Del pánico a la esperanza: ¿cómo cambió Italia de una cuarentena a otra?
Un año después, siguen los confinamientos duros; pero todo es distinto, ya no reina el miedo, el coronavirus no es un enemigo desconocido y, más allá del agotamiento psicológico y la crisis económica, se ve la luz al final del túnel
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ROMA.- ¿Dejá vu? Al principio, un poco. Pero no, el segundo lockdown que vive Italia, a un año del primero jamás decretado por un país para combatir el coronavirus, es totalmente distinto. ¿Por qué? La guerra ya no es más contra un enemigo desconocido: no sólo se sabe cómo curar el coronavirus, sino que, más allá de las demoras de las grandes casas farmacéuticas en la entrega y problemas de organización, existen vacunas. Aunque demorado, hay un plan masivo de vacunación en curso. Y, bien o mal, se ve la luz al final del túnel. O al menos ése es el mensaje que intentan transmitir las autoridades a una población económicamente y psicológicamente extenuada.
Hace un año, en el primer lockdown, todo era desconocido. Había miedo, angustia. Al principio ni siquiera se encontraban barbijos en las farmacias y reinaba un clima de terror en las calles. La desolación era absoluta, tránsito cero por las calles y lo más estremecedor, el silencio. El silencio de los cementerios.
En el segundo lockdown, a diferencia del primero, hay vida. Aunque menor que el habitual, hay tránsito. Está permitido desplazarse para ir a trabajar –con autocertificación, por supuesto- y la ciudad, bien o mal, sigue vibrando. Hay escuadrillas de obreros con taladros arreglando calles y veredas, albañiles trabajando en fachadas de edificios y varias categorías de negocios, abiertos. No hay silencio.
Al margen de los que venden alimentos, supermercados, farmacias, también están abiertas ferreterías, librerías, perfumerías, tiendas de ropa para chicos e interior. En el primer lockdown casi todo estaba cerrado y no se veía un alma. Como si hubieran tirado la bomba neutrónica.
En el primer lockdown hubiera sido imposible mudarse, pero en el segundo hasta se ve eso: camiones que descargan muebles en el centro histórico de esta capital que, sí, está vacío, sin turistas –un desastre para hoteles, restaurantes y demás actividades ligadas a ellos-, pero con vida.
Ya no es insultado desde la ventana quien sale a correr o a caminar –actividad permitida siempre y cuando no sea demasiado lejos de la residencia-, e incluso se descubren grupitos que, con una guía, aprovechan para hacer turismo por la ciudad eterna. En plazas normalmente repletas de turistas, como Piazza Navona, a la tarde hay chicos que juegan al fútbol -imagen inaudita-, o andan en bicicleta. Aunque se ve mucha policía y hay controles que pueden degenerar en multas, el clima es más relajado. Los fines de semanas, aunque no se podría salir, cómplice la primavera y el buen tiempo, los parques están llenos. Muchas familias antes aterradas, aprovechan ahora del escaso tránsito y el temor a multas para salir a hacer excursiones en bicicleta.
Nuevos pobres
A diferencia del primer lockdown, ya no se ven banderas italianas colgadas desde los balcones junto a carteles con el lema que marcó ese momento de resistencia y orgullo nacional: “andrá tutto bene” (todo va a salir bien). Y es lógico: nada salió bien. La pandemia hundió a Italia en su peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. No sólo se cuentan 108.879 muertos y, aunque, es verdad, hay un plan de vacunación en curso –por el que hasta ahora recibió las dos dosis apenas el 5.9% de la población total a vacunar-, sino también se cuentan los llamados “nuevos pobres”.
Aunque el gobierno, despreocupado por una deuda pública gigantesca (equivalente al 160% del PBI) está destinando miles de millones de euros en ayudas e indemnizaciones varias y puso todas sus esperanzas en un histórico fondo de 209.000 millones de euros de la Unión Europea (UE), demasiadas personas han perdido su trabajo. Un informe del Istat (el Indec local) de diciembre pasado consignó que debido al maldito Covid-19 debieron cerrar 73.000 empresas y 17.000 más no podrán reabrir. Pero ese informe no tuvo en cuenta que, tres meses más tarde, para achatar una cruva que se disparó por culpa de variantes de todo tipo (inglesa, sudafricana, etc) iba a haber otro lockdown.
“Así no me da”
Aunque, es verdad, este no es como el del año pasado, porque no es a nivel nacional, sino en base a zonas de alto riesgo de transmisión del contagio (rojas) o intermedias (naranja), el encierro deprime -ya es demasiado- y la moral es baja. Sufre sobre todo la categoría gastronómica, bares y restaurantes, que sólo pueden estar abiertos en modo delivery, algo para la mayor parte totalmente inviable, tanto es así que conviene permanecer con las persianas bajas.
“Yo facturo si la gente puede venir y sentarse a comer. Así no me da, ya estoy muerto... Ya hablé con la dueña que me alquila el local, que tampoco puede bajarme el alquiler, porque vive de eso”, cuenta a LA NACION Maurizio, dueño desde hace 20 años de un restaurante especializado en pescado, que deberá, inexorablemente, cerrar. “Yo contaba con que nos dejaran abrir en Semana Santa, pero ni eso... Y ahora dicen que en el resto de abril tampoco vamos a poder abrir... Y si abrimos en mayo, pero sólo para el almuerzo, para mí es la muerte, porque cuando más trabajo es de noche”, explica. “Y si nos van a dejar abrir de noche en junio, cuando la gente empieza a irse a la playa, para mí es el fin... Ya estoy muerto”, repite, desconsolado.
Pascua blindada
Como en el lockdown del año pasado, los italianos tendrán una Pascua blindada. La segunda. Aunque casi todas las regiones salvo excepciones ya se encuentran en “zona rossa”, desde este sábado, 3 de abril, hasta el lunes próximo, emblemático feriado de Pasquetta, todo el país se volverá de ese color y estará encerrado. Otra vez. Para desencentivar a quien ya no da más y puede permitirse irse al exterior -algo increíblemente permitido, aunque hay muy pocos vuelos-, el gobierno decretó hoy que al volver de cualquier país de la UE no sólo hará falta hacer un test de hisopado. También serán obligatorios cinco días de cuarentena y otro test de hisopado al final de esos cinco días.
Ho appena firmato un’ordinanza che dispone per arrivi e rientri dai Paesi dell’Unione Europea tampone in partenza, quarantena di 5 giorni e ulteriore tampone alla fine dei 5 giorni.
— Roberto Speranza (@robersperanza) March 30, 2021
La quarantena è già prevista per tutti i Paesi extra Eu.
Como en la Navidad pasada, como Pascua es una fiesta importante, pese a las restricciones, estará permitido salir una vez por día para visitar a parientes. De hecho, se podrá recibir a un máximo de dos personas.
Si el año pasado ni siquiera hubo misa de Pascua -sólo por TV-, esta vez sí se puede ir: a una iglesia cercana, con barbijo y respetando el distanciamiento social. La vigila pascual se celebrará temprano para que no interfiera con el toque de queda en vigor desde octubre pasado, de 22 a 5. Pero estará totalmente prohibido ir a parques y hacer pic-nic, clásico programa del feriado de Pasquetta de los italianos. Para que a nadie se le ocurra transgredir, en un intento de moral suasion, el gobierno decidió para este fin de semana implementar un operativo de control imponente, con 70.000 agentes que deberán vigilar que no haya aglomeraciones, ni desobedientes que se atrevan a organizar fiestas o a abrir igual sus locales. La gente está harta de estar en casa. Y en ese sentido, los números del fin de semana pasado hablan por sí solos: más de 215.000 personas fueron controladas, 6000 sancionadas, 40 denunciadas; 300 los ejercicios comerciales multados; 60, cerrados.
Cambio de mando
El año pasado, en el primer lockdown, al frente del Titanic estaba el primer ministro Giuseppe Conte, que bien o mal, capeó la tormenta, pero terminó devorado por una de las endémicas crisis políticas de la península. Un año después, está en Palazzo Chigi (sede del gobierno) el expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, economista de renombre e inmensa credibilidad nacional e internacional, sobre quien todo el mundo repuso las esperanzas de que pueda haber otro “milagro” económico para Italia, como el que hubo después de la Segunda Guerra Mundial.
El año pasado, después de Pascuas, los chicos –verdaderas víctimas de toda esta pesadilla-, siguieron encerrados en sus casas, sin ir al colegio, sino lidiando con la odiada “dad” (didáctica a distancia) hasta el final del año lectivo, en junio. En este segundo lockdown, por suerte en esto también hay diferencia. A partir del 7 de abril, aunque seguirán los confinamientos duros en toda la península hasta mayo, los chicos de todos los niveles, incluso en las zonas “rojas”, volverán a ir al colegio en forma presencial (los del secundario, en un 75%, pero ya es algo).
Es una buen señal. Se ve la luz al final del túnel.
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