De la ilusión ecologista a la derrota del multilateralismo
MADRID.- El agotamiento de la ministra de Medio Ambiente de Chile y presidenta de la COP25 era tal que pidió que las declaraciones finales de los delegados fueran enviadas de manera digital. Carolina Schmidt llevaba dos madrugadas consecutivas tratando de ponerle un broche a la cumbre de cambio climático de Madrid y se le notaba en las ideas y en el manejo de su inglés, por momentos, trastabillante.
La respuesta fue un contundente no, incluso a esa petición final. Antes había fracasado en su intento de generar consenso para varios borradores con la decisión final, lo que extendió las negociaciones más allá del viernes por la noche, cuando se suponía que debía terminar. Así fue que Madrid se convirtió en la conferencia climática más larga de todas.
Los problemas de la ingeniera Schmidt venían desde el día uno de la cumbre, cuando en un intento de congraciarse con el bloque de países africanos generó malestar en los distintos bloques latinoamericanos (además de ya traer de por sí el arrastre de las recusaciones contra el gobierno de Sebastián Piñera).
De todos modos, Schmidt es apenas la cara de una derrota del multilateralismo ante un escenario de cambio climático que todos los días genera desastres en diversos lugares del mundo y que cada día es peor.
Casi todos coinciden en que Madrid fue una oportunidad perdida, desde el mismísimo secretario general de la ONU, António Guterres ("estoy decepcionado, pero no me voy a rendir"), hasta las organizaciones ambientalistas, pasando por la Unión Europea (UE), los países más vulnerables (insulares, sobre todo) y el recientemente conformado grupo bajo el nombre de Los Principios de San José (liderados por Costa Rica y varios países europeos), que buscaba subir la ambición respecto de la reducción de gases de efecto invernadero.
Ese es precisamente el quid de la cuestión: se llegó aquí con la idea de terminar de redactar el reglamento para poner en marcha el Acuerdo de París (2015), pero a la vez con la certeza de que las contribuciones nacionales (NDC, como se llama en la jerga a los esfuerzos por contaminar menos) enviadas entonces a la capital francesa generarán un aumento de 3°C de temperatura a final de siglo respecto de la época preindustrial.
Esa situación encadenaría catástrofes en serie, muy cerca del "punto de no retorno", lo que obligaba a aumentar esa "ambición", es decir, que las NDC de cada país sean más profundas. No se logró ni una cosa ni la otra.
Carbono
Respecto del Acuerdo de París, faltaba redactar el artículo seis, que establece el mercado de bonos de carbono, un mecanismo para capitalizar una parte de la lucha contra el cambio climático.
Los expertos afirmaban que había que ser muy preciso en ese sentido, debido a que una mala redacción podría generar doble contabilidad y armar un negocio enorme con nulas consecuencias positivas desde el punto de vista ambiental. Además, específicamente Brasil -uno de los villanos de Madrid, por este y otros temas- pidió que se mantengan los bonos que se habían generado en el antiguo y fallido Protocolo de Kyoto (1997), algo que generó un rechazo casi ecuménico.
¿Conclusión? El artículo seis sigue pendiente. Y el impulso de mayores reducciones de gases de efecto invernadero, también.
Pero Brasil no fue el único malo de la película, desde luego. Como afirmó en un comunicado la Fundación Vida Silvestre, "la cumbre concluye con los grandes países contaminantes, como Estados Unidos, China, India, Japón, Brasil y Arabia Saudita, entre otros, eludiendo su responsabilidad de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (...) los grandes contaminadores se han negado a intensificar los esfuerzos para mantener la temperatura global por debajo de 1,5°C".
Solo desde un ángulo muy optimista se puede decir que se avanzó en la inclusión de temas de género y de los ecosistemas oceánicos, y la financiación de lo que se conoce como "daños y pérdidas" quedó subsumida en el Fondo Verde de 100.000 millones, pero sin extras. Poco para 16 días de trabajo intenso de más de 25.000 acreditados.
Lo que se viene después de este fracaso es Glasgow, que será sede de la COP26, el próximo noviembre. El panorama escocés tampoco parece ser el mejor: tras el triunfo de Boris Johnson del último jueves, el país de William Wallace ya considera un nuevo referéndum separatista. No sería el mejor cóctel para una nueva cumbre que, otra vez, como tras el fracaso de Copenhague 2009, necesita reivindicar este mecanismo de COP para lidiar con un asunto global, como el calentamiento.
Mientras tanto, y precisamente ante estas fallas de la ONU, quizá se vea una radicalización de protestas en las calles: cualquier parecido con lo que le sucede al propio gobierno chileno no es casualidad.
Los carteles en el predio de Ifema, donde se llevó a cabo la cumbre, decían por todos lados "tiempo de acción". Quizá solo se trató de un error de edición y debió decir "tiempo de dilación".
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