De las revelaciones de un nuevo libro sobre la realeza británica no se salva nadie, sobre todo Meghan Markle
En “La casa de Windsor desde adentro: la verdad y el caos”, la escritora Tina Brown hace foco principalmente en las mujeres Windsor y es un análisis en episodios de las dificultades de la familia real desde la muerte de Diana, en 1997
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WASHINGTON.- El gran experimento Meghan Markle de la familia real británica duró 20 meses en total, desde aquella boda con el príncipe Harry en mayo de 2008, hasta enero de 2020, cuando la pareja abandonó sus deberes reales, hizo las valijas, y se mudó a Montecito, California.
Lo que pasó entre esas dos fechas depende de a quién se le cree. Los fans de Meghan, ahora duquesa de Sussex, acusan al palacio -más específicamente, a su cuñado Guillermo, hermano mayor de Harry, y a su esposa Catherine, duque y duquesa de Cambridge respectivamente- por la deserción de la pareja. Según esa versión de la historia, la familia real no tenía la menor idea de cómo manejarse con Meghan, una bellísima actriz birracial cuya popularidad eclipsaba peligrosamente la de ellos.
Para los partidarios de los Cambridge, por el contrario, Markle era una bola de demolición con la careta de un emoticón sonriente, impaciente por doblegar a su férrea voluntad a una de las instituciones más anquilosadas de la historia.
En su nuevo libro, The Palace Papers: Inside the House of Windsor — the Truth and the Turmoil (La casa de Windsor desde adentro: la verdad y el caos), la escritora Tina Brown, autora del indispensable historia de Lady D, Las Crónicas de Diana (2007), toma posición claramente y se pone del lado de los Cambridge.
The Palace Papers hace foco principalmente en las mujeres Windsor y es un análisis en episodios de las dificultades de la familia real desde la muerte de Diana, en 1997. Con una combinación de relatos de prensa ya existentes y los propios informes de la autora, el libro es adictivamente leíble, lleno de chismes y rumores, a pesar de una primera parte un poco morosa donde se pasa nuevamente revista a la época de Diana. Y al igual que la propia familia real británica, el libro se pone más interesante cuando Meghan hace su entrada.
Cuando Meghan conoció a Harry, la actriz era la coprotagonista de Suits, una serie de USA Network, ya se estaba pasando de edad para los roles protagónicos, y sus evidentes ambiciones seguían lejos del alcance de su mano. “Meghan siempre estuvo a punto de…”, escribe Brown en su libro. “Pero su momento nunca llegaba.”
Presentados por un amigo en común, Meghan y Harry resultaron tener mucho en común, según Brown: infancias problemáticas, gusto por alimentar enconos, y lo que un miembro del personal de palacio describe como “la mutua adicción al drama”. Markle figuraba sexta en la lista de rodaje de una serie de cable, situación con lo que Harry podía empatizar, ya que iba siendo empujado hacia abajo en la línea de sucesión al trono con cada nuevo bebé Cambridge que nacía: al final, también quedó sexto en la lista.
Según el relato de Brown, el príncipe Harry era mentalmente frágil, seguía traumado por la muerte de su madre, y era proclive a los ataques de ira y las rabietas infantiles. Su creciente obsesión con Meghan alarmaba y desconcertaba a Guillermo, otrora su mayor aliado, y al padre de ambos, el príncipe de Gales.
Asedio
La pareja comenzó a sentirse cada vez más asediada, acosada por un despiadado ejército de periodistas y cortesanos de palacio igualmente poco comprensivos. Parte del abismo era cultural. “Meghan era alguien que no tenía contexto que le permitiera comprender la institución en la que había ingresado”, le confesó a Brown un antiguo miembro del palacio. “Y el palacio era una institución que no tenía el contexto para entender a Meghan”.
La pareja compensó con carisma lo que les faltaba de conciencia de su situación, pero estar juntos sacó lo peor de cada uno de ellos, escribe Brown. “Los Sussex alimentaron mutuamente su desconfianza hacia los demás, y la esposa de Harry resultó tan temperamental y combativa como él”.
Tanto en The Palace Papers como en la vida, Markle es comparada constantemente con su cuñada. La futura reina, a quien Brown llama “la Accesible Kate”, tiene una cabellera deslumbrante y un semblante de Mona Lisa, aunque su alegre inexpresividad pública no necesariamente esconde profundidades insondables.
Kate Middleton, criada en el pintoresco pueblo de Bucklebury, proviene de lo que Brown delicadamente llama “orígenes no exaltados”, lo que básicamente significa que su madre, Carole, era azafata. Kate conoció a William en la universidad, se casó con él 10 años después y pasó esa década intermedia en el limbo, bajo la atenta mirada de Carole, la Kris Jenner de Bucklebury.
La vida de un Windsor es una seguidilla de monótonas restricciones (interminables y tediosas apariciones públicas, vacaciones sombrías en castillos con corrientes de aire) al punto que ni Brown entiende por qué Kate podría querer eso.
Meghan tenía mayores ambiciones: anhelaba ser la versión Windsor de Angelina Jolie. Quería dar discursos en las Naciones Unidas y sonreír cálidamente a los niños refugiados en sesiones fotográficas. “The Palace Papers” la retrata como una mujer dramática, histriónica, tan brusca con los empleados que varios de ellos la acusan de intimidación, mientras que Kate se muestra serena y amable con los empleados. A Meghan le gusta la ropa costosa, argumenta Brown en uno de los momentos más dudosos del libro, mientras que Kate, consciente de los costos, recicla sus modelos.
The Palace Papers es tanto una autopsia forense como una historia. La autora no perdona a nadie: presenta a la reina como una persona que evita los conflictos y es cada vez más distante. El príncipe Andrés, que sigue siendo su hijo favorito a pesar de su amistad con Jeffrey Epstein y las numerosas acusaciones de mala conducta financiera y sexual, es descrito como un hombre de dedos gordos, enérgico y mezquino con su exesposa, Fergie, posiblemente la única persona a la que todavía le cae bien.
Brown aplica un bisturí a la mayoría de los miembros de la realeza, pero a Meghan le da directamente con un caño, y considera que su entusiasmo sin ironía —se sabe que abrazaba espontáneamente a los guardias fuera del Palacio de Kensington, informa Brown— es considerado muy poco británico.
Allison Stewart
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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