Desafío geopolítico: China juega fuerte en un mundo aturdido por la pandemia
Con el virus bajo control, el régimen muestra su músculo en varios frentes al mismo tiempo para consolidarse como potencia
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PARÍS.– Los dirigentes chinos dijeron durante mucho tiempo al mundo: “duerman tranquilos” porque el avance de nuestro país se hará en forma apacible. La nueva emergencia de China será armónica, respetuosa y elegante, como en un ballet de la Ópera de Pekín. Sin embargo, esa llegada del gigante chino al rango de gran potencia está lejos de producirse pacíficamente.
Forjada hace casi 20 años por Zheng Bijian, uno de los principales dirigentes de la Escuela Central del Partido Comunista Chino (PCC), la expresión “aumento pacífico del poderío” (peaceful rise, en inglés) forma parte de la doctrina oficial. Cuando tienen la ocasión, los diplomáticos chinos explican al mundo esa lección de moral. China no se comportará como los otros “imperios”. Ni colonialismo europeo, ni imperialismo norteamericano, ni expansionismo soviético: nuestra nación se desarrollará en el respeto absoluto de la soberanía de las demás naciones, afirman.
Esa bella historia nunca fue demasiado creíble. Pero si fuera necesario señalar un ejemplo preciso, los meses de junio y julio de 2020 serían un buen marcador. Porque, como lo hicieron las otras grandes potencias en el pasado, el avance de China comenzó a producirse en la confrontación, la amenaza, la gesticulación militar y la codicia comercial. “Desde entonces, el mundo asiste a un claro desmentido de la fábula del ‘aumento pacífico de poderío’”, precisa la sinóloga francesa Chloé Froissart, de la universidad de Rennes.
Conflictos
Junio de 2020 vio correr la sangre en el Himalaya, a 4200 metros de altitud, a lo largo de una zona disputada por India y China. A puñetazos, con tablas sembradas de clavos y barras de hierro, soldados chinos e indios se enfrentaron durante horas dejando decenas de muertos. El conflicto fronterizo está lejos de haberse resuelto: Pekín se niega a presentar su mapa de la línea demarcatoria, mientras India refuerza su dispositivo militar.
Ese mismo mes, Australia padeció un masivo ciberataque contra servicios públicos, empresas privadas e infraestructuras críticas. Sin reivindicación, el gobierno australiano aseguró que “solo un actor estatal” podía ser el autor de una agresión tan amplia y sofisticada. ¿China? Canberra está en pleno conflicto con Pekín por haber osado reclamar una investigación sobre los orígenes de la pandemia de Covid-19. La tensión es tan grande que, el miércoles, el gobierno australiano anunció que anulaba dos contratos firmados con Pekín para facilitar inversiones entre ambos países.
El año pasado para esta época China imponía a Hong Kong una ley de seguridad nacional que pulverizó -o casi- el principio de “un país, dos sistemas” negociado por Londres en momentos de la retrocesión a Pekín de la excolonia británica. Desde entonces, también, los aviones cazas chinos violan periódicamente el espacio aéreo de Taiwán, esa entidad china autónoma que Pekín reivindica.
“Hong Kong, Taiwán: para Pekín, toda población china solo tiene el destino de quedar algún día bajo el yugo del PCC, su padrino natural”, afirma Froissart.
En el sur del Mar de China, Pekín también impone por la fuerza su soberanía -polderizando y militarizando los islotes- a numerosos países vecinos que la desafían, mientras sus submarinos patrullan la región oriental en torno de otro grupo de islas reivindicadas por China, pero bajo control de Japón.
China muestra su músculo porque confía en sus capacidades militares. Su presupuesto de defensa, poco menos de 200.000 millones de dólares, es todavía muy inferior a los 700.000 millones gastados cada año por el Pentágono. Pero la marina china no deja de crecer.
Pekín argumenta que sus actividades son puramente defensivas, que Hong Kong y Taiwán son cuestiones internas y que Estados Unidos no tiene nada que hacer en la cuenca occidental del Pacífico, donde la marina china está “históricamente” en su casa. El problema es que cantidad de sus vecinos no están de acuerdo y viven sus reivindicaciones territoriales como simples agresiones. Y mientras más dependen económicamente de Pekín, piden a Estados Unidos con más énfasis que permanezca en la región.
Esa dependencia económica creciente es, justamente, el otro aspecto de la política expansionista de China, que se resume en un megaproyecto, vector de crecimiento de su comercio y de su influencia geopolítica: “las nuevas rutas de la seda”. Las primeras nacieron en el siglo II a.C, cuando la dinastía de los Han enviaba embajadas cargadas de rollos de seda a las aristocracias nómadas de Asia central y de Irán con fines diplomáticos. Poco a poco, hasta el siglo XV, comerciantes indios y de Asia central se instalaron a lo largo de esas rutas, asegurando el desarrollo de la región, un mundo de trueque, de tasas terrestres, de piezas de oro, de plata y de bandidos. Hoy, China tiene una idea muy diferente de sus “nuevas rutas de la seda”: gigantes, modernas, eficaces, informatizadas, controladas y planetarias. Sobre todo, pretende dominar todas las etapas.
En 2013, recién llegado al poder, el presidente Xi Jinping convirtió el plan en prioridad para el país, calificándolo de “uno de los pilares del destino común compartido con la humanidad”. Desde entonces, en el marco de ese proyecto planetario, Pekín invierte en el mundo entero en la construcción de infraestructuras, como la línea de gran velocidad entre Bandung y Yakarta (Indonesia); el puerto del Pireo en Grecia o el despliegue de la fibra óptica en Paquistán. Entre 2008 y 2019, China prestó 462.000 millones de dólares a países pobres o emergentes. La mitad para financiar infraestructuras, según los especialistas de la universidad de Boston.
Pero el reembolso de esas deudas suele convertirse en una trampa leonina para los países concernidos. Eso, sin contar con la obligación impuesta por Pekín de utilizar solo mano de obra china en cada uno de esos proyectos.
A estas alturas, incluso Pekín comienza a preocuparse por la imagen desastrosa que provoca esa “diplomacia de la fuerza” para el país. Y la crisis sanitaria, exacerbando tensiones y dificultades financieras, no ha facilitado nada.
Ultimo episodio de resistencia ante la voracidad del gran dragón: la UE prepara un “escudo europeo” de defensa de sus empresas. Esta semana, la Comisión Europea aprobó una propuesta tendiente a impedir el “shopping” de China en el Viejo Continente. La idea presentada por la comisaria para la Competencia, la implacable danesa Margrethe Vestager, no será una simple interdicción. “Se trata de extender el principio comunitario que prohíbe las ayudas estatales a las empresas que reciben dinero de terceros países, en este caso, del gobierno chino”, explica Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Robert Schuman.
Este último ejemplo demuestra como, en pocos meses, las relaciones entre Occidente y China han cambiado profundamente. En todo caso, el endurecimiento de Europa va de par con la nueva doctrina Biden quien, por boca de su secretario de Estado, Antony Blinken, afirmó esta semana que el mundo “no puede concederse el lujo de no hacerle frente a Pekín”.
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