Dentro de la torre derrumbada en Miami, el microcosmos de una ciudad multicultural
Los departamentos de las Champlain Towers South albergaban una enorme diversidad de nacionalidades, religiones y estilos de vida
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SURFSIDE, Florida.- Todos los Sabbat, desde el departamento de la familia cubana judía que había huido de Fidel Castro emanaba el aroma de ese sabroso plato tradicional conocido como “ropa vieja”, inundando los palieres del edificio. En los ascensores, los idiomas de rigor eran el inglés y el español, hablados con reconocible acento de Australia o de la Argentina, aunque en esa Torre de Babel que eran en realidad las Champlain Towers South se escuchaban todas las lenguas, desde el ruso hasta el hebreo.
En la Unidad 1001 vivía un primo del padre de la expresidenta chilena Michelle Bachelet. Antes del derrumbe, desde ese balcón se disfrutaba de una envidiable vista del océano Atlántico. La hermana de la primera dama de Paraguay estaba alojada en el edificio: sigue desaparecida, obligando al presidente Mario Abdo Benítez a cancelar su agenda oficial. Lo cierto es que la región de Miami —una metrópolis que a veces parece casi desconectada del resto de Estados Unidos— lo típicamente local es lo internacional.
En los departamentos de la torre sur del complejo Champlain, una de cada dos puertas exhibía la mezuzá, un ornamento simbólico judío que lleva escritos versos de la Torá. Hasta hace apenas unos días, los vecinos del edificio reían junto a la pileta y organizaban asados, kósher o no, al ritmo de Celia Cruz, la “reina de la salsa”. En diciembre, un árbol de Navidad y una menorá engalanaron el lobby del edificio.
“El árbol de Navidad y la menorá hablan del espíritu plural de las torres Champlain, que era un excelente lugar”, dice Eliot Pearlson, rabino de una sinagoga cercana, el Templo Menorah, que solía visitar el edificio. “Había judíos de todo tipo, ortodoxos y no, cristianos, cubanos, venezolanos y argentinos. Era un fiel reflejo de lo que es Miami Beach y el condado de Miami-Dade”.
El colapso de la torre sur encierra la historia de Miami: una tragedia multicultural en un microcosmos de una metrópoli situada en el nexo entre Estados Unidos y América Latina y profundamente implicada en la guerra de trincheras por el cambio climático. Los vecinos de las torres Champlain, como la mayoría de las masas multilingües de Miami, enfrentan el constante achicamiento de las playas, el aumento del nivel de las aguas, y la inundación de calles y estacionamientos. Y soportan esos problemas a cambio de vivir la embriaguez de los últimos días de la Atlántida en una ciudad que siempre hizo equilibrio entre el paraíso y la precariedad.
Esas torres eran un símbolo del dinero latino que convirtió el español en el idioma del poder en Miami. Al igual que en la localidad satélite donde vivían —Surfside, donde el 40% de los restaurantes son kósher—, en el edificio había muchos vecinos judíos.
Comunidad judía
El golpe para la comunidad judía de Miami —la más diversa de Estados Unidos, con un 33% de judíos nacidos en el extranjero—, es palpable en los servicios religiosos espontáneos que se están realizando en sinagogas, centros comunitarios, y hasta en plena calle, sobre las avenidas Collins y Harding, en las inmediaciones del desastre.
“¡Espere, rabino! Ahí veo venir a los Applebaum”, exclama una mujer a una cuadra y media del lugar del siniestro, donde Pearlson está por dar comienzo a un momento de oración por las dos docenas de miembros de su congregación que siguen desaparecidos bajo esa pila de escombros que alcanza a verse ahí nomás.
Las Champlain Towers fueron un típico producto del condado de Miami-Dade, que se convirtió en hogar permanente de los exiliados cubanos después de la revolución de la isla en 1959. El éxito del condado impulsó una mayor migración regional: banqueros, financistas e inmigrantes más humildes pero muy trabajadores de Cuba construyeron una base de poder latino que luego atrajo a venezolanos, argentinos, colombianos, chilenos y muchos otros, que encontraron en Miami un lugar donde hacer negocios en su propio idioma: el español.
Ellos construyeron la tercera línea de horizonte urbano más grande de Estados Unidos, y después tuvieron que compartir el poder con las oleadas posteriores de rusos, turcos y chinos, así como con un reciente desembarco masivo de la industria tecnológica de San Francisco y Nueva York, que se mudó a causa de la pandemia.
Alrededor del 70% de los 2,7 millones de residentes del condado de Miami-Dade se identificaron como hispanos o latinos, según datos de 2019 de la Oficina del Censo de Estados Unidos. Surfside, el barrio de 5600 habitantes donde se encontraban las torres, es más blanca y más rica que el condado en su conjunto. Cerca de allí, en lo que se conoce como Little Buenos Aires, la comunidad argentina disfruta de sus típicas empanadas. En el barrio hay al menos cuatro sinagogas.
“De la comunidad judía, la mayor parte proviene de América Central y América del Sur, y también de Israel, pero también de Francia, Canadá, la ex Unión Soviética”, dice Jacob Solomon, presidente de la Federación Judía del Gran Miami. “Se trata de una comunidad judía extraordinariamente cosmopolita”.
El perfil internacional de los residentes de Miami en general y de las torres Champlain en particular convirtió el derrumbe en una tragedia global, con angustiados familiares en México, Australia, Israel, Chile, Venezuela, la Argentina, Australia y otros lugares, tratando de conseguir frenéticamente un pasaje o la visa para ingresar a Estados Unidos.
Muchos buscan alojamiento o abordan esos vuelos a Miami sabiendo que llegarán simplemente para entregar muestras de ADN y recuperar los restos.
“Vamos a ir y a esperar que los recuperen”, dice Pascale Bonnefoy, escritora y periodista chilena que escribe para The New York Times y antes The Washington Post. Su padre es Claudio Bonnefoy Bachelet, primo del padre de la expresidenta chilena, que se mudó al edificio hace unos 15 años.
“No sabemos cuánto va a demorar”, dice. “Sacamos solo pasaje de ida”. La desaparición de su padre acapara los titulares en Chile, así como los diarios argentinos, uruguayos y paraguayos siguen cubriendo extensamente una tragedia de Miami que también es suya.
Al igual que otros miembros de la familia internacional de los desaparecidos, Bonnefoy y su hermana tuvieron que sortear un laberinto de obstáculos logísticos para llegar a Estados Unidos, sobre todo por la oleada pandémica que azota a América Latina. Además de hisoparse, tuvieron que solicitarle al gobierno chileno un permiso especial de viaje para volar durante la pandemia.
Como muchos en Champlain Towers y en Miami en general, su padre era un ciudadano del mundo y antes de la pandemia viajaba con frecuencia entre Miami y Santiago de Chile.
“Volvían a Chile todos los años, pero el año pasado no pudieron venir por la pandemia”, dice Bonnefoy. “Se tomaron el Covid muy en serio y se encerraron completamente. El domingo habíamos tenido una reunión con ellos por Zoom, con mis hermanas. Estaban volviendo a una vida normal”.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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