Desafío a EE.UU.: China se nos ríe en la cara, pero quién la puede culpar
El gigante asiático pidió sumarse al acuerdo impulsado por EE.UU. para contrapesar su poderío en la región
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NUEVA YORK.- Si alguien dice que el presidente chino, Xi Jinping, no tiene sentido del humor es porque no está siguiendo las noticias que llegan estos días desde el Pacífico.
La semana pasada, China solicitó sumarse formalmente al TPP-11, el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, que justamente fue impulsado por el presidente Barack Obama para contrapesar el poderío económico de China en la región Asia-Pacífico. Lamentablemente, en vez de estudiarlo un poco y mandarlo al Congreso para su ratificación, Donald Trump tiró el acuerdo a la basura no bien llegó a la presidencia, y desde entonces los demócratas no han movido un dedo para resucitarlo.
Desde el punto de vista diplomático, la solicitud formal de Pekín para integrarse al TPP-11 es lo mismo que si Estados Unidos pidiera sumarse a la Nueva Ruta de la Seda, la iniciativa china de integración comercial en Asia, o si Rusia quisiera ser miembro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta), porque controla parte del Ártico norte de Canadá. En otras palabras: una artimaña de exquisita picardía.
Pero esa artimaña deja expuesta la verdadera debilidad de la política exterior norteamericana hacia China, que se ha convertido en el máximo retador de la preeminencia de Estados Unidos a la hora de fijar las normas del sistema internacional actual, tanto en materia comercial como diplomática.
La solicitud de China se conoció días después de que Gran Bretaña, Estados Unidos y Australia llevaran la puja geopolítica con Pekín a un nuevo nivel, al anunciar un histórico pacto de seguridad para ayudar a Canberra a desplegar una flota de submarinos nucleares de avanzada, con el objetivo de contrarrestar la creciente presencia naval china en los mares de la región.
Pero hace falta una estrategia que vaya más allá de contener a China con un patrullaje de submarinos que podría tardar años en hacerse efectivo. Hace falta una estrategia para cambiar la actitud de China hoy, y justamente para eso fue pensado, al menos en parte, el TPP.
Intriga
Los funcionarios del gobierno de Obama que elaboraron los planes del TPP nunca excluyeron formalmente a China, pero el mensaje para Pekín era claro: si quieren formar parte de este pacto comercial del siglo XXI desarrollado por Estados Unidos, tienen que seguir nuestras reglas. Por eso en China a los reformistas el TPP les daba intriga y curiosidad –lo veían como una palanca para forzar la apertura del régimen chino– y los que adhieren a la línea dura les temen más que a los submarinos nucleares.
Pero claro, al enterarse del acuerdo por los submarinos entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia, los chinos obviamente se dijeron: “Vamos a divertirnos un poco. Cuando los estadounidenses fueron tan estúpidos como para no unirse al pacto comercial que diseñaron para dejarnos afuera, los otros 11 socios siguieron adelante por su lado, y hasta lo rebautizaron como Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico TPP-11. Así que tratemos de usar el atractivo que implica el acceso fácil a un mercado gigante como China para apoderarnos del TPP en nuestros propios términos, en vez de aceptar los de Estados Unidos. ¡Qué mejor manera de contrarrestar el acuerdo de los submarinos con Australia!”
Fue una jugada brillante. Como informó The Wall Street Journal el viernes pasado, “hace una década, el TPP era un club comercial liderado por Estados Unidos para limitar la influencia del modelo económico de China. Ahora Washington se quedó fuera del acuerdo y Pekín aspira a convertirse en el miembro más grande del grupo.”
Si bien es improbable que China sea aceptada en el corto plazo (hace falta el consentimiento unánime de los países miembros), con solo solicitarlo Pekín deja expuesta la falta de seriedad de la extrema derecha y la extrema izquierda norteamericanas cuando se trata de China. Primero se juntan para atacar la política de derechos humanos de Pekín, y a continuación bloquean una de las herramientas más efectivas que tiene Estados Unidos para empujar a China –es lo máximo que podemos hacer– hacia una mayor transparencia y respeto por el Estado de Derecho, o sea, el TPP.
“Los reformistas de China monitorearon desde un principio las negociaciones del TPP, porque tenían la esperanza de que la incorporación de Pekín pudiera forzar algunas reformas a nivel interno”, dice James McGregor, presidente de la consultora APCO Worldwide para la región de Gran China. “Todo eso quedó atrás. Ahora que quiere sumarse, China seguramente apostará al atractivo de su enorme mercado interno para que los otros miembros acepten el hecho de que China cumple con algunos requisitos del TPP y con otros no tanto”.
El patetismo de la maniobra de China es aún mayor si se piensa que Trump ignoraba hasta tal punto el contenido del TPP –su principal objeción seguramente era que lo había negociado Obama– que cuando le preguntaron por primera vez sobre el tema, durante un debate de campaña en noviembre 2015, el entonces candidato sugirió incorrectamente que China integraba el acuerdo desde el principio. No estaba equivocado, ¡simplemente se adelantó!
Pero la estupidez de Trump contó con mucho apoyo tácito de Bernie Sanders y sus compañeros progresistas, con su oposición instintiva al acuerdo, a pesar de que Obama lo diseñó sin dejar afuera ninguna de las cuestiones laborales y ambientales del libre comercio que a la izquierda tanto le molestan.
Borrador de condiciones
Repasemos un poco lo que el equipo de Obama –y no Trump, ni el Partido Republicano, sino O-BA-MA– incluyeron en el borrador del TPP original, del que también formaban parte Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam.
Uno de los acuerdos comerciales multilaterales más grandes jamás negociados, el TPP incluía restricciones a las empresas estatales extranjeras que vuelcan productos subsidiados en nuestros mercados. Detallaba los derechos de propiedad intelectual para los productos tecnológicos más nuevos y avanzados de fabricación estadounidense, así como el acceso gratuito a todos los servicios de computación en la nube, que China restringe. También establecía normas explícitas contra la trata de personas para impedir que los trabajadores migrantes se convirtieran en mano de obra esclava.
Incluía prohibiciones al tráfico de vida silvestre en peligro de extinción, una práctica aún común en China y que puede haber jugado un papel en el desencadenamiento de la pandemia.
También exigía que los países signatarios permitieran a sus trabajadores formar sindicatos independientes para negociar colectivamente, así como la eliminación de toda forma de trabajo infantil.
Estados Unidos todavía está a tiempo de regresar al TPP, incluso para fortalecerlo, al insistir con reglas de origen más estrictas, como las que Trump incorporó al nuevo Nafta. Eso garantizaría que si de alguna manera China es admitida como socia del club, no podría seguir eludiendo los aranceles estadounidenses sobre algunas de sus exportaciones, como hace cuando traslada el ensamblaje final de algunos productos a Vietnam, mientras mantiene su cadena de valor central en China.
Para Estados Unidos, es preferible sumarse hoy al TPP-11 que ayudar a desplegar submarinos dentro de unos años. Para entonces, si Estados Unidos sigue al margen del acuerdo, el TPP seguramente volverá a ser rebautizado en honor al pueblo chino. Efectivamente, no es gracioso.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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