A diferencia de los residentes en las inmediaciones de las pruebas nucleares posteriores, que fueron compensados por problemas de salud, los sobrevivientes en Nuevo México nunca recibieron reconocimiento
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En la mañana del 16 de julio de 1945, igual que hacía todos los días, el estadounidense Demecio Peralta alimentaba a las vacas en el corral de su rancho.
Su esposa, Francesquita Silva Peralta, embarazada de su décimo hijo, se encontraba en la pequeña casa de tres cuartos en la que vivía la familia en las afueras de Capitán, una comunidad rural en el estado de Nuevo México, que en ese momento tenía menos de 1.000 habitantes.
Pero esa mañana, la rutina de la pareja se vio sacudida por el ruido de una gran explosión, que hizo temblar el suelo y estuvo acompañada de un destello “más fuerte que el sol” y una oscura nube de humo.
Sin saber lo que acababa de presenciar, Demecio corrió a su casa y encontró a su esposa y sus dos hijas mayores escondidas en un rincón, llorando y rezando. “La explosión sacudió la casa y rompió las ventanas”, le dijo a BBC Brasil la hija menor de la pareja, Genoveva Peralta Purcella, nacida unos meses después. “Todos pensaron que el mundo se estaba acabando”.
Cuando Demecio fue más tarde a inspeccionar el ganado, “vio que todas las vacas estaban cubiertas de polvo blanco, al igual que toda la tierra”, cuenta Purcella. “La ‘nieve’ estaba en todas partes”.
No sería hasta mucho después que los Peralta y otras familias de la región descubrirían el motivo de la explosión y el origen de la ceniza que caía del cielo: a pocos kilómetros, el gobierno estadounidense había realizado la primera prueba de una bomba atómica en el mundo.
La llamada Prueba Trinity fue parte del Proyecto Manhattan, un programa para desarrollar bombas atómicas durante la Segunda Guerra Mundial.
Aunque el lugar elegido para detonar la bomba, el desierto de la Jornada del Muerto, se considera remoto, muchas familias vivían cerca, en ranchos aislados y pequeñas comunidades rurales.
Estos residentes, muchos de ellos de origen indígena o hispano, nunca fueron evacuados ni advertidos sobre la prueba. Sin saber que estaban expuestos a la radiación, continuaron llevando una vida normal.
Pero la prueba tendría un profundo impacto en estas comunidades. Más de 75 años después, los sobrevivientes y sus descendientes continúan sintiendo sus efectos. “De los 10 (hermanos), yo soy la única sobreviviente”, lamenta Purcella. “Todos menos uno murieron de cáncer”.
A diferencia de los residentes en las inmediaciones de las pruebas nucleares posteriores, que fueron compensados por problemas de salud, los sobrevivientes en Nuevo México nunca recibieron reconocimiento. Hasta el día de hoy, estas familias esperan ser incluidas en un programa gubernamental que ofrece compensación a los afectados.
“Lejos de las zonas pobladas”
Un informe sobre la planificación y ejecución de Trinity, publicado en 2010 por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), una agencia de investigación de salud pública vinculada al Departamento de Salud nacional, informa que inicialmente se consideraron ocho sitios para la prueba: tres en Nuevo México, dos en California, uno en Texas y uno en Colorado.
Los científicos buscaban un área con terreno llano y un clima soleado, entre muchas otras características. Uno de los principales criterios fue que estuviera “lo suficientemente lejos de las zonas pobladas”.
El jefe militar del Proyecto Manhattan, el comandante general Leslie Groves, originalmente prefirió un área en California, pero terminó optando por el desierto Jornada del Muerto en Nuevo México. El anuncio de la elección se hizo en agosto de 1944. A principios de 1945 más de 200 científicos, militares, técnicos, médicos y equipos de construcción ya se habían instalado en el lugar, trabajando en secreto para construir la infraestructura necesaria para la prueba.
A las 5:29am del 16 de julio de 1945, la bomba de plutonio fue izada a lo alto de una torre y detonada. Según la descripción del Departamento de Energía de EE.UU., la explosión “liberó 18,6 kilotones de energía, pulverizando la torre al instante y convirtiendo el asfalto y la arena circundantes en vidrio verde”.
“Más caliente que el Sol”
La explosión fue más poderosa de lo previsto y generó una temperatura “10.000 veces superior a la de la superficie del Sol”. Los equipos que vieron la prueba describieron una sensación de calor que “persistió mientras se formaba una enorme bola de fuego”.
Los presentes dijeron que vieron una “nube gigante en forma de hongo rodeada por un destello azul”, seguida de la “presión de una onda de choque” y un estallido que “reverberó durante más de 5 minutos”.
“La explosión nuclear generó un destello de luz más brillante que una docena de soles. La luz se vio en todo Nuevo México y partes de Arizona, Texas y México”, dicen los CDC. La violencia de la explosión destrozó ventanas en ciudades a más de 150 km de distancia.
Según el informe, solo 1,2 kg del total de 6 kg de plutonio en el centro de la bomba se fisionaron, mientras que el resto se dispersó en la ceniza nuclear. “Aproximadamente 4,8 kg de plutonio permanecieron sin fisionar y se dispersaron en el medio ambiente”, dice el documento.
La nube en forma de hongo se elevó por encima de 20 km y se dividió en tres grandes partes. Uno se dirigió al este, el otro al oeste y al noroeste, y el tercero al noreste, “dejando un rastro de productos de la fisión”. La nube atravesó el país, siendo vista incluso en Nueva Inglaterra, en el noreste del país.
Ceniza cayendo del cielo
Aunque no había habitantes en la zona inmediatamente alrededor del sitio de prueba, unas 15.000 personas vivían en un radio de 25 km y casi medio millón en un radio de 250 km. Tina Córdova pertenece a la séptima generación de una familia con raíces en Tularosa, un pequeño pueblo ubicado a unos 75 km del sitio de Trinity y que, en ese momento, tenía alrededor de 1.500 habitantes.
Nació 14 años después de la prueba, pero recuerda lo que decía su abuela sobre el día que detonaron la bomba. “Dijo que recordaba principalmente las cenizas que caían del cielo durante varios días después de la explosión”, le contó Córdova a BBC News Brasil.
Esta sustancia blanca, que algunos pobladores de la región confundieron con nieve, a pesar de ser caliente, impregnaba la ropa y la piel de personas, animales, jardines, lagos, ríos y cisternas que captaban y almacenaban agua de lluvia para el consumo.
“En 1945 no había agua corriente en las zonas rurales de Nuevo México”, señala Córdova. “La mayoría de las familias tenían una cisterna”.
“Todo estaba contaminado”
Sin saber el riesgo que corrían, los vecinos continuaron usando el agua contaminada para beber, cocinar, bañarse, limpiar la casa, regar los huertos y dar de beber a los animales. Casi todos criaban pollos, vacas y cerdos para carne, huevos y productos lácteos. También cazaban pequeños animales salvajes y pájaros, y plantaban frutas y verduras.
“Y ahora todo estaba contaminado. El suelo, y todo lo que crecía en él, incluso los pastos para los animales, estaba contaminado”, señala Córdova. La forma de vida era la misma en otras comunidades rurales de la región, como Capitán, donde vivía la familia de Genoveva Purcella, a poco más de 100 km del sitio de prueba.
“Mi padre cultivaba maíz, frijoles y papas. Mi madre tenía una huerta, sembraba hortalizas. Eso comíamos”, recuerda Purcella. “El agua de lluvia que corría del techo se llevaba a través de una tubería a la cisterna, y la bebíamos”.
Córdova señala que las personas que vivían en la región se contaminaron de varias formas, entre ellas inhalando el aire impregnado por la ceniza que cayó durante varios días, ingiriendo agua y alimentos contaminados y también por absorción a través de la piel.
Intenso secreto
En lugar de advertir a los vecinos de la zona sobre los riesgos, tras la prueba el gobierno actuó para “suprimir cualquier tipo de noticia que pudiera alarmar a la ciudadanía” y difundió la información falsa de que la explosión se había producido en un depósito de municiones en una localidad remota.
“Debido al intenso secreto que rodeaba la prueba, la información correcta sobre lo que realmente sucedió no se hizo pública hasta que se lanzó la segunda bomba atómica sobre Japón tres semanas después”, se lee en el informe de los CDC.
La seguridad de los residentes de las áreas afectadas no era tan prioritaria como mantener el secreto. “Era importante que los japoneses no fueran alertados”, dice el documento, y las precauciones de seguridad pública elaboradas atraerían más atención.
Inicialmente, se creía que las partículas radiactivas en la atmósfera resultantes de la prueba no supondrían un gran problema. “Groves descartó cualquier idea de dar una advertencia previa” a los residentes del área porque el peligro parecía pequeño dadas las condiciones climáticas ideales.
Pero en los días inmediatamente anteriores a la prueba, nuevos cálculos indicaron que la ceniza nuclear se esparciría más de lo esperado originalmente. Sin embargo, la mayor preocupación estaba en los riesgos inmediatos, “ya que en la comunidad de protección radiológica el pensamiento aún no estaba enfocado en los posibles efectos a largo plazo”.
“Riesgos significativos para la salud”
Después de la explosión, muchos residentes informaron haber visto quemaduras en los animales. Algunas vacas perdieron partes de su pelaje, que luego volvió a decolorarse. Otros dijeron que los pollos murieron.
Córdova señala que el gobierno incluso confiscó ganado en algunas propiedades, para observación. “Pero nunca alertaron a la gente, y nunca hicieron nada para ayudar a la gente o explicar los riesgos”, dice.
Décadas después de la prueba, el director del equipo encargado de monitorear los niveles de radiación en el área, Louis Hempelmann, admitió que “algunas personas probablemente estuvieron muy expuestas”.
“Pero no pudieron probarlo, y nosotros (tampoco) pudimos”, dijo Hempelmann. Según los CDC, “las evaluaciones de la exposición pública (a la radiación) de la prueba Trinity que se han publicado hasta la fecha están incompletas, ya que no reflejan las dosis internas recibidas por los residentes (de la región) a través de la ingestión de radiactividad en el aire, comida y agua contaminados”.
“Como los miembros del público que vivían dentro de un radio de 30 km no fueron reubicados, las dosis internas de radiación resultantes (de la prueba) pueden haber planteado riesgos significativos para la salud de las personas expuestas después de la explosión”, se lee en el documento.
Múltiples generaciones con cáncer
Genoveva Purcella tenía 16 años cuando su padre, Demecio Peralta, murió de cáncer. “Tenía cáncer de estómago, cáncer de ojos y linfoma de Hodgkin”, recuerda. A su madre, Francesquita, le diagnosticaron cáncer de mama y sus hermanos desarrollaron varios tipos de la enfermedad.
“Una de mis hermanas murió de cáncer de mama a los 33 años. (Años después) su hija desarrolló la misma enfermedad y murió”, lamenta Purcella, a quien también le diagnosticaron la enfermedad en el pasado pero se curó después del tratamiento.
Tina Córdova tambiénvio a varios miembros de su familia enfermarse y morir de cáncer tras la detonación de la bomba. “Soy la cuarta generación de mi familia que tiene cáncer desde la prueba Trinity”, indica Córdova, a quien se le diagnosticó un tumor tiroideo maligno en 1997 a los 39 años. “Dos de mis bisabuelos, que vivían en Tularosa en el momento de la prueba, murieron de cáncer de estómago”, informa Córdova.
“Ambos fueron diagnosticados en 1955. Esto fue en un momento en que nadie en nuestra comunidad había oído hablar del cáncer. Mis dos abuelas tenían cáncer, aunque no murieron por eso”, dice.
Su padre, Anastacio Anthony Córdova, quien tenía 4 años en el momento de la prueba, sufrió cáncer de próstata y dos tipos de cáncer oral, y murió a causa de la enfermedad en 2013. Su madre, dos tías, una prima y una hermana también enfrentaron la enfermedad. “Y mi familia no está tan afectada como otras (de la región), en las que todos los miembros han sido diagnosticados (con cáncer)”, señala.
Córdova dice que cuando la diagnosticaron, sus médicos le preguntaron si había estado expuesta a la radiación, si había trabajado en un laboratorio con isótopos radiactivos o si le habían hecho muchas radiografías en su vida.
“Y mi respuesta fue: ‘No, pero crecí en un pueblo a 75 kilómetros del sitio de prueba de Trinity’”.
“Papel en la defensa de la patria”
Cuando Estados Unidos lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, algunos residentes de la zona cercana a Trinity la relacionaron con la explosión que habían presenciado menos de un mes antes.
Pero el gobierno siguió sin ofrecer una explicación de lo sucedido ni advertir sobre los riesgos de la radiación. “El gobierno nos inculcó que debemos estar orgullosos del papel que desempeñamos en el fin de la Segunda Guerra Mundial, el papel que desempeñamos en la defensa de nuestro país”, dice Córdova.
Incluso cuando, en años posteriores, muchos miembros de las comunidades locales comenzaron a ser diagnosticados con cáncer, no todos sospecharon que podría haber una conexión con la prueba.
“La gente no hizo la conexión entre los problemas de salud que estaban experimentando y la prueba”, dice y afirma que, cuando se hizo adulta, comenzó a darse cuenta de que debía haber una conexión entre la explosión del pasado y la gran cantidad de personas enfermas.
Pero fue recién en 2004, luego de leer una carta enviada por otro residente de la zona, Fred Tyler, a un periódico local, que comenzó a exigir una respuesta del gobierno. En la carta, Tyler dijo que después de años fuera del área, regresó y encontró a muchas personas enfermas y agonizantes.
Córdova, quien en ese momento ya había dejado su ciudad natal y vivía en Albuquerque, lo contactó. Juntos, crearon el Tularosa Basin Downwinders Consortium, una organización dedicada a crear conciencia sobre el caso y buscar que el gobierno admita el daño causado a la población local.
Durante los últimos 17 años, Córdova ha estado recopilando testimonios y documentando problemas de salud de los residentes que presenciaron la prueba y sus descendientes.
Ley de compensación
En 1965, las Fuerzas Armadas erigieron un obelisco en el sitio de prueba de Trinity. Diez años después, el área fue designada Monumento Histórico Nacional. Actualmente, el sitio es administrado por el Servicio de Parques Nacionales y está abierto al público dos veces al año, el primer sábado de abril y el tercero de octubre.
Según el Departamento de Justicia, Estados Unidos realizó unas 200 pruebas con armas nucleares entre 1945 y 1962. Además, miles de personas trabajaron en la extracción y procesamiento de uranio, “esencial para el desarrollo de armas nucleares en la nación”.
“Después de la finalización de estas actividades, las demandas contra el gobierno de Estados Unidos alegaron fallas en advertir sobre los riesgos de la exposición a la radiación”, dice el Departamento.
En 1990 se aprobó la Ley de Compensación por Exposición a la Radiación (RECA), que establece el pago de una indemnización a quienes hayan desarrollado una enfermedad grave debido a la exposición a la radiación mientras se realizan pruebas o trabajan en la industria del uranio.
Desde entonces, se han pagado más de US$2.000 millones a más de 45.000 personas, incluidos trabajadores de minas de uranio, funcionarios gubernamentales que trabajaron en los sitios de prueba y residentes de las áreas afectadas en estados como Nevada, Utah y Arizona.
Sin embargo, aunque los empleados que trabajaban en Trinity fueron compensados, los civiles que vivían en el área cercana a la prueba no fueron incluidos en la ley y nunca recibieron compensación o reconocimiento, ni una explicación de por qué fueron excluidos.
“Muchos murieron esperando”
“Si sabían que la prueba (posterior) en Nevada causó daño a la gente, ¿cómo no se dieron cuenta de que la prueba Trinity causó daño aquí?”, pregunta Córdova.
Ahora, luego de años de gestiones de senadores y diputados estatales, se encuentran en trámite en el Congreso dos proyectos de ley, uno en la Cámara y otro en el Senado, que proponen la prórroga del RECA, prevista para julio de este año, y la inclusión de residentes afectados por Trinity y de comunidades en Colorado, Idaho y Montana.
“Si no podemos (incluir a estas personas) antes del vencimiento (de RECA), probablemente nunca lo haremos”, lamenta Córdova. Casi ocho décadas después de la prueba, los sobrevivientes son viejos. “Esperaron todos estos años por ayuda, y nunca la recibieron. Muchos murieron esperando”, señala Córdova, y subraya que varias familias gastaron todo lo que tenían en atención médica.
“La gente ya no puede ignorarlo. Ahora que conocen la historia, si se quedan sin hacer algo al respecto, serán cómplices de esta injusticia”, expresa.
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