De Trump a Keiko, agitar el fantasma del fraude se repite como recurso
Expertos advierten que este tipo de prácticas afectan la credibilidad del sistema político y rara vez prosperan
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Lo denunció en inglés Donald Trump. Lo denunció en español Keiko Fujimori. Hasta lo denunciaron los mandos militares en Birmania. Cambian los idiomas, pero el concepto es el mismo: fraude. Cuando los números no acompañan, la denuncia de fraude se abre camino de boca del candidato derrotado y se instala entre sus más ardientes seguidores.
Sobran los casos de elecciones amañadas en la región y en el mundo. Venezuela y Nicaragua son dos nombres que vienen rápidamente a la cabeza cuando se buscan ejemplos inmediatos y repetidos en América Latina.
Pero el grito automático de fraude ante la primera señal de derrota, sin pruebas, llevado al paroxismo por Trump en las elecciones de 2020, puede volverse preocupante para la democracia, rebajada, zarandeada y tomada por asalto, como se tomó por asalto el sacrosanto Capitolio a principios de enero en Washington.
“Las elecciones cerradas siempre han suscitado gritos de fraude, manipulación, votaciones ilegales, manipulación de votos y cosas por el estilo. El bando perdedor es casi siempre el origen de las acusaciones. El objetivo inmediato y declarado es cambiar el resultado de la elección o forzar una repetición de la elección. Pero eso rara vez sucede”, dijo a LA NACION el analista político Peter Hakim, presidente emérito del Inter-American Dialogue.
Keiko Fujimori pegó ese grito en Perú, en una elección presidencial en la que los dos candidatos creyeron ejercer las artes adivinatorias y alertaron de antemano contra el fraude por venir. Como diciendo a sus votantes y seguidores: “Si gano, es una victoria del pueblo. Si pierdo, es una estafa contra el pueblo”.
Y eso que los dos se habían comprometido a respetar los resultados, por el bien de la democracia y toda la retórica de tolerancia y convivencia en armonía.
“No sabemos cuál será el resultado, pero sea cual sea, primero ratifico nuestro compromiso de respetar la voluntad popular, de decirles que será la decisión de nuestro país defina si tengo que servir como presidenta del Perú o servir como una simple ciudadana”, dijo Keiko la mañana de las elecciones, cuando terminó su desayuno.
El argumento que comenzó a utilizar 24 horas más tarde, quizás durante el siguiente desayuno, fue que la voluntad popular no había sido respetada. Lo atribuyó a presuntos manejos irregulares de cientos de actas, y con eso comenzó una nueva campaña, la campaña del fraude. Algunas fotos y videos le bastaron para lanzarse a la tarea monumental, quijotesca, de torcer la elección, mientras la realidad se desfiguraba, el ambiente se enrarecía y los ánimos se caldeaban. Todo para descontar los 41.000 votos que le sacó Castillo.
El politólogo Fernando Tuesta, exjefe de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), desmanteló en una columna para el diario El Comercio los argumentos de Keiko, con datos y estadísticas. Se dio el lujo, además, de rubricar su comentario con una ironía sobre el final del polémico gobierno de su padre y mentor, Alberto Fujimori.
“¿Sabía que en lo que va del siglo el único fraude fue con motivo de las elecciones del 2000 con Alberto Fujimori y que motivó el retiro de la misión de observación de la OEA?”, escribió Tuesta.
Castillo sacó la mayoría de los votos en el ballottage del 6 de junio y se ahorró cuestionar una victoria de su rival. Pero también estaba preparado, y sus partidarios ya denunciaban fraude luego de que la encuesta a boca de urna de la consultora Ipsos mostrara adelante a Keiko. Los resultados luego se acomodaron a su favor y ya no cambiaron.
“Cantar fraude se ha vuelto común, y aumenta su incidencia en elecciones reñidas como en Perú. Se sabía de antemano que Castillo iba a hacer las mismas denuncias si los resultados hubieran sido al revés. Es una tendencia de populistas anti-establishment achacar toda derrota electoral al fraude porque el pueblo son ellos, ellos son mayorías, y por lo tanto no pueden perder salvo si se comete trampa contra ellos”, dijo a LA NACION Javier Corrales, profesor de Ciencia Política del Amherst College de Massachusetts.
Y no solo se trata de ganar la elección. Aún sin salirse con la suya -como era de esperar-, reclamar fraude contra toda lógica le ofrece otros beneficios al bando perdedor. Algo más que un premio consuelo: un nuevo amanecer. “La acusación de fraude, particularmente cuando se combina con una actividad de protesta considerable, puede ensombrecer al ganador y su partido, mientras genera atención pública y energiza a los partidarios del candidato perdedor y su partido”, dijo Hakim.
El ganador parece que no ganó, y el perdedor parece que no perdió. El mundo del revés. Lo que sigue es lanzarse de nuevo al ruedo, dice Hakim, “porque la denuncia ofrece una oportunidad inmediata para confrontar y menospreciar al gobierno electo, y un rápido comienzo para reagruparse y comenzar a prepararse para otra carrera presidencial”.
El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, se presentó a las elecciones de 2006, y luego de perder encabezó una larga protesta con denuncias de fraude. Volvió a presentarse en 2012, seguido de nuevas denuncias. En 2018 ganó las presidenciales, en su tercer intento, pero nunca se olvidó de sus comienzos. Camino a las legislativas de este año, López Obrador, como jefe de Estado, llamó a todas las partes a luchar contra el fraude. Mejor dicho, llamó a mandar esas prácticas “al carajo”.
De manera que tanto el fraude real como su sombra, el fraude ficticio, terminan dañando severamente la solidez del sistema político. Como dice Corrales, “las denuncias incomprobables de fraude le hacen daño a la democracia, porque no puede haber competencia política si los jugadores no confían en las reglas y los árbitros”.
El grito de fraude más insólito del año fue la denuncia de la junta militar en Birmania. Los militares birmanos tomaron el poder con un golpe en febrero, y acto seguido reprimieron las protestas en su contra, como suelen hacer los regímenes a los que nadie llamó.
¿Por qué decidió la junta derrocar al gobierno? Según explicaron, las flamantes autoridades habían ganado las elecciones de noviembre pasado manera irregular, amañada, fraudulenta: se robaron la elección. Pero esa acusación no solo fue refutada por los observadores internacionales, como sucedió en Perú, sino que tampoco justificaba una intervención militar.
De manera que en Birmania se reemplazó un gobierno acusado de ilegítimo, sin la menor prueba en mano, por un gobierno sin dudas ilegítimo. Las cuentas claras.
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