuar el consumo.
En la hoja de ruta del "sueño chino" de Xi, que concluye en 2050 con una "nación totalmente rica, desarrollada y poderosa", el próximo año está subrayado en rojo. Entonces, coincidiendo con los fastos del centenario del partido, debería proclamarse la "sociedad moderadamente acomodada" tras haber erradicado la pobreza y doblado el PBI de la década anterior.
Pronósticos
El primer ministro Li Keqiang reafirmó el compromiso de la pobreza, mientras fue revelador su silencio sobre el del PBI. La crisis aconseja olvidarse de pronósticos de crecimiento y otros asientos contables para esforzarse en las más prosaicas condiciones de vida de la población.
La prioridad, aclaró Li, es el desempleo. Casi nueve millones de universitarios saldrán este año a un mercado laboral deprimido que ya roza el 6% de desocupación. Las cifras oficiales, sin embargo, son solo orientativas. Desatienden a los 300 millones de emigrantes que dejan sus provincias rurales para emplearse en las ciudades. Los 70 millones que han perdido el trabajo, según un estudio de Zhongtai Securities, elevarían la tasa de desempleo al 20%. Otros estudios hablan del 10%.
Es, en todo caso, un problema muy serio para un gobierno que se legitima en su eficacia económica y teme más que otro en el mundo el descontento social. Pekín ha prometido políticas para crear nueve millones de puestos de trabajo urbanos y cursos de formación gratuita.
China ya lidió con otros aluviones de desempleados, pero ninguno de esta magnitud. A finales de los años 90, el cierre de las paquidérmicas empresas estatales dejó en la calle a 25 millones de trabajadores, y otros 20 millones perdieron el empleo en la crisis global de 2009. Pero China contaba entonces con un efervescente sector privado para absorberlos, que ahora aún se despereza tras los embates del coronavirus. Sobre la milenaria capacidad de esfuerzo de ese ejército de migrantes, a los que nunca les faltaron fábricas para emplearse, ha descansado el grueso del milagro económico chino.
Los desempleados son el sector más vulnerable. Requisitos exigentes como la obligación de cotizar un año completo, cuando muchos dejan el puesto de trabajo a los 10 meses para disfrutar de las vacaciones de Año Nuevo, alejan a la mayoría de las coberturas de desempleo. Solo 2,3 millones las percibieron en el primer cuatrimestre, con una media de 1350 yuanes (190 dólares), según el Ministerio de Recursos Humanos y Seguridad Social. Pekín destinó cuantiosas partidas a los gobiernos locales para que cubran sus necesidades.
"El discurso de Li subrayó la importancia en estos momentos de los grandes desafíos sociales, esa será la clave este año", opina Xulio Ríos, director del Observatorio de Política China. "La erradicación de la pobreza beneficiará a seis millones de personas y así se alcanzarán 100 millones en siete años que se habrán incorporado a cierta dinámica de consumo. Eso ayuda a tirar de la economía. La sociedad acomodada implica grandes inversiones y la creación de empleo exige muchas infraestructuras", añade.
Polémica norma
La Asamblea, que debía servir para proclamar la exitosa gestión contra la pandemia y las directrices de política social, será recordada por el anuncio de una ley de seguridad nacional para Hong Kong. La normativa contempla delitos como la subversión, el separatismo, el terrorismo o la injerencia extranjera y abre la puerta a los órganos de seguridad del interior en la excolonia.
Desde los sectores antigubernamentales se alertó que la ley entierra la política de "un país, dos sistemas" y las libertades heredadas de los británicos. Esa normativa, contemplada en Ley Básica o Constitución de Hong Kong, no pudo ser aprobada en más de 20 años en el Parlamento local por la oposición popular. El creciente intervencionismo de Estados Unidos en la excolonia, las enquistadas protestas violentas y las elecciones de septiembre, en las que el bando prodemocrático aspira a una histórica victoria, han terminado con la confuciana paciencia de Pekín.
Ríos recomienda calma mientras no se conozca en detalle la ley. "Creo que no estará tan dirigida a quebrar la autonomía de la región, lo que supondría un costo importante a la reputación global de China, sino a limitar la influencia extranjera. Ahí sí que dará un golpe en la mesa. La primera consecuencia será la restricción o prohibición de las actividades de organizaciones del Reino Unido y Estados Unidos, algunas vinculadas a la CIA, que hasta ahora campaban a sus anchas en Hong Kong", añade.
El impacto de la pandemia
84.081 infectados
Se registraron en China, según el monitoreo de la Universidad Johns Hopkins
4638 muertos
Hubo en el país asiático por Covid-19; está 13 o en la lista global
Temas
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