De las restricciones a las vacunas, Estados Unidos siente que lo peor ya pasó
Para la llegada del otoño boreal se prevé que suficientes personas se habrán inoculado como para alcanzar la inmunidad de rebaño
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WASHINGTON.– Fue el día en el que todo cambió. El mundo se encontró, oficialmente, en una nueva pandemia, que con el correr de los meses se convirtió en el peor brote desde la gripe española, en 1918. Ese día, el 11 de marzo de 2020, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le habló al país desde el Salón Oval de la Casa Blanca para anunciar una de las medidas más drásticas de su presidencia: el cierre de las fronteras a Europa, donde el coronavirus ya hacía estragos.
“Desde el principio de los tiempos, las naciones y las personas se han enfrentado a desafíos imprevistos, incluidas amenazas para la salud a gran escala y muy peligrosas. Así fue siempre, y así será siempre”, dijo Trump, en un tono serio y solemne, alejado de su estilo habitual. “Solo importa cómo uno responde, y nosotros estamos respondiendo con gran rapidez y profesionalismo”, definió.
Casi un año después de ese mensaje, Trump ya no está en la Casa Blanca. Estados Unidos perdió más de 500.000 vidas por el coronavirus, más que cualquier otro país. Casi 30 millones de personas contrajeron el virus, también más que en cualquier otro rincón del mundo. La economía aún forcejea por recuperarse, y millones de empleos se esfumaron y jamás volverán. Aunque los números duros de la pandemia son escalofriantes, lo peor parece haber pasado.
La vacuna, un avance científico logrado a una velocidad sin precedente, comenzó a torcer la historia. Trump debió entregar la presidencia a Joe Biden luego de una derrota electoral que nunca reconoció, y que muchos están convencidos de que jamás hubiera ocurrido sin la pandemia. Su gestión de la crisis fue defenestrada por sus rivales y críticos, pero dejó una iniciativa elogiada por todos: la Operación Warp Speed, que aceleró la llegada del remedio. Estados Unidos ya cuenta con tres vacunas –las de Pfizer y BioNTech, Moderna, y Johnson & Johnson–, y otras tres están en camino.
Cada día, casi dos millones de personas reciben en el país una dosis, y para la llegada del otoño boreal se prevé que suficientes personas se habrán inoculado como para alcanzar la inmunidad de rebaño.
“Hay luz al final del túnel, pero no podemos bajar la guardia ahora ni asegurar que la victoria sea inevitable. No podemos asumir eso”, pidió Biden, esta semana, al anunciar que, para mayo, Estados Unidos tendrá suficientes vacunas para toda la población adulta. “Debemos permanecer vigilantes, actuar con rapidez y agresividad, y cuidarnos unos a otros”, insistió.
Pese a los avances en la lucha contra la pandemia, ni Biden ni su equipo, incluido el principal experto en epidemias de Estados Unidos, el doctor Anthony Fauci, devenido en un experto de fama mundial durante el último año, han querido aventurar cuándo el país –o el mundo, por caso– volverán a una vida normal. Algunas cosas siguen igual. En Washington, los cines y las salas de conciertos permanecen cerradas, y los restaurantes operan con una capacidad limitada. Todos llevan barbijo en público, una imagen distópica que se ha naturalizado. Los alumnos de las escuelas públicas recién volvieron a las aulas el mes pasado.
Recaudos
El temor y los recaudos persisten. Las nuevas variantes del virus que surgieron en Brasil, Sudáfrica y Gran Bretaña llevaron al gobierno federal a urgir el uso ya no de un barbijo, sino de dos. Fue otro giro radical respecto del inicio de la crisis, cuando Fauci, el cirujano general de Trump, Jerome Adams, y otros expertos le decían a la gente que desistiera de usar máscaras, que en realidad no frenaban al virus porque temían que una ola de compras privara a los médicos y a las enfermeras de la protección que necesitan para su trabajo diario.
“Ahora es una carrera entre la vacunación y las nuevas cepas del virus”, define a LA NACIÓN Michael Buchmeier, virólogo y profesor del Departamento de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de California en Irvine.
“Las cosas están mejorando, pero es condicional. El problema es que para que las cosas sigan mejorando, tendremos que tener un comportamiento que todavía no sea riesgoso. La gente va a tener que seguir usando barbijo, justo ahora hay estados republicanos que se están abriendo, y eso es preocupante. Podríamos estar de vuelta donde estábamos el verano pasado”, advirtió el experto.
La grieta respecto de las precauciones y los cambios que la pandemia impuso en la vida diaria también persiste. En Estados Unidos, como en otros países, una fracción de la sociedad descree del barbijo, cree que las restricciones son malignas e inocuas, y algunos incluso reniegan de la vacuna. Texas se convirtió en el primer estado en levantar el uso obligatorio del tapabocas y todas las restricciones a los negocios, una movida que Biden defenestró: “Lo último que necesitamos es pensamiento de Neanderthal”, fustigó.
Buchmeier, que estudia los coronavirus desde fines de los 70, cree que el nuevo virus SARS-CoV-2 que provocó la peor pandemia del último siglo nunca se irá del todo, y se sumará al resto de los patógenos con los cuales convive la humanidad, como la gripe o el VIH. No cree que sea necesariamente algo malo: lo que suele suceder, explica, es que el virus se debilita con el tiempo, se vuelve menos virulento.
“Hemos vivido con la gripe de 1918 por un tiempo, nos vacunamos todos los años. El virus no es lo que era en 1918”, grafica.
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