Depredadores: tres poblados rurales de España demuestran que es posible convivir con lobos
Los planes de conservación hicieron reaparecer especies en zonas que las habían desplazado y sus pobladores tuvieron que aprender a cohabitarlas con ellas
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¿Cómo podría la gente convivir de forma pacífica con grandes carnívoros como los lobos? Esta pregunta me trajo a España y me llevó hasta personas como Elena*. Ella y su marido son pastores y crían en extensivo un rebaño de 400 cabras. Lo hacen en una zona donde se criaron durante generaciones, aprovechando al máximo el mosaico de bosques y tierras de pasto que cubre su dominio montañoso, situado en una zona del interior del país.
Este tipo de ganadería extensiva produce algunas de las carnes y productos lácteos más sostenibles que el dinero pueda comprar. Usan pocos alimentos balanceados y fertilizantes, y las cabras contribuyen con su presencia a preservar unas tierras de pasto que poseen una gran biodiversidad. Pero, a pesar de todo, ganarse la vida con este oficio resulta cada vez más complicado. En toda España y en otros países del mundo hay muchos carniceros y queseros de ámbito local que tuvieron que cerrar. Los requisitos sanitarios estrictos impiden que los granjeros le vendan directamente a los consumidores, mientras que los subsidios agrarios benefician a los que producen mayores cantidades frente a los que lo hacen a pequeña escala.
El número de ovejas y cabras en régimen de trashumancia se redujo de forma drástica en zonas como la de Elena, lo que hizo que los matorrales vuelvan a extenderse por antiguas tierras de cultivo y difuminen los límites entre los bosques y los pueblos. Esto hizo que los incendios afecten a más cantidad de terreno que antes, lo que amenaza algunas casas. También permitió la vuelta en gran número de ciervos y jabalíes, que causaron daños en los cultivos y provocaron brotes de tuberculosis bovina.
Y por encima de todo, encontramos al lobo llamando a la puerta. Literalmente. El lobo es un depredador versátil que puede cazar tanto presas salvajes como domesticadas. Esta capacidad, unida a unas leyes de conservación cada vez más estrictas y a mejoras en las condiciones de hábitat, hicieron que tanto las poblaciones del lobo como las de otros grandes carnívoros europeos (como el oso y el lince) se hayan recuperado y ahora reclamen sus antiguos territorios en todo el continente.
Mucha gente, sobre todo la que vive en la ciudad, ve con buenos ojos estos cambios. Y es que los sentimientos contrarios a los depredadores se suavizaron mucho en los últimos años al tiempo que creció la conciencia de su importancia en el mantenimiento del equilibrio ecológico. Pero en muchas zonas rurales la vuelta de los grandes carnívoros pasó a simbolizar la progresiva desaparición de las culturas agrícolas tradicionales. En algunos casos el retorno de los lobos fue acogido con violencia, como ocurrió en Bélgica con el primer lobo que tuvo cachorros en más de un siglo, y que en 2019 murió en extrañas circunstancias.
Estos son los casos de los que más oímos hablar. Pero también hay lugares en Europa en los que la gente vive de forma relativamente pacífica entre grandes carnívoros. ¿Qué hay detrás de esta convivencia armoniosa, y cómo se está adaptando la gente a la vuelta de los lobos? Eso es lo que mi equipo de investigación y yo nos planteamos a la hora de abordar tres casos de estudio en España.
Cómo convivir con lobos
Elena (que vive en el emplazamiento C del mapa) tenía sentimientos encontrados acerca de la vuelta del lobo a sus tierras. Esperaba que eso pudiera servir para controlar las poblaciones de ciervos y jabalíes, pero le preocupaba encontrar un modo para evitar que atacaran a sus cabras. Sabía que proteger sus rebaños exigía mucho tiempo, dinero y conocimiento específico, y ella no tenía nada de eso.
Las personas en el emplazamiento de estudio A, situado en la región de Sanabria-La Carballeda, en el noroeste de España, están acostumbradas a los retos de esta coexistencia. Esta zona fue uno de los últimos bastiones de los lobos antes de la regulación de su caza en los años setenta. Antes de esta norma, bastaba con ver a un lobo para poder cazarlo. Pero hoy esta zona acoge a una de las poblaciones más numerosas de Europa Occidental, y está concentrada en la reserva de caza de la Sierra de la Culebra.
Para defender sus rebaños, los pastores y ganaderos de la zona incorporan grupos hasta 21 perros guardianes, hacen un pastoreo acompañado durante el día y las custodian durante la noche. Esto consiguió reducir los ataques de los lobos a solo unos pocos casos. Dado que no a todo el mundo le gustan los lobos, su presencia permanente hizo que los pastores hayan desarrollado métodos de defensa cada vez más sofisticados, transmitidos de generación en generación, que ahora son asumidos como una parte más de la actividad ganadera.
Los lobos también generan ingresos a los ayuntamientos a través de la caza deportiva. Esta aun era legal cuando yo estuve allí, pero fue prohibida por el Gobierno español en septiembre de 2021. Hay una percepción local muy extendida de que este tipo de caza ayudaba a mantener bajo control la creciente población de lobos.
El turismo de lobos es otra importante fuente de ingresos gracias a las condiciones ideales que ofrece la zona, con una topografía no demasiado accidentada donde se alternan bosques con espacios abiertos. Las empresas que ofrecen a los amantes de la vida salvaje la posibilidad de avistar lobos se multiplicaron en las últimas décadas, lo que hizo de la Sierra de la Culebra un lugar especial en el que se combinan las actividades de avistamiento y caza del lobo.
Sin embargo, estos ingresos no van a los bolsillos de los pastores y ganaderos locales, y el precio de la carne que producen no refleja los beneficios que la ganadería extensiva supone tanto para los lobos como para las tierras de pastos (algo que sin embargo sí ocurre en el caso de los precios premium del pescado sostenible). En la medida en que desempeñar la actividad ganadera en estas zonas supone un trabajo más intensivo, muchos tienen que luchar para llegar a fin de mes en el contexto de un mercado global cada vez más competitivo.
Un pastor con el que hablé tenía la siguiente conclusión: “Los que vivimos en zona lobera tenemos una calidad de vida significativamente más baja que aquellos que no. Eso significa que siempre perdemos. Siempre”. Y es que la desaparición del sector ganadero de La Culebra es una amenaza para la coexistencia entre lobos y humanos en España, debido a que representa el mejor ejemplo de relación funcional entre dichos depredadores y la ganadería tradicional.
Así las cosas, ¿cómo podríamos asegurar el futuro tanto de los lobos como de estas comunidades rurales? En primer lugar, financiando una coexistencia beneficiosa para todos. En España, los fondos dedicados a los lobos, como por ejemplo los procedentes de la UE, se destinan fundamentalmente a aquellas zonas donde se vive este conflicto. Esto significa que, para un ganadero español, la mayor posibilidad de recibir apoyo financiero, para mantener sus perros guardianes o construir un establo, es vivir en una comunidad cuyos habitantes sean hostiles a los lobos.
Necesitamos asegurarnos de que lugares como La Culebra tengan éxito para demostrarle a personas como Elena (que espera con preocupación la vuelta de los lobos) que convivir con ellos no implica necesariamente una menor calidad de vida. Esto podría implicar la creación de un sello de carne sostenible, potenciar escuelas para pastores y la creación de redes de colaboración que ayuden a dichos pastores a compartir conocimientos, o que se les pague por la prestación de la serie de servicios medioambientales que realizan, como por ejemplo la prevención de incendios a través del desempeño de su actividad trashumante.
Si preservamos el modo de vida de las comunidades rurales y la ganadería sostenible podremos tener un mayor margen para recuperar las especies animales salvajes de Europa.
Este texto se reproduce de The Conversation bajo licencia Creative Commons.
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