Del aislacionismo que predicó en campaña a una ambición global
En su primer discurso ante la Asamblea General de la ONU, el presidente Donald Trump martilló sobre el principio de soberanía nacional, pero luego delineó una agenda que mantendría el profundo involucramiento de Estados Unidos en el escenario mundial.
Por momentos Trump proyectó su presidencia como un avatar de una renovación internacional construida exclusivamente a partir de su singular visión del liderazgo mundial. Dijo que el mundo estaba debilitado y dividido, pero sugirió que un renovado espíritu patriótico y el amor por el país podían curar gran parte de los males globales.
"La verdadera pregunta de hoy para las Naciones Unidas y para todos los pueblos del mundo es muy sencilla: ¿seguimos siendo patriotas?", reclamó Trump.
La selección de villanos que hizo Trump fue muy específica -Corea del Norte, Irán, Cuba, Siria y Venezuela-, cuyas soberanías no deberían ser respetadas. Poco y nada dijo de China y Rusia; felicitó a ambas naciones por su reciente votación en la ONU a favor de más sanciones, y mencionó a Ucrania a la pasada.
Todo su discurso tuvo un tono desaforado y beligerante muy inusual en este organismo mundial, pero que se ha convertido en la nueva normalidad en Estados Unidos. Trump dijo que si se veía obligado a defenderse o a defender a sus aliados, Estados Unidos borraría del mapa a Corea del Norte, una política que ya habían articulado gobiernos anteriores, aunque nunca en términos tan incendiarios.
"El «hombre cohete» está embarcado en una misión suicida para él mismo y para su régimen", dijo despectivamente en referencia al líder norcoreano, Kim Jong-un.
Inmediatamente después de amenazar con "destruir" Corea del Norte, Trump pasó a incluir a Irán en la categoría de países que se merecen una intervención. Calificó a Irán de "régimen asesino" cuyas actividades de desestabilización en el mundo deben ser frenadas. La definición de soberanía que maneja Trump permite entrever que Estados Unidos podría salirse del pacto internacional nuclear con Teherán, una decisión que crisparía a los aliados de los norteamericanos que forman parte del acuerdo.
En un desconcertante ataque contra el comunismo y el socialismo, Trump limitó sus críticas a Cuba y Venezuela, haciendo caso omiso de China, al mastodonte comunista mundial. "Desde la Unión Soviética hasta Cuba y Venezuela, en todos los lugares donde fueron adoptados, el comunismo y el socialismo en serio sólo generaron angustia, devastación y fracaso", marcó Trump.
Dijo que su gobierno había hecho frente "al régimen corrupto y desestabilizante de Cuba", cuando reclamó que no se levantaran las sanciones contra la isla. En realidad, la anunciada política de Trump hacia Cuba se limita a una reducción de algunas de las aperturas comerciales o para viajes particulares que había establecido el gobierno de Obama. El resto de las sanciones no podían ser levantadas por el Ejecutivo, sólo por el Congreso.
Trump atribuyó la cuasi implosión de Venezuela a la "dictadura socialista", y no al autoritarismo y a la corrupción, como señalan la mayoría de los expertos. También juró que Estados Unidos podría tomar "mayores acciones" si el gobierno venezolano "sigue por el mismo camino".
En un repaso previo ante los reporteros, un alto asesor de la Casa Blanca dijo que sería un discurso "profundamente filosófico" que explicaría "cómo encaja Estados Unidos en el mundo, cómo opera y cuáles son sus valores".
Han sido temas intensamente debatidos en el seno de una Casa Blanca dividida entre los tradicionalistas de la política exterior y los altos asesores de campaña de Trump. El instinto inicial de Trump suele ser primero amenazar con dar un vuelco en la política exterior norteamericana -o al menos cuestionar el núcleo de principios que la impulsaban- para luego retroceder a una postura más tradicional.
Su discurso, con extensos tributos a los principios de soberanía y patriotismo, reflejó el mismo lenguaje nacionalista que alentó en su campaña. Pero en su discurso ante la Asamblea General le atribuyó a Estados Unidos un rol en el mundo mucho más expansivo -aunque contradictorio- del que dejaba entrever la anterior visión de Trump de "Estados Unidos primero".
Difícil predecir cómo influirá en el funcionamiento del mundo el énfasis de Trump en la cuestión de la soberanía.
Hay consenso generalizado sobre la amenaza que plantea Corea del Norte, pero China y Rusia parecen tener una idea diferente de cuáles son sus intereses nacionales soberanos cuando se trata de enfrentar a Pyongyang. Y en cuanto a Irán, mientras que el mundo musulmán sunnita e Israel comparten la opinión negativa de Washington sobre el acuerdo nuclear, la mayoría de los aliados europeos lo aprueban.
El funcionario de la Casa Blanca que habló con los periodistas antes del discurso dijo que la pieza de oratoria formaba parte de una trilogía que empezó en mayo en Arabia Saudita, donde Trump describió por primera vez una política exterior de "realismo con principios", y cuya segunda entrega fue en julio, durante su viaje a Polonia.
Según el funcionario, la alocución ante las Naciones Unidas tenía ecos de aquellos discursos anteriores, por su énfasis en "resultados del mundo real, sin ideologías inflexibles".
Pero el discurso ante las Naciones Unidas describe a Estados Unidos y a Trump ocupando un rol mucho más grandioso en el tablero mundial. Su llamado soberanista lejos estuvo de ser una promesa de quedarse en casa. Con su defensa de los intereses de Estados Unidos y de los principios de soberanía y patriotismo, Trump dijo tener la esperanza de encender la chispa "de un renacimiento de la entrega" en todo el mundo. Frente a la Asamblea General de las Naciones Unidas, Trump fue el primer presidente norteamericano con ambiciones de grandeza global.
Traducción de Jaime Arrambide
Greg Jaffe y Karen Deyoung
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